El 25 de noviembre de 1862, Teresa Carreño debutó como pianista en su primer concierto público en Nueva York, Estados Unidos. Tenía apenas 8 años de edad, un exilio a cuestas de su patria Venezuela y una muñeca que la esperaba en el apartamento donde vivía junto con sus padres en esa ciudad. El concierto tuvo lugar en el extinto Irving Hall, ubicado en la calle 15 con Irving Place de Manhattan. Hoy, en ese mismo lugar, está la salida de incendios de las Torres Zeckendorf. Nuestra cronista María Fernanda Rodríguez aprovechó su estadía en NY para llegar hasta el sitio donde la niña Teresa dio su primer concierto, y así recrear, luego de una acuciosa investigación, parte de la historia de la pianista en el aniversario de ese debut.
En el lugar de Nueva York donde Teresa Carreño hizo su debut como pianista, hoy está la salida de incendios de las Torres Zeckendorf. Cuesta imaginar que por allí entró hace 162 años una niña que contaba con apenas ocho de edad y un exilio a cuestas de su patria: Venezuela. Si nos ponemos análogos, huir de una guerra —la Guerra Federal venezolana, para ser exactos— es también escapar por una salida de incendios; llegar a un país que estaba en plena guerra civil es quizá entrar a otro fuego, pero uno al que ella no era inflamable.
La noche lluviosa del martes 25 de noviembre de 1862, María Teresa Gertrudis de Jesús Carreño García tocó por primera vez el piano en un concierto público, en el Irving Hall de la ciudad de Nueva York. «THE GREAT MUSICAL EVENT OF THE SEASON. MISS TERESA CARENO. THE CHILD PIANIST. EIGHT YEARS OLD». Así lo anunció The New York Times en su página 7. Perfeccionista como debió ser, imagino lo mal que le pudo haber caído ver su apellido mal escrito en el anuncio de su debut —ya sería suficiente tener que aceptar el ineludible cambio de la eñe por la ene—.
El Irving Hall se inauguró dos años antes, el 20 de diciembre de 1860. «El miércoles por la noche, los Sres. HARRISON ofrecieron un baile de invitación en su nuevo establecimiento, situado en la esquina de la calle Quince con Irving, llamado Irving Hall. El edificio se encuentra frente a la Academia de Música y se accede a él desde Irving Place, como si fuera el Templo de la Canción», describó el cronista que envió The New York Times a la inauguración de ese «nuevo y elegante templo de la luz». Las torres de ahora tienen quemada la bombilla derecha de esa fachada, sobre el rastro negro y cenizo de un incendio que parece haber ocurrido en el sistema eléctrico de esa parte de la enorme estructura.
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Teresa Carreño fue la pianista más importante de América Latina durante los siglos XIX y comienzos del XX, y una de las mejores del mundo. Así lo reseña la crítica musical de su época y la de ahora. Fue una niña prodigio que nació en Caracas el 22 de diciembre de 1853. Hija del autor del Manual de urbanidad y buenas maneras y de una sobrina de María Teresa del Toro, la esposa de Simón Bolívar, salió de Venezuela el 23 de julio de 1862 junto con sus padres, su hermano, su abuela, su tío y la esposa de él, que también llevaron a sus dos hijos pequeños. Cinco sirvientes los acompañaron en el viaje a bordo del barco J. P. Maxwell.
Un mes después, el 23 de agosto de 1862, la familia Carreño llega a Filadelfia, desde donde se trasladan a Nueva York para alojarse en el East Village de Manhattan, en un apartamento del 118 de la Segunda Avenida, según registra Anna Kijas en The Life And Music of Teresa Carreño (1853–1917). A Guide to Research. Debió lucir muy distinto aquel edificio del actual, en una de cuyas paredes hoy resaltan un trío de grafitis blancos con letras que no componen ninguna palabra entendible. A diez cuadras de ese apartamento —ocho de subida y dos hacia el oeste— estaba el Irving Hall, donde tres meses después de su arribo a Estados Unidos debutará la niña Teresa en Nueva York.
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Antes de salir a su debut aquella noche de noviembre de 1862, Teresita consoló a su muñeca: «No llores. En cuanto termine el concierto volveré contigo. Pobrecita, no puedes venir conmigo, porque aún no sabes tocar el piano». Este diálogo, y todos los detalles de esa gran noche, lo cuenta Marta Milinowski en la biografía más conocida y completa que hay sobre la artista: Teresa Carreño, «by the grace of God».
Teresa Carreño comenzó su primer concierto a las ocho de la noche tocando Rondo Brillant, compuesta por quien también fue un niño prodigio con el piano —y el violín—, Johann Nepomuk Hummel. La acompañó en esa pieza un quinteto de cuerdas y completó su programa con tres piezas más: Fantasy, de Sigismond Thalberg, basada en la ópera Moses in Egypt de Rossini; Nocturne, de Theodore Döhler; y Jérusalem – Grande Fantaisie Triomphale, de Louis Moreau Gottschalk. El concierto lo cerró tocando variaciones de Home! Sweet Home!, también de Thalberg.
Hay que escuchar esas piezas para poder imaginar la dimensión del talento de unos deditos —no precisamente largos y más bien gorditos— recorriendo con tanta rapidez y maestría las teclas del piano Chickering con el que debutó esa noche. «¿Era posible que unos dedos recién liberados de jugar con muñecas y juguetes fueran capaces de producir acordes de tal sensibilidad, ritmos y trinos de tal delicadeza y acabado?», escribió The World dos días después del concierto. «Merece ser considerada, no como una niña prodigio que a la edad de ocho años ha vencido casi todas las dificultades técnicas del piano, sino como una artista de sensibilidad de primera clase», afirmó The New York Times el 28 de noviembre, un día antes de su segundo concierto.
Marta Milinowski cuenta que a ese primer concierto asistió un hombre que no estaba nada convencido de que escucharía esa noche a una gran artista. «¡Otro concierto de uno de esos niños sobreentrenados y malnutridos! En dos años, ¿quién recordará su nombre?», había dicho antes de que Teresita debutara. Más adelante agregó, en referencia al país de procedencia de la artista: «¿Dónde en el mundo está Venezuela? ¿Alguna de esas islas de allá abajo? Ah, ahora lo recuerdo (…) Ese es el lugar donde siempre están teniendo revoluciones. El sonido del nombre Caracas sugiere revoluciones. Supongo que era demasiado pacífico para ella allí, así que vino aquí, donde algo real está sucediendo».
La primera pieza que tocó Teresita bastó para revolucionar los prejuicios que aquel sarcástico tenía sobre ella. «Cómo esas manos pueden estirar una octava es un misterio, y sin embargo, sus pasajes de octava son notablemente claros y precisos. No lo entiendo; ¡simplemente no lo entiendo!», comentó el incrédulo entre el público que ovacionaba a la niña y le regalaba flores, coronas y hasta una enorme muñeca, esa por la que estuvo a punto de llorar antes de salir a tocar su segunda pieza, porque no la dejaron llevarla consigo al escenario.
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En la esquina noroeste de la calle 15 con Irving Place, frente al lugar donde Teresita debutó, hay un bar que forma parte del Irving Plaza, un salón donde se presentan conciertos de artistas de rock —en su mayoría poco conocidos— y que también se alquila para eventos privados. Cuando investigué sobre el Irving Hall, Google me mostró como primer resultado la página en Wikipedia del Irving Place Theatre, que efectivamente coincide con el lugar de aquel entonces. Pero tres resultados más abajo las referencias comienzan a confundir: el sitio web Do in NYC asegura que el Irving Plaza era antes el Irving Hall.
Con todas las referencias consultadas en la cabeza, mi precaria ubicación espacial y una intuición errada, me fui a las cuatro esquinas de la calle 15 con Irving Place la mañana del 14 de noviembre de 2024. Tomé fotos preciosas de la fachada del actual Irving Plaza, de su bar The High Note y de los letreros con los nombres de las calles. Una calcomanía negra y redonda que decía Irving Plaza NYC en letras blancas, arrugada, sucia y asomada entre hojas amarillas sobre el pavimento, me pareció la imagen perfecta para acompañar esta crónica… Hasta que tres horas después caí en cuenta de que ese no era el lugar donde había debutado Teresa Carreño, sino en las torres de enfrente.
Regresé a la esquina correcta sobre las tres de la tarde y tomé las fotos adecuadas. Reparé en la bombilla quemada, en el empleado que salía apurado por la puerta contigua al «exit fire» —que es la sala de canje de botellas de una tienda Target— y en el barrendero que no entendía por qué yo le tomaba fotos a unas puertas traseras sin ninguna gracia. Crucé a la acera de enfrente para tratar de tener una mejor vista, pero una camioneta de delivery estacionada me lo hacía difícil. Miré hacia arriba y, por fin, pude ponérsela un poco más fácil a mi imaginación: las altas Torres Zeckendorf me recordaron los «dos pintorescos campanarios falsos» que se alzaban en las esquinas del Irving Place Theater. Pero fue solo eso, un producto de mi imaginación, porque tales campanarios no estaban en el Templo de la Canción donde debutó Teresa Carreño.
En julio de 1888 el Irving Hall fue demolido y en su lugar se construyó el Teatro Amberg, que pasaría a llamarse Irving Place Theater el primero de mayo de 1893 —que es al que corresponden las fotografías a las que he podido acceder y con las que fantasea mi imaginación—. Durante casi un siglo esa segunda estructura fue remodelada parcialmente en al menos dos ocasiones y utilizada para distintos fines artísticos y comerciales. En 1984 la vuelven a demoler para construir las actuales Torres Zeckendorf, inauguradas en 1987.
Teresa Carreño murió en Nueva York el 12 de junio de 1917. En la fachada del edificio donde falleció —Della Robbia, 740 West End Avenue— hay una placa en conmemoración de su natalicio 150 y de los 141 años de su primer concierto, quizá porque ese lugar sí conserva algo del hogar donde pasó sus últimos días.
Yo no he escrito un perfil, pero este intento de crónica me recuerda lo que escribió Leila Guerriero sobre su reportería para indagar la vida de Pedro Henríquez Ureña en Argentina: «un perfil es, siempre, la historia de algo mucho más devastador, mucho más grande que la historia de uno solo».
Esta crónica es producto del Taller ‘Narrar Nueva York desde la mirada de Gabo’, que se realizó en la ciudad de Nueva York del 9 al 12 de octubre de 2024 bajo la tutoría del periodista colombiano Felipe Restrepo y la organización de la Fundación Gabo.
Excelente artículo.