El artista visual lidera un proyecto de gestión cultural en La Pastora que es epicentro de creatividad, expresión y experimentación, a la vez que promueve la tradición artesanal y el arte con propósito social. Como artista demuestra su destreza con la cestería, explora a partir del tejido con fibras naturales e indaga en las técnicas tradicionales de las comunidades ancestrales y la cultura popular que ofrecen elementos que enriquecen la producción artística y alimentan la imaginación.
Crónica Ernesto Rodríguez / Fotografías Adrián Naranjo
—Me gusta cuando llueve en La Pastora, la parroquia caraqueña, porque de los techos de las casas salen unos chorros de agua gigantes, caen hacia las aceras y son como una cascada —comenta Julio Loaiza, artista plástico y gestor cultural, mientras cierra los ojos y mira hacia arriba, como imaginando la cuenca de una generosa caída de agua.
Recuerda que una vez volvía hacia su casa y lo agarró la lluvia.
—Empezó suave pero cuando llegué aquí era ya una tempestad, decidí seguir y subí por el boulevard Brasil, una calle larga y arbolada con casas a ambos laterales. Recuerdo que no había nadie en la calle, entonces me bañé de chorro en chorro bajo la lluvia, gozando. Algunos dirían que estaba loco. Me gusta hacerlo de vez en cuando —y sonríe al rememorar la escena.
Las cómplices de esas duchas callejeras de Julio son las gárgolas pastoreñas, ornamentos ubicados en los bordes de las canaletas en los techos de algunas casas de la comunidad. Son piezas escultóricas que recrean cabezas de animales o figuras mitológicas o humanas, y en la Edad Media eran símbolo de protección y misticismo. A Caracas llegaron con el entusiasmo por el estilo gótico francés de Antonio Guzmán Blanco a finales del siglo XIX, y se mantienen hoy como huella de la historia en la parroquia.
Julio Loaiza tiene diez años viviendo en La Pastora, en las inmediaciones de la esquina Zapatero, uno de los cruces que delimita la frontera con la vecina parroquia Altagracia. La intersección cuenta con unas escaleras que elevan la acera angosta y benefician al tránsito peatonal.
—A los niños les gusta subir por las escaleras altas, de hecho es más seguro para ellos. Cuando van a la escuela, los padres caminan por la calle y los niños suben, como si fuera una atracción o una aventura. Son muy bellas, dan una vista de mayor altura, las aceras altas son algo a lo que se le podría sacar mayor provecho, ofrecen miles de posibilidades —explica Julio.
La residencia de Loaiza es a la vez la sede de la Macolla Creativa, un proyecto de gestión cultural y taller de arte que ha sido lugar de encuentro de creadores venezolanos en La Pastora y que promueve la formación en distintas artes, la experimentación artística, y el “arte-activismo” con impacto local, es una iniciativa que Julio cofundó junto a la artista plástica Desireé Chique, y que él lidera desde el año 2014.
La Pastora, la histórica parroquia del oeste de la ciudad, es de una riqueza patrimonial poco vista en Caracas. Lleva en su tejido urbano la conservación arquitectónica de edificaciones de distintas épocas, tanto colonial como de principios del siglo XX. Además de esos ornamentos como las gárgolas que filtran la lluvia, sus calles están recreadas por coloridas fachadas y grandes ventanales que a la vez son balcones de hierro forjado. También prominentes puertas de madera en las entradas de las viviendas de techos altos, hechos en antaño para crear ambientes frescos y ventilados para el clima tropical.
Es una comunidad atractiva por su paisaje acogedor, también con una rica vida social porque desde sus inicios fue un lugar de tránsito importante para la sociedad caraqueña, ya que antiguamente era la puerta de la ciudad. Es por esta conexión que siente Julio con La Pastora que decidió vivir acá y asumirse como un residente más.
—Esta me parece una parroquia excepcional en términos patrimoniales, además tiene un carácter pueblerino. La gente es muy particular y cercana, yo me siento como en un pueblo del interior del país. Tiene un clima envidiable, a pie de montaña, sales a caminar en la tarde-noche y es super fresco, agradable, eso me parece mágico. Sientes que sales del caos de la ciudad a un lugar sereno.
