ESPECIALES

La que sigue es una historia de sobresaltos por migración forzada. Desde que Rafa, un niño venezolano de 10 años, inició su travesía migratoria primero por mar, solo, de madrugada, sin la compañía de su padre o madre, se convirtió en un pequeño errante que atravesó y salió de Venezuela para reunirse con su familia. Un viaje que lo convirtió en uno de los tantos hijos migrantes y en el que le fueron vulnerados al menos 24 de sus derechos fundamentales. En un mismo testimonio se retratan las distintas aristas de la migración infantil venezolana: niñez no acompañada y dejada atrás, detención ilegal y deportación de un niño con perfil de refugiado, cruce de fronteras por pasos irregulares de alto riesgo y niñez sin documentos de identidad.

La travesía errante de Rafa es la tercera entrega de la serie Hijos Migrantes y narra la reconstrucción del itinerario de Rafa: Güiria-Trinidad-Güiria-Cúcuta en una crónica guiada por los recuerdos de su protagonista.

Crónica Yohennys Briceño Rodríguez
Ilustraciones Betania Díaz

Parte I

El zarpe

 Cuando Rafa llegó a la costa de Chaguaramas, en Trinidad y Tobago, su padre no lo estaba esperando. Y al cabo de unos minutos, las autoridades policiales de la isla ya habían sido alertadas.

—Estábamos en la orilla de la playa escondidos dentro de un bote cuando nos agarraron –describe unos meses después el niño venezolano de 10 años, como si se tratara de un cuento de aventuras.

La primera vez que Rafa fue obligado a migrar solo hacia Trinidad y Tobago, y tras varios días de infructuosos intentos, el bote no zarpó. Quizás fue una señal de que no era buena idea enviar al pequeño Rafa en plena madrugada hacia el país caribeño junto a un desconocido desde el Golfo de Paria, en la costa oriental de Venezuela.

Después hubo un nuevo intento. En esa ocasión lo acompañaría Luis, un hombre de 40 años, conocido de la familia. Cada zarpe fallido era un nuevo motivo para que Rafa no quisiera irse a donde había emigrado su papá.

Pero su madre insistió. En su casa ubicada en Güiria, en el estado Sucre, tener qué comer se había convertido en una angustia y siempre se repetía el menú: arepa con sardinas. El dinero no alcanzaba para más. Rafa y su familia llevaban rato formando parte del 99% de los habitantes del municipio Valdez –del que Güiria es la capital– que viven en la pobreza, según la más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (2021).

Sentir hambre y que el dinero no alcanzara fueron las razones que ella dio para decidir que su hijo migrara solo a Trinidad. No podía hacerse cargo de él y lo enviaba con su padre, que tenía cuatro años viviendo en el país antillano.

En agosto de 2021, el niño finalmente partió con otras 41 personas en una embarcación precaria desde la costa de Güiria en el Golfo de Paria hasta Chaguaramas, en Trinidad y Tobago. El peñero zarpó a las dos de la madrugada. Rafa llevaba consigo el bolso que solía usar para el colegio, cargado con algunas de sus ropas y un par de pastillas para el mareo que nunca encontró cuando las necesitó en ese viaje. Luis, el encargado de llevarlo a salvo al encuentro con su padre, estuvo al pendiente durante las tres horas de viaje. Su madre se quedó en tierra con sus hermanas menores. 

—No me fui a Trinidad porque no tenía a nadie para recibirme –asegura la madre de Rafa, quien se había separado años atrás del padre del niño.

Aquella noche del zarpe el mar estaba manso, como suele ser en esa época del año. Los viajeros llevaban salvavidas. Seis niños más iban a bordo. A Rafa lo mareó el bamboleo. Vació su estómago después de varias arcadas y se quedó dormido. Ya no sentía miedo y estaba orgulloso de llevar puesto el salvavidas para niños más grande del bote.

Rafa es un niño delgado, de baja estatura, piel morena y ojos cafés. Siempre lleno de energía. Le gusta mucho el fútbol, el reggaetón (Ozuna es su cantante favorito) y le encanta echar cuentos. Pero en ese recorrido casi no habló.

—Durante el viaje él estaba normal. Iba callado —recordó Luis, el hombre que lo acompañaba en esa travesía marítima.

Tal vez pensaba en sus hermanitas –él es el mayor de tres hijos y es el único varón– o en su papá, a quien no veía desde hacía más de cuatro años, cuando emigró para buscar oportunidades laborales.

El padre era parte de esos 28.478 venezolanos que hasta mayo de 2022 residían en Trinidad y Tobago, según datos de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V).

