El arquero de Argentina Franco Armani apoya sus manos en las rodillas, las flexiona e intenta calcular el ángulo por el que saldrá disparada la pelota luego de que el centrocampista de Francia Paul Pogba la chute con intensidad. Pogba –manos en la boca, ojos bien abiertos, mente calculando– también intenta visualizar el espacio que no cubre Armani para que la red arrope el balón por segunda vez en el partido con el tiro libre que decidió el árbitro.
Es sábado 30 de junio y estas son las imágenes que muestra la pantalla de proyección en el bar La Tribu del barrio de Almagro, pero no hay voz de fondo que relate lo que sucede justo en el minuto 19 de lo que sería el último juego de Argentina en el Mundial de Rusia 2018. Tampoco hay tensión. Al contrario, una alegría desborda el ambiente cuando una voz –gruesa, pero femenina– aprovecha que los jugadores de Argentina están armando la barrera para detener el tiro libre de Pogba y anuncia que la legalización del aborto ya tiene fecha para su tratamiento en el Senado: el 1° de agosto se firmará el dictamen y el 8 de agosto se tratará en sesión.
De vuelta a la pantalla, Pogba toma impulso para patear y retoma el mando otra voz, un poco más aguda, pero también de mujer.
—Sumamente pendiente, patea entonces Pogba. Van 20 minutos del partido. Iba lejos, bastante por arriba el tiro de Pogba.
La primera voz es de Leila Ponzetti –periodista, trabaja en el Congreso de la Nación, 41 años–, la segunda voz es de Laura Corriale –locutora, relatora en la cancha del estadio del Club Atlético Huracán del barrio de Parque Patricios y jefa de prensa del club, 27 años–. Hay una tercera voz de Débora Giammarini –productora y directora de cine, 36 años–. Las tres fueron las encargadas de guiar el ritmo de los cuatro juegos de Argentina contra Islandia, Croacia, Nigeria y Francia en el Mundial de Rusia 2018: los tiros libres, las tarjetas amarillas y los penales, pero también las licencias de maternidad, el aborto y el voto femenino en cada uno de los países. Una iniciativa nunca antes vista entre relatores hombres.
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Figuras abstractas y de distintos colores de la casa donde funciona la asociación sin fines de lucro La Tribu –dos pisos, dos balcones de puertas altas en el segundo piso– son las que le dan vida a la calle Lambaré a la altura de 800. Adentro es diferente: el bar es oscuro apenas iluminado por unas pocas bombillas y lámparas colgantes de luces amarillas.
Sobre la barra, reposan bandejas de tostados y medialunas. Los anfitriones no usan delantales ni uniformes, y los visitantes –en su gran mayoría mujeres– entran y abrazan a sus conocidos. Algunos pasan, identifican a sus amigos, pero primero empujan sus bicicletas por el angosto pasillo entre la barra y el salón, doblan a la derecha por donde están dos baños sin identificación de género, y las dejan en el corredor del fondo. Saben que no se las van a robar. Saben que está permitido.
Los cocineros vigilan una gran olla de metal que no es de lujo, sino que más bien deja ver su aluminio gastado,mientras que una sola máquina es la que sirve los cafés uno tras otro, uno tras otro. Las tazas no son en serie, con un modelo y un diseño único, sino que pueden simular ser las de una abuela, una tía o las que cualquier persona guarda en sus gabinetes: algunas grandes con flores, otras blancas y verdes más pequeñas. El tarro de azúcar se pasa de mano en mano, de fila en fila, entre las casi 60 personas sentadas en las sillas dispuestas en el salón y las otras casi 40 que están de pie, sentados en un escalón o recostados del compañero de lado. Se sienten en casa.
En este espacio donde funciona el bar La Tribu –al fondo está la radio La Tribu, un auditorio y en conjunto forman un centro cultural, un lugar de capacitación– Leila, Débora y Laura son el rostro de un grupo de casi 15 personas que integran Feminista Mundial.
