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Nacido y criado en La Pastora, este académico y curador de arte, promueve la memoria de su abuelo, Adolfo Blanco Adrianza, célebre periodista y gestor cultural que fundó en su residencia de la calle real el Centro Cultural Gustavo Meyrink, epicentro del arte, la ciencia, la música y la teología y el lugar donde surgió el movimiento en defensa del patrimonio de la parroquia. Humberto junto a su madre Edith Blanco, pintora y artista pastoreña, preservan la icónica casa y continúan el legado familiar.

Crónica Jonathan Gutiérrez / Fotografías Daniel Hernández

Al traspasar el pasillo del muro de enredaderas se entra a una casa de techos a doble altura, pisos de mosaicos de estrellas entrelazadas en geometría, puertas de madera y altos ventanales de color verde, un patio interno con una fuente de píedra que es a su vez el centro de un bosque de bambú desde donde se ve el Ávila. Unos colibríes aletean en las flores rojas de cayena, mientras Humberto Valdivieso toma el café de la tarde y mira al cielo para tantear el pronóstico de si lloverá o no. Es la residencia de los Valdivieso Blanco, una antigua casona de la calle real, una de las casas mejor conservadas de La Pastora. 

—Nací y me crié en La Pastora, me considero un pastoreño, absolutamente —dice Humberto— mi niñez transcurrió en esta casa y ahora de adulto he vuelto aquí, a la casa de mi abuelo.  

Humberto se refiere a su abuelo materno, Adolfo Blanco Adrianza, un periodista egresado de la primera promoción de reporteros de la Universidad Central de Venezuela, que también fue fotógrafo y fundador del Círculo de Reporteros Gráficos de Venezuela, un reconocido periodista científico y un vecino memorable de La Pastora. 

Camina por los mosaicos que bordean el jardín, un pasillo lateral de la casa con hileras de matas a ambos lados y algunas acuarelas y platones colgadas en sus paredes, hasta la entrada de una biblioteca que parece detenida en el tiempo.

—Esta es la biblioteca de mi abuelo, la conservamos intacta. 

El abuelo Blanco Adrianza fue muy cercano a Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco, pero a partir de un momento dejó la vena periodística y le dedicó su vida a la cultura, fundó el Centro Cultural Gustavo Meyrink, y esa casa entre las esquinas de San Vicente y Medina se convirtió no solo en el hogar de la familia sino en la sede de su trabajo como gestor cultural.

La biblioteca debe tener unos dos mil volúmenes o más, libros de literatura, filosofía, teología, arte y música entre sus estantes. En una de sus paredes resalta una fotografía del abuelo, así como varios reconocimientos por su labor cultural y social.

—Yo crecí entre libros, esta casa siempre ha estado llena de libros y de arte. 

Cuando pequeño veía a los artistas aquí sin tener mucha conciencia de quiénes eran o lo que hacían, pero estaban aquí —dice Humberto. 

En la década de los sesenta y setenta, en ese periodo, a esta casa acudían grandes figuras, eran asiduos Arturo Uslar Pietri, Simón Díaz, Aquiles Nazoa, gran amigo de la casa, así como los artistas plásticos Jesús Soto y Carlos Cruz Diez, quien también era de La Pastora. 

—Esta casa se convirtió en un centro cultural e intelectual de referencia en Caracas, mi abuelo era un incansable promotor cultural —la casona de la calle real se transfiguró en un ateneo. 

Se exhibían películas los domingos con un proyector de cine, uno de esos proyectores aún se conserva. El músico Sergio Moreira junto con Federico Ruiz organizaban una movida de formación de música académica y colaboraban en la programación de conciertos. Incluso se presentaron agrupaciones de danza y teatro. 

Humberto, de 55 años, un tipo alto, de hablar pausado y mirada contemplativa que es licenciado en letras y doctor en humanidades, se sienta en el escritorio de su abuelo. Revisa algunos libros que reposan sobre el mesón.

—Yo estudié letras, supongo que ese permanente contacto con la literatura y la cultura me llevó a eso —comenta mientras revisa viejos artículos de prensa sobre la labor comunitaria de su abuelo. 

Blanco Adrianza lideró la Junta pro Defensa de La Pastora, un movimiento vecinal que luchó por preservar edificaciones patrimoniales e históricas y evitó que se cambiara la zonificación para nuevos desarrollos urbanos. 

—He vuelto a vivir acá para rescatar la casa, el primero que lo hizo fue mi papá. La casa llegó un momento en que estaba muy deteriorada. Papá vino a restaurarla y yo junto con mi mamá hemos seguido ese trabajo, luego de que mi papá murió —cuenta. 

Humberto José Valdivieso Blanco, su nombre completo, es hijo de Humberto Valdivieso, un bioanalista de una familia del oriente del país y nieto de un médico militar de la época de Gómez. Su mamá, Edith Blanco, es pintora, nacida en La Pastora y está al frente de mantener la histórica casa donde aún residen.

Dibujos, acuarelas y óleos pintados por la mamá de Humberto decoran las paredes de la casa, brotan como las bromelias del jardín. La señora Edith es gentil, discreta y de hablar sosegado, ella tiene el gentilicio y estilo de los oriundos de La Pastora. 

—Mi mamá es artista, pero es artista para ella y para nosotros, creo que solo participó en un par de exposiciones, después no quiso mostrar más nada en público y es muy buena. Es una pintora tradicional —dice Humberto. 

La señora Edith reserva su arte para ella, no busca audiencia pero es prolífica, pinta muchísimo. Sus cuadros los tienen sus hijos, sus amigos, la familia. La casa está llena de obras creadas por ella. 

Hubo una escuela de pintores de Puerta de Caracas que se conoció como la escuela de La Pastora, ellos pintaban en el bulevar Brasil. Edith es de alguna manera heredera de esa tradición.

Hay un cuadro que reposa sobre un atril en el salón de la casona que capta las miradas de los visitantes, es una pintura de Edith en la que recrea con destreza la imagen de la residencia de los Valdivieso Blanco. Es la casa dentro de la casa. En la cocina que aún conserva los aires de antaño, otras obras de Edith conviven con un viejo piano del abuelo y otros cuadros de pintores costumbristas. 

—Algunos maestros artistas que han venido por acá, ven las obras y la felicitan, mamá tiene talento —comenta. 

Humberto también explica el vínculo de su madre con la casa.

—La relación de Edith con la casa es total, este es su hogar, su territorio, su espacio. Ella me ha enseñado a amar esta casa, al igual que mi tío que vive allá arriba, su hermano, el otro hijo de mi abuelo Blanco Adrianza que está en Venezuela. Para ellos dos este es como su lugar de vida. 

Según él es Edith quien ha mantenido vivo el legado de su abuelo.

—Mamá heredó de su padre ese amor por la cultura, el conocimiento, la sabiduría, el respeto ciudadano y especialmente ese cariño por La Pastora, todo eso ella lo mantuvo siempre muy vivo en nosotros y la necesidad de conservar la casa. 

Edith nació en La Pastora, así como sus dos hermanos, Adolfo Blanco García, quien vive en el segundo nivel de la casa, y Estela Blanco, quien reside en Bélgica. 

La casona es de un estilo colonial tardío, fue construida en un periodo previo al nacimiento de La Pastora, que es del siglo XIX, pero la casa es aún más antigua, probablemente de finales del siglo XVIII. La fachada tenía una placa que decía 1790. Era una de las viviendas del camino real a la entrada a Caracas por lo que debió ser una residencia de un noble o personalidad ilustre. Las casas por entonces se medían por el número de ventanas, la de al lado también formaba parte de la estructura y eso la hacía una casa de seis ventanas, las de mayor jerarquía. 

Foto Thalía Paparoni

Es una casona de techos de teja, de dos niveles con un balcón interior que da al jardín, un detalle que no es común en otras residencias colindantes. Esta era una vivienda de abolengo que tendría que estar vinculada a ese ir y venir por el camino real.

Antes de los Valdivieso Blanco y la familia del abuelo Adolfo Blanco Adrianza, la casa era de un abogado, el doctor Muñoz Rueda y su esposa.

—Ellos tenían esta casa bellísima, abajo había un jardín japonés, era un paseo muy bonito, mi abuelo la compró y ese jardín lo conservaba muy bien. Esta casa fue su vida hasta que murió —relata Humberto.

Parte de la estructura se cayó en el terremoto de Caracas, en 1967, la casa de al lado se derrumbó como consecuencia del sismo, aunque el centro cultural funcionó allí hasta finales de los setenta. 

—Esta casa representa la tradición de la familia y nos ha enseñado el peso de la memoria de lo que mi abuelo hizo en La Pastora y su trayectoria cultural. Ha sido una influencia muy importante para mí en mi vínculo con el arte y en mi carrera humanística —asegura.

En sus recuerdos más remotos de su infancia, Humberto mantiene presente que en esa casa siempre había libros y arte. En cada diciembre, en el pozo de piedra del jardín el abuelo lo rodeaba de libros y a todo aquel que los visitaba en Navidad le regalaba un libro.

—Yo vivía de niño aquí, tengo recuerdos vagos de esto porque tenía apenas cinco o seis años, pero sí recuerdo la energía de mi abuelo y la casa llena de gente todo el tiempo y rodeada de arte. Era un epicentro cultural. 

El arte está por doquier, no solo en la residencia de los Valdivieso Blanco sino en el ámbito profesional y en la vida de Humberto, quien es un investigador y curador de arte venezolano. 

Una guitarra con un relieve tallado de mariposa, una vieja máquina de escribir marca royal, una Virgen de Lourdes junto a un Ganesha, dios de la inteligencia y la sabiduría en la tradición hindú, un José Gregorio Hernández calzado de zapatos Converse e intervenido como obra de arte con un poema de Federico García Lorca. Son objetos del estudio de Humberto. 

En el espacio más íntimo donde trabaja y escribe, Humberto tiene su propia biblioteca donde abundan libros de historia del arte, estética, diseño, crítica, filosofía, catálogos de artistas emergentes, así como novelas y ensayos de escritores latinoamericanos. En contraluz al ventanal de dos puertas él toma entre sus manos el libro con las obras completas de Jorge Luis Borges, su libro de cabecera. 

—Yo me enamoré del arte estudiando letras, imagino que tenía alguna inquietud que había nacido conmigo justo en esta casa. Tuve la suerte de recibir clases de un sacerdote jesuita extraordinario, que fue el padre Antonio Cisuelo, unas clases que me impactaron muchísimo, y me hicieron amar el arte.

Este humanista pastoreño trabajó en el Centro Cultural Corp Group, hoy Centro de Arte Moderno, en la época en la que Guadalupe Burelli era la directora, donde empezó a escribir los catálogos de los eventos culturales y las fichas para algunas exposiciones en las que el asesor era el maestro diseñador Jhon Lange. Luego fue contratado como profesor de historia del arte en la Universidad Católica Andrés Bello, tal vez con esta cátedra comenzó a tejer su vínculo más formal con el estudio del arte. 

—Yo invitaba a los artistas a mi clase, recuerdo que el primero en ir fue el maestro Jaime Sánchez, después Rolando Peña, entre otros artistas venezolanos. Tuve la fortuna de conocer a grandes maestros que me empezaron a invitar a trabajar con ellos. Le debo muchísimo a Santiago Pol, fue mi maestro, aprendí mucho de él hasta que llegó algo muy importante que fue haber trabajado con Pol en la Bienal de Venecia.

Unos de los aportes más notorios de Humberto en el arte y la gestión cultural venezolana ha sido su trabajo por más de una década en el Centro Cultural UCAB, donde fue su curador, gracias a la invitación de Mabel Calderín, su directora de entonces, y unos de los responsables en transformar ese lugar en un nuevo espacio de relevancia del circuito cultural de Caracas. 

—Un centro cultural en el oeste del oeste —resalta con tono de orgullo. 

Como curador e investigador, Humberto tiene dos líneas de trabajo muy bien trazadas: una que ha construido con los grandes maestros que se han traducido en exposiciones, como Rolando Peña, Víctor Hugo Irazabal, Samuel Baroni, Régulo Pérez y Juvenal Ravelo, entre otros. La otra arista es su línea de investigación en arte digital en la que trabajó con la periodista cultural Margarita D’Amico. 

—Muchos de estos maestros del arte con la crisis de los museos quedaron un poco en el aire, ellos seguían produciendo y necesitaban espacios, les dimos esos espacios en el Centro Cultural UCAB. De igual modo, una de las primeras salas de arte digital-virtual del país la hicimos nosotros allí —explica Humberto.  

Encima de su escritorio reposa el libro Membrana, del escritor y cronista catalán Jorge Carrión, un texto que relata la historia de una exposición en un museo ficticio del siglo XXI cuyo catálogo fue escrito por una inteligencia artificial y cuyo argumento trata de la relación ancestral de la humanidad con la tecnología, un tema que obsesiona a Humberto como investigador del Centro de Investigación y Formación Humanística de la UCAB. 

Algunas obras de maestros o artistas amigos lo rodean en el estudio privado. Dos obras de Cruz Diez heredadas de su abuelo se ubican frente a un faro en una costa de Galicia pintado por su mamá, Edith, y unos dibujos de Oswaldo Vigas se alinean con piezas de Jesús Caviglia. En esa habitación, Humberto suele leer sentado en una cómoda poltrona o hace meditación con técnicas del budismo zen. 

—El arte ha marcado mi vida, ha enriquecido mi trayecto, he dicho y diré siempre que parte de lo que soy nació en esta casa, viene de aquí, de la energía que recogí al inicio de mi vida y lo que considero un legado de mi abuelo —dice esto sentado en una silla frente a la mesa del jardín en una tarde fresca.

En el patio interno de la casa, ubicada entre La Pastora y Catuche, el clima es fresco, aún prevalece ese clima idóneo y placentero que desapareció en otras zonas de Caracas. Pocas veces hace calor. En el jardín se respira un aire limpio, hay mucha naturaleza.

Foto Thalía Paparoni

—Supongo que gozamos de este clima por la cercanía al Ávila, tengo como herencia de mi mamá el amor por el jardín, ella es quien lo cuida, lo mantiene. Yo la ayudo, sé que las plantas y animales son protagonistas en esta casa, también la habitan, son parte de la familia. Hay pájaros que cantan, hay carpinteros, hay cristofué, hay loros, aquí a partir de las seis de la tarde y hasta las seis de la mañana hay un concierto de sapitos. 

Un bosque de bambú arropa el acogedor jardín. Hay helechos, orquídeas y muchas bromelias, también florecen trinitarias. En torno al pozo en el que convergen caminos de hormigas, un árbol de jazmín deja un dulce aroma afrutado. La última vez que floreció la dama de noche, unas cincuenta flores abrieron e impregnaron el patio con una intensa fragancia que llegó hasta Catuche. 

—El bambú que hay acá es un aire acondicionado natural. Eso me lo dijo un experto en botánica, es el efecto que tiene el bambú en el enfriamiento del aire. La parte baja del jardín llega hasta Catuche, y estamos trabajando con ellos, con mis queridos vecinos, para que la gente sea consciente que hay que convivir con la naturaleza —dice Humberto.

Desde hace unos años este profesor, curador de arte y filósofo trabaja junto a la UCAB y el Consorcio Social Catuche en un proyecto de acción social y cultural en Catuche. 

—Con la misma gente de la comunidad, hecho por ellos y sus propias manos, estamos construyendo un corredor artístico y ecológico. Catuche es una comunidad maravillosa, un ejemplo de resiliencia, organización y convivencia —asegura. 

Gracias al esfuerzo iniciado por el padre José Virtuoso, ex rector de la UCAB, de líderes sociales como Lisbeth Mora, conocida como “la Beba”, y de todos los miembros activos de la comunidad, Humberto impulsa la intervención de espacios de Catuche con obras de maestros consagrados de las artes plásticas venezolanas como Samuel Baroni, cuyo mural en Catuche “pintado en colectivo” se inaugurará pronto. 

Humberto se acerca a la ventana detrás del jardín, desde allí, bajo el fresco y la sombra del bambú contempla el Ávila y dibuja con sus manos los linderos de su casa con Catuche y explica que la casona es un eje entre La Pastora más urbana e histórica, la de la calle real, y Catuche con sus casas junto a la quebrada. 

La casa es un eje que conecta las dos cosas, el legado de su familia y su propósito social. 

—Lo veo como una misión de vida, quiero darle a esta casa un nuevo estatus, que retome su esplendor como un espacio valioso para la ciudad y la comunidad desde el arte y la cultura. Ese es mi propósito, tengo eso metido entre ceja y ceja. Lo haré en honor y memoria de mi abuelo.