Las escaleras que conducen a la acera alta de la esquina Zapatero antes estaban rotas, eran, según Julio, unas troneras que dificultaban el paso y para algunos transeúntes, incluso, representaban un riesgo.
—Entonces llamamos a varios escultores y dijimos “tenemos una tarea, vamos a hacer unos escalones, vamos a reparar esto”. Tumbamos una parte y sacamos cinco escalones nuevos.
Esta refracción fue una experiencia del proyecto de intervención local Morar la frontera, que en 2022 combinó los esfuerzos de la Macolla Creativa junto con las organizaciones Tráfico Visual y En la mesa, con el apoyo del Instituto Goethe de Caracas. La iniciativa incluyó una intervención mural a cargo de la artista Paula Mercado, y un taller de cine con los alumnos de la Unidad Educativa Agustín Aveledo, una escuela muy cercana a la casa y taller de Julio.
La Macolla Creativa es como un vivero artístico de brote y creación. Está estructurada por un programa de residencia artística para que creadores de distintas disciplinas puedan vivir y trabajar por temporadas en este espacio de La Pastora. También ofrece un programa de becas para la creación e investigación, y otro de incidencia local que a través del arte beneficie o impacte positivamente a la comunidad.
Este espacio es un lugar de encuentro del quehacer creativo y experimental, donde se cultivan nuevas ideas y “una experiencia de gestión cultural colaborativa”. Así lo refieren varios artistas visuales que han sido residentes macolleros, como Siul Rasse, Isabela Rengifo, Blanca Haddad y Rafael Arteaga, entre muchos otros.
Julio Loaiza es el coordinador actual del proyecto. Como artista ha desarrollado su trabajo a partir de la escultura, el tejido, la fotografía y la acción escénica. Inició sus estudios y carrera en el Instituto Universitario de Artes Plásticas Armando Reverón, aunque se graduó como parte de la primera cohorte de la nueva Universidad Experimental de las Artes (Unearte), de donde es profesor desde hace cinco años.
—Desde 2019 todos los días me voy caminando de la casa a la universidad, en Caño Amarillo. Está cerca, me gusta caminar el trayecto.
En los talleres de arte y cultura de Unearte, Julio se desenvuelve como pez en el agua. Es un lugar que le permite investigar, producir obras y a la vez compartir con los alumnos su conocimiento.
En estos galpones industriales con techos de tragaluz atiende a la vez a dos grupos de estudiantes de escultura de secciones distintas. Se mueve de un galpón a otro dando instrucciones, ordenando materiales, organizando los itinerarios. Al verlo se constata su gran capacidad de acción creativa y formativa.
—Dar clases me conecta con la calle, con lo humano, y también con el arte desde otra perspectiva creadora que es para mí más real —comenta con vocación meridiana.
Veinticinco años atrás, entre las calles de la calurosa Guarenas, a las afueras de Caracas, un Julio veinteañero era estudiante de la Universidad Nacional Experimental Politécnica (Unexpo) en la carrera de ingeniería de sistemas, iba frustrado por cumplir dos años sin pasar matemáticas, había caído en régimen de repitencia y no quería continuar. El guayabo vocacional lo amortiguaba con otras actividades estudiantiles.
En ese entonces, el joven fue a la Universidad Central de Venezuela (UCV) a pintar unos panfletos en la Federación de Centros Universitarios, vio un póster en la Plaza Cubierta de la UCV que decía “La Trapatiesta, muestra de danza y canto, 7pm”. Al muchacho le brillaron los ojos. Presenció el espectáculo y quedó flechado, aquel cartel había sembrado un nuevo rumbo en su vida.
La Trapatiesta es una agrupación de danza y música tradicional venezolana que hace investigación y difusión de distintas manifestaciones venezolanas y funciona en la UCV.
—Fue una época muy bonita, de los mejores años de mi vida. Esa fue mi primera universidad de arte —afirma Julio como tejiendo un balance vital—, fue cuando supe lo que quería, vino el problema de cómo dejar la Unexpo, sobre todo en mi casa. Antes de irme necesitaba demostrar que yo sí podía, que era capaz, entonces fui hasta donde mi profesor de matemáticas. Le pregunté “¿qué necesito hacer para sacar 20?, y me contestó: “Debes hacer todos los ejercicios de este libro”, señalando un problemario de cálculo de un autor famoso llamado Navarro.
El protagonista extiende una cara de tedio al mencionar al autor.
—Hice absolutamente todos los ejercicios. Y saqué 20. Me retiré en paz conmigo y más nunca volví.
Julio Loaiza es caraqueño, trigueño de 46 años, aunque se crió con su familia entre Guarenas e Higuerote, un pueblo costero. Tal vez de su arraigo por la costa le viene la costumbre de vestir camisas hawaianas, su estilo es playero. De mirada sutil y manos diestras de artesano, oficio que demuestra por su destreza con el tejido y la cestería, técnicas que están muy presentes en su trabajo como artista visual.
Con regularidad ofrece clases de cestería en talleres que dicta en la terraza de Macolla Creativa, con el Ávila atrás y una vista privilegiada de las casas de La Pastora. Otras veces viaja a la isla de Margarita con la idea de producir proyectos que permitan vincular artesanos, artistas contemporáneos y gestores. Fue así como conoció el trabajo de los hermanos Marcano en la elaboración de sillas y mesas a partir de un árbol llamado Guatacare.
Así comenzó un experimento artístico, un ejercicio de incorporar el tejido a bancos, sillas y a los Ture, sillas tradicionales margariteñas que eran asientos ceremoniales de los antiguos indígenas guaiqueríes que habitaban la isla.
El intercambio La Pastora y Margarita se ha afianzado gracias a la labor de Julio. La Macolla Creativa promueve el oficio de artesanos como Juan José Bermúdez, heredero de un conocimiento sobre la alfarería margariteña. Este artesano salió por primera vez de la isla invitado en 2023 a una residencia artística en la sede de la Macolla.
Julio tiene la convicción de que la cultura popular posee un complejo sistema de símbolos que ofrecen elementos de valor que enriquecen la producción artística.
—La cestería invita a estar atento y en permanente conexión con los elementos naturales que pudieran usarse para la creación de cestos, objetos, indumentaria, bolsos y cualquier cosa que pueda ser una buena idea.
La escultura es su pasión hecha a través del tejido, este ha sido el oficio con el que ha construido una larga investigación sobre las formas y los materiales. Julio explora a partir del tejido con fibras naturales, entre ellas, la bora, una planta acuática originaria del sur del Amazonas utilizada por los waraos. Le obsesionan las técnicas tradicionales de las comunidades ancestrales en las que también incluye la etnia yekuana.
—Busco fibras naturales para alimentar la imaginación y la creatividad, encuentro en la artesanía y en sus maestros sabiduría, apertura y amor.
Al mirar en retrospectiva, tiene conciencia de que el arte brota por sus venas desde que era apenas un niño. En 1990, con 12 años, se hizo participante fiel en una casa del Centro de Orientación y Animación Cultural (Conac) de Guarenas, donde practicó pintura, música, teatro y más artes. Recuerda con cariño a un profesor de pintura que casualmente se apellidaba Reverón, tocayo del maestro Armando.
En su etapa de La Trapatiesta participó en numerosos talleres y presentaciones públicas internacionales.
—Viajamos por toda Venezuela. En 2003 nos presentamos hasta en Qatar, justo antes de que empezara la guerra del Golfo Pérsico, nosotros bailando por allá, una locura.
Cuando volvió a su casa, recibió un ultimátum “si no vas a estudiar, aquí no vas a vivir”. El artista decidió mudarse a Higuerote a una casa de su familia materna que estaba sola, se encargó de cuidarla.
—Yo tenía veintitrés años y pensaba para mí “¿qué vas a hacer?”. A veces me desvelaba hasta la madrugada, pensando en cómo le hago.
A mediados de 2004, en las fechas de la Cruz de Mayo, su agrupación La Trapatiesta preparó una celebración tradicional que consistió en un velorio-vigilia en la UCV.
—Ahí le dije a la Cruz de Mayo: “ayúdame, por favor, tienes hoy hasta las doce de la noche para decirme que tengo que hacer en mi vida porque sino, no sé, estoy perdido”. Me sentía muy mal.
Julio había tejido a mano una cruz como ofrenda. Entonces al rato llegó un hombre preguntando “¿quién hizo esta cruz?”.
—”Fui yo”, le respondí. “Está muy buena, tienes talento, ¿no has pensado formarte en la Reverón?”, me dijo el tipo.
Julio rememora la conversación mientras hace una mueca boquiabierta con ojos pelaos para recrear la cara que puso en ese instante.
—Le pregunté qué era eso de la Reverón, que me contara todo. Era como si la Cruz de Mayo hubiera dado la orden providencial, zapatero a su zapato. A las dos semanas ya era un estudiante inscrito en la Reverón, la escuela de arte. Cuando llegué a mi Reverón sentí que me estaban esperando. Para pagar mi promesa organicé por cinco años consecutivos la celebración de la Cruz de Mayo, el tiempo que duró mi carrera —relata.
Desde entonces es mucho el trecho recorrido. La esquina Zapatero de La Pastora ha sido testigo de los esfuerzos y desvelos de Julio y su Macolla Creativa, para cultivar el arte y aportar a su entorno. Por varios años consecutivos ha organizado intervenciones en esa esquina.
La intersección amplia es atravesada por varias rutas de transporte colectivo. En uno de sus muros se hace un basurero informal donde la gente deja desechos de forma desordenada. Pedro Marrero, artista macollero, escribió, en una nota para la plataforma Tráfico Visual, una descripción de la esquina Zapatero que dice: “Es hoy, además, el sitio donde se disputa la batalla entre la proliferación de nuestra basura material y la memoria que se ahoga en nichos solemnemente en pie y vacíos, vacíos de santos y de desechos por igual”.
Concientizar a los vecinos no ha sido tarea fácil. Julio relata el desafortunado destino que tuvo uno de los últimos murales realizados en la locación.
—Al mes de haberlo limpiado y terminado el mural, se volvió a llenar de basura. Entonces vino un hombre, un vecino, y le prendió candela a la basura y quemó parte del mural.
El artista considera que en la parroquia hay falencias en la conciencia social y organización. Para él es agotador, a veces se cuestiona si sus intereses por la comunidad son equívocos. Mientras diserta su rostro se torna más serio y reflexivo.
—Yo imagino una Pastora donde los niños se lancen en carrucha por las bajadas, una parroquia con eventos sostenidos de cultura y tradición —afirma al precisar un anhelo.
Pero Julio persiste en su sueño con su labor de gestor cultural. En diciembre de 2023 organizó lo que llamó una “Parrandita Pastoreña”, una fiesta en la que invitó a los vecinos de la comunidad a un encuentro en la plaza del casco central, un evento para celebrar la Navidad retomando la tradición pastoreña de cantar parrandas en las calles con instrumentos musicales, hacer patinatas y jugar con carruchas.
Los tejidos de Julio trascienden la cestería y la escultura, ha entrelazado una red cultural en La Pastora que es un epicentro de creadores, a la vez que promueve acciones cívicas y el arte con impacto social.
Así como al elaborar una cesta él comienza por la base e hilvana mallas que serán soportes, del mismo modo con la Macolla construye un tejido social y cultural que brota como espacio para la creación colectiva en la que se unen tradición y arte contemporáneo.
Julio siente apego con las gárgolas de las casas pastoreñas que llevan un sentido de misticismo y protección por la parroquia que habitan. Quizás por eso le gusta saludarlas pícaramente cada vez que cae la lluvia.
Que trabajo tan pulcro y honorable . Que manera de poder escuchar, sentir y ver a julio a través de quien realizó este ejercicio fenomenológico de conversación e imágenes . Gracias !
Besos primo amado, eres un ser tan especial y lo demuestras en cada una de tus acciones, aptitudes y desenvolvimiento con tus creaciones. Me encanto esta bella historia. Eres tú. Te amo .
Estupendo el artículo Julio, ¡Dios te bendiga! Estas realizando una enorme labor social y artística. Voy a reenviarlo. Un gran y fuerte abrazo.
María Eugenia Arria