Ninguna de las tres se conocía, pero unos chats de Whatsapp activaron el proyecto de la narración femenina en el Mundial. Otro grupo de mujeres que mantenía contacto por la militancia feminista, veían por Facebook Live los partidos de la Copa América Femenina que se desarrolló en Chile del 4 al 22 de abril de este año, los comentaban por Whatsapp y se les ocurrió que podían hacer algo más allá para mantener la atención en lo que acontece en el país mientras transcurre el torneo deportivo.
El nombre “Feminista Mundial” está sellado en una remera de la selección de fútbol de Argentina colgada de una cuerda dentro del bar y sujeta por pinzas de madera. La acompañan otras remeras, también albicelestes, con otros mensajes: Hablemos de la deuda externa. Hablemos de la privatización de los clubes de barrio. Hablemos de infancias trans (la talla de esta es para niños). Hablemos de la inflación y el ajuste. Hablemos de desocupación.
Cerca de las once de la mañana bajan las luces del bar para que se vea la transmisión del juego en la pantalla de proyección, mientras que, desde el fondo, Laura da la bienvenida y comienza su narración.
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Laura, Débora y Leila ven que comienza a rodar la pelota en el estadio Kazán Arena de Rusia sentadas en fila en uno de los costados más largos de una mesa rectangular de madera. El centro de mesa es un televisor pantalla plana y ellas, un poco apretujadas, buscan el espacio para sus cosas: Laura tiene dos hojas cuadriculadas, dispuestas en forma horizontal, como si fuera el propio campo de fútbol, donde identifica –con bolígrafo y resaltadores naranjas y rosados– la alineación de los equipos. Déborah también tiene a mano la alineación de Argentina y Francia, pero impresa en computadora; mientras que Leila tiene varias hojas con datos de ambos países.
—Tiene Argentina la pelota, pelotazo largo, pero la falta ya está cometida sobre el capitán, sobre Lio Messi, así que será tiro libre para la selección. Lindo punto tener la pelota parada con Messi en el equipo realmente siempre es negocio —narra Laura a los dos minutos del partido.
—En todos los años que siguieron a su legalización (1979), la cifra total de abortos efectuados por año (en Francia) pasó de 300.000 abortos clandestinos a 250.000 abortos legales y seguros, una cifra que hoy rodea los 220.000 abortos al año —interviene Leila tiempo después.
—Busca un centro para Di María, no le alcanza, no se entienden, la pelota ahora en dominio de Francia, roba, muy bien Marco, muy atento, hay una nueva contra, esta vez domina bien Mascherano, entrega para Franco Armani, va a salir del fondo Argentina —sube el ritmo Laura.
—Argentina consiguió el voto femenino en 1947 y Francia, en 1944 —acota Leila en los momentos en los que el volumen está más bajo.
Mientras tanto, una copa mundial de plástico de la FIFA baila en las manos de un niño de 7 años. Damián ve el juego en el bar La Tribu junto con su papá Eduardo Duarte.
—La diferencia más importante, para mí, es que los datos de color son mucho más interesantes que un relato tradicional ¿viste? Cuánto valen los jugadores, cuánto se gastó en publicidad, esos son datos que no suman en nada —dice Eduardo quien viste una remera de la selección argentina con la estampa del número 10.
Débora tiene una albiceleste similar, pero no la tiene puesta, sino que la tiene guindada en el espaldar de su silla. La levanta y la agita en el minuto 93 con el gol de Agüero gracias al centro de Messi; en el 94, se muerde las pocas uñas que le quedan al ras de la carne con el último ataque de Argentina para intentar empatar el partido. En el 95, se queda inmóvil unos segundos en su silla y se da por vencida.
Mundial, mundial,
ya somos ganadoras
la voz en el estadio
es de una relatora
Laura, Leila y Débora no estaban en Rusia junto con las periodistas argentinas Cecilia Caminos, Marirró Varela, Débora Rey, Yésica Brumec, Verónica Brunati, Nati Jota, Agostina Larocca, Laura Couto, Viviana Vila (la primera relatora de habla hispana con participación en un mundial) y Lizy Tagliani (la primera transexual argentina en cubrir un mundial). Pero ellas, desde Buenos Aires, también contribuyeron con el incremento de las voces femeninas en el deporte.
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