El viaje se hizo sin contratiempos. No hubo encuentros con piratas ni corsarios. Ningún altibajo más allá del provocado por la inercia del mar. Dice Luis que el bote era grande, así que a pesar de las 42 personas a bordo, no sintieron mayor peligro.

El estrecho que separa las costas de Güiria y Chaguaramas tiene unos 85 kilómetros y se puede recorrer en tres horas. Allí confluyen las aguas del agitado Mar Caribe, el oleaje furioso de la Boca de Dragón -donde se produce el choque entre ese mar y las aguas del Atlántico-, y los peligrosos encuentros con traficantes que pululan en la zona.

En ese paso marítimo han naufragado al menos cuatro embarcaciones desde 2019 y más de 100 venezolanos fallecieron o desaparecieron.

Aun así, ese fue apenas uno de los obstáculos que Rafa tuvo que afrontar en aquella travesía de desdichas y desconciertos. Y no iba a ser el único.

En Trinidad y Tobago, para el año 2021, había al menos 2.089 niños venezolanos migrantes según la Matriz de Seguimiento de Desplazamiento (DTM, por sus siglas en inglés), coordinada por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Muchos de ellos tuvieron que emprender una travesía como la de Rafa.

Parte II

La detención

 El sol ya comenzaba a asomarse cuando el bote donde viajaba el niño se acercaba a la orilla de Chaguaramas.

Ese fue el lugar de entrada de Rafa a la isla, así como el de muchos de los migrantes venezolanos que usan esa ruta. Chaguaramas es una de las localidades de Trinidad y Tobago más cercana a Venezuela, y está a tan solo 17 kilómetros de Puerto España, la capital de ese país.

Antes de enviarlo a Trinidad, la madre había conversado con el padre de Rafa vía WhatsApp y acordaron que él lo recibiría allí en cuanto llegara.

El niño formaría entonces parte de los 1.226.000 menores de edad venezolanos que han migrado del país, según la plataforma R4V, basada en datos de Acnur, Unicef y la OIM.

El plan era que el padre de Rafa estuviera en la playa, o al menos cerca, cuando el bote se aproximara. Él sería la primera persona que el niño vería al llegar, se haría responsable de él y tan pronto como fuera posible lo llevaría a un lugar seguro.

Pero nada de esto ocurrió.

Al entrar a Trinidad y Tobago sin documentación, los migrantes corren el riesgo de ser capturados por las autoridades trinitenses y deportados. Por eso muchos de ellos huyen a esconderse apenas las embarcaciones atracan a la isla.
Los niños venezolanos migrantes también lidian con este riesgo.

Tan solo en 2021, al menos 70 niños, niñas y adolescentes venezolanos fueron deportados, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

Cuando Rafa llegó a la costa, su padre no lo estaba esperando. Nadie había ido por él. En cuestión de minutos, las autoridades de la Guardia Costera de Trinidad y Tobago descubrieron la llegada irregular de los pasajeros. Atraparon al niño y a todos los que viajaban en la embarcación.

—Lloré una sola vez cuando pensé que me iban a meter preso. Lloré porque tenía miedo. Y me metieron –cuenta Rafa.
Luis –el hombre que lo acompañaba en el bote– dice que lo notó aterrado, que le había dicho que tenía miedo, que no sabía cómo consolarlo. Durante todo ese proceso en el que estuvieron encerrados, fue quien lo sostuvo y le brindó cierta protección. Ya se conocían antes del viaje y eso ayudó.
Ambos fueron apresados y trasladados al Centro de detención de migrantes de la Guardia Costera, en el Helipuerto de Chaguaramas. Este es el lugar donde el gobierno trinitense suele recluir a los migrantes, sobre todo a los de Venezuela.

En el año 2021, distintos medios de comunicación venezolanos y trinitenses reportaron las detenciones de al menos 143 venezolanos en Trinidad y Tobago por entrar sin permiso a ese país. 48 de ellos eran menores de edad.

Carlos Trapani, abogado y coordinador general de Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap), organización que trabaja por los derechos de la niñez y la adolescencia en Venezuela, afirma que criminalizar el hecho migratorio y haber detenido al pequeño Rafa contraviene las normas internacionales previstas para proteger sus derechos.
—Trinidad y Tobago ratificó en 1990 la Convención de los Derechos del Niño y, al hacerlo, se obliga a garantizar los derechos a todo niño que se encuentre dentro de su territorio, independientemente de su estatus migratorio –advierte Trapani.
Rafa permaneció en el centro de detención con el grupo de hombres migrantes que habían sido capturados con él. Estaba en un área donde no había aire acondicionado pero sí televisión y camas. No eran los únicos allí. En total, Luis contó 116 personas y cada semana llegaban más.
El niño no se separó de Luis. Y el padre, quien contaba con un estatus regular en Trinidad desde 2019, acudió al lugar varias veces para intentar verlo pero no se lo permitieron.
—Yo no vi a mi papá. No lo dejaban entrar para que me viera –lamenta Rafa.
—No nos permitían visitas ni contacto con los familiares –dice Luis–. Donde estábamos era como un comando militar. Solo recibíamos lo que mandaban los familiares.
Así pasaron los días encerrados. Rafa, que había sido enviado en contra de su voluntad a vivir con su padre, estaba detenido y rodeado de desconocidos, sin la posibilidad de encontrarse con algún familiar y sin vislumbrar ese mundo de oportunidades fuera de Venezuela del que tanto le habían hablado para convencerlo de emprender ese viaje.
Su madre no tenía contacto con él. Estaba aislado, encerrado, en un país que no era el suyo. Detenido bajo las órdenes de oficiales que no hablaban su idioma.
El niño estaba muy confundido y con miedo.
—Y hubo momentos en que se ponía triste porque quería estar con su mamá y sus hermanitas –refiere Luis.
Pero de a poco, Rafa se fue adaptando a su nueva realidad. Y hubo dos ocasiones en las que pudo hablar con su madre. Todo gracias a un teléfono que lograron ingresar a escondidas al centro de detención.

Parte III

Sin privacidad

 —Yo tenía allá dos amiguitos nada más. Después fue que vinieron más niños que agarraron. Jugaba fútbol con ellos, en un piso liso ahí donde uno estaba encerrado. Ese sitio era grande. ¡Bien grande! –sigue contando Rafa.

Por como resume ese episodio, pareciera que tenía plena conciencia de que estaba encerrado, de que era injusto, pero decidió aprovechar los buenos momentos que podía encontrar, como la televisión, la comida –que en su casa en Venezuela era limitada– y los nuevos amigos que aumentaban con frecuencia. Algunos tenían su edad y otros eran más pequeños. También le llamó la atención la amabilidad de ciertos oficiales que a veces le daban alguna merienda.

—Me sentía bien porque comía bien –dice Rafa–. Me daban pan, arroz con pollo en el almuerzo y en la noche domplina (una especie de arepa hecha a base de harina de trigo, tradicional de Güiria). Luis siempre estuvo conmigo.

Pasaba los días viendo la televisión o jugando con algún niño. A veces se quedaba dormido en la tarde. Al principio, lo dejaron en el área donde estaban los hombres, pero luego fue trasladado al ala destinada a las mujeres.

Sobre estas detenciones, el abogado Trapani señala que esta acción de los funcionarios del gobierno de Trinidad y Tobago es una política sistemática de violación a los derechos de los niños migrantes y de los adultos.

—Cada Estado es soberano en establecer sus políticas migratorias. Lo que no puede hacer basado en esa política es vulnerar derechos humanos. Y lo que hace Trinidad y Tobago es una práctica sistemática de criminalización del hecho migratorio a los venezolanos. Ellos debieron permitir el contacto y comunicación inmediata del niño con su padre –insiste el coordinador de Cecodap.

Junto a Rafa había 11 niños más. Él lo sabía porque todos los días hacían un conteo de los detenidos. Para el Gobierno de Trinidad y Tobago aquella no era una cárcel, pero para Rafa parecía algo similar.

—Yo sí dormía bien. Primero nos tenían en un sitio donde hacía calor. Después, al mes, nos pasaron para un cuarto donde había aire y un poco de camas que estaban como en fila. En mi cama dormía yo solo. Tenía una almohada y una sábana gruesa que me regaló una amiga ya grande. Los guardias no me dieron sábanas.

Detenido, Rafa contaba con algunas comodidades de las que carecía en su casa, situada en una de las zonas más deprimidas de Güiria. Allá no había aire acondicionado ni una cama solo para él. Rara vez llegaba el agua. En la sala tenían una pequeña televisión con la señal inestable. En la nevera había poca comida y no alcanzaba el dinero para merendar. Su mamá salía a diario para tratar de conseguir algo para cocinar, pero era frecuente que Rafa comiera solo dos veces por día.

Durante la detención, lo que a Rafa le parecían comodidades, quedaban rezagadas cuando tocaba el turno de asearse. Cuenta que debía bañarse con el grupo de hombres. No había un espacio o momento dedicado solo para los niños. Las autoridades trinitenses le dieron un jabón, crema y cepillo de dientes para su higiene personal.

—Lo malo era que uno se tenía que bañar en fila porque había dos baños nada más –se queja Rafa.

Esta fue una de las mayores vulneraciones a sus derechos.

—Él me contó que se bañaban por separado hombres y mujeres pero que él estaba con los hombres adultos y compartían los dos baños que había –describe la madre del niño, cuando se reunieron finalmente tiempo después–. Se tenía que desvestir en frente de todos y se quedaba en bóxer.

Así pasaron varias semanas y él seguía sin ver a su padre. Tampoco hablaba con su madre, y de vez en cuando salían al aire libre junto a los demás niños.

—A veces los policías nos dejaban salir con ellos, a ver la playa y eso –cuenta Rafa.

Aquello era una suerte de libertad efímera. Ya había pasado un mes encerrado. Mientras estaba ahí, llegaban más personas detenidas que huyeron desde Güiria. A uno de ellos, el pequeño lo conocía bien. Solía llamarlo “abuelo”, y al reencontrarse en este lugar le comentó –para su sorpresa– que su mamá, sus hermanitas y su abuela ya no estaban en su casa de Güiria.

Todas habían emigrado a Colombia.

Parte IV

No hay llamadas

El hombre a quien él llamaba “abuelo” estaba en otra área del centro de detención. Estuvieron separados un tiempo pero luego lo trasladaron a una sala cercana donde estaba el niño, y se veían más seguido. Rafa se sentía mejor con él cerca. Era un paisano conocido.

Pese a los múltiples intentos, el pequeño seguía sin ver ni hablar con su padre. Solo recibía las cosas que en ocasiones le mandaba.

—Los policías no nos dejaban hacer llamadas. Si venían los policías y alguien tenía el teléfono ocupado decían “¡agua, agua está cayendo del chorro!”. Decían así para que uno escondiera el teléfono –recuerda Rafa, como si de una travesura se tratara.

El psicólogo y coordinador del programa Creciendo sin violencia de Cecodap, Abel Saraiba, explica que la migración forzada, por sí sola, implica circunstancias traumáticas, sobre todo para los niños.

—Se agrava la situación si se le impide el contacto con los padres. Además que esto viola todos los tratados internacionales en materia de protección a la infancia. La migración, de hecho, es un derecho y no puede ser criminalizada. Eso no quiere decir que nosotros vamos a alentar y promover la migración irregular, pero hay protocolos y formas de actuar ante este tipo de casos.

En la primera entrega de la serie Hijos Migrantes, se elaboró una guía con La ruta del deber ser, que indica paso a paso cuáles son los procesos necesarios a completarse antes de migrar.

Ninguno de los que estaban detenidos en el Helipuerto de Chaguaramas en septiembre de 2021 sabía con claridad que los iban a deportar. Las autoridades no les daban información y la inquietud crecía en todos al notar que varios de sus compañeros de encierro tenían más de un año ahí.

Hasta que llegó la madrugada del 18 de septiembre.

Parte V

La deportación

 —No hubo aviso. Llegaron en la madrugada de la deportación y nos montaron en la fragata guardacosta de Trinidad –comenta Luis–. En la línea marítima territorial nos estaba esperando un transporte de la armada venezolana donde hicimos el transbordo.

La deportación fue un acuerdo entre los gobiernos de Trinidad y Tobago y de Venezuela, los cuales mantienen estrechas relaciones diplomáticas y comerciales hasta la actualidad.

A pesar de que el proceso de deportación violó varias normativas internacionales, entre ellas el derecho de Rafa como niño migrante a no ser deportado por su condición de refugiado, no hubo reclamo diplomático alguno del gobierno venezolano.

40 días estuvo detenido Rafa antes de que lo devolvieran al lugar de donde lo habían obligado a huir.

La noticia de la deportación se publicó en los medios de comunicación venezolanos. Reseñaron que más de 150 venezolanos fueron deportados aquel sábado de septiembre. 25 de ellos eran niños, entre los cuales estaba Rafa.

Llegaron a tierra firme, al muelle de Güiria, y luego los trasladaron a la sede de la escuela náutica pesquera del pueblo. Rafa no podía salir de allí. Necesitaba que un representante se acercara a buscarlo, por exigencia de las autoridades. Pero su padre estaba en Trinidad y su madre había emigrado a Colombia luego de haberlo enviado a la isla. Y antes de migrar, sus padres no hicieron el trámite de Colocación familiar por entrega voluntaria y, por tanto, ningún adulto tenía la potestad de ir por él.

De nuevo, ahora en su país, en Venezuela, Rafa estaba detenido, sumado al hecho de que había sido dejado atrás por su madre.

Así como Rafa, se estima que más de un millón de niños, niñas y adolescentes se quedaron en Venezuela al migrar sus padres, según proyecciones de Cecodap. A esta condición se le denomina “dejados atrás”.

El pequeño tenía la esperanza de que su madre fuera por él. Pero no llegó. Muchos de sus familiares pidieron que se los entregara, pero las autoridades se negaban. Luego de llantos, súplicas y llamadas, Rafa pudo reunirse con su tía, una de las hermanas de su padre.

—Extrañaba bastante a mis hermanitas y cuando llegué a Güiria hablé con mi mamá por teléfono y le dije que me mandara una nota de voz de ellas.

Pasaron seis meses y Rafa continuaba sin encontrarse con alguno de sus padres y con un complejo camino aún por recorrer. No recibió regalos del Niño Jesús en navidad ni le dio el feliz año a sus padres o hermanas. Durante las comidas, a su alrededor había muchas sillas vacías. Las llamadas no eran suficientes.

—Es una experiencia de revictimización terrible que puede implicar cuadros de estrés agudo o estrés postraumático. Es un contexto que deviene en alteraciones de la salud mental. Independientemente de que un niño o un adolescente pueda tener una serie de recursos emocionales, nunca van a ser suficientes para enfrentar algo como esto. Ningún niño tendría que estar preparado para someterse a una migración irregular, para vivir un retorno y para vivir un proceso de separación de los padres producto de la migración –explica el psicólogo Abel Saraiba.

Rafa tampoco podía volver a la escuela en esos días. Sus documentos estaban –y aún están– retenidos en el colegio privado de Güiria donde estudiaba. Su madre podía pagar la matrícula gracias al trabajo como peluquera, ingreso que luego perdió tras la separación con el que era su socio. Desde la institución se negaron a entregar los papeles del niño hasta que la deuda fuera saldada. Con esta acción vulneraron su derecho a la educación.

Parte VI

Ahora por una trocha

 

En marzo de 2022, la madre de Rafa pudo ir a buscarlo por fin a Güiria. Viajó desde Cúcuta, Colombia.

—Yo estaba dormido y mi tía me despertó y me dijo que tenía una sorpresa. Cuando vi era mi mamá. Salté sobre ella.

Solo se quedó en su pueblo un par de días más antes de retomar la travesía migratoria. Rafa inició de nuevo el viaje, esta vez por tierra, en autobús, y al lado de su madre, sin pasaporte y rumbo hacia Colombia. Fueron casi dos días de viaje. Primero hicieron una pausa en Caracas tras 14 horas de recorrido desde Güiria. Después siguieron por unas 20 horas más hacia la frontera del Táchira, en Los Andes.

—Rafa se mareó y vomitó en el camino. No íbamos cómodos, la verdad, pero el viaje estuvo bien. El pedacito feo fue el de la trocha –resume la madre del niño.

Atravesaron juntos aquel paso irregular entre matorrales. Su lugar de destino era Cúcuta, en el Norte de Santander, donde sus hermanitas y su abuela lo esperaban.

Al verlas, por fin, Rafa se sintió feliz.

Después de aquel viaje errante por tierra, pasó a formar parte de los más de 405.000 niños venezolanos que se encuentran en Colombia, según datos publicados por Migración Colombia.

Vivían juntos hasta que su madre consiguió alquilar una pequeña habitación en un barrio de la ciudad de Cúcuta. En ese espacio tenían dos camas, una cocina y un baño. Compartían la casa con otras dos familias.

Luego de su primera migración forzada, Rafa no recibió asistencia psicológica. Ese servicio en Venezuela no está garantizado por el Estado y los esfuerzos de la sociedad civil para brindar ese tipo de apoyo a los niños, niñas y adolescentes no llegan a todos los rincones del país, como revela el informe de Cecodap Vulneraciones de los derechos de los niños, publicado en mayo de 2022.

Este hijo migrante todavía debe enfrentar otros obstáculos: quiere estudiar en Colombia pero sin los documentos no se lo permiten, sueña con jugar fútbol pero su mamá aún no gana lo suficiente para inscribirlo en alguna institución o academia deportiva.

Por eso suele quedarse en casa gran parte del día sin mucho que hacer. A veces, juega fútbol con unos niños en un campo improvisado cerca de donde vive y come dulces colombianos, que le gustan mucho.

Espera, paciente, el día que pueda volver a la escuela. Lo demás lo ha pasado por alto. Lo que le ocurrió lo cuenta sin filtros a quien sea que quiera saberlo.

*Los nombres de los protagonistas de esta historia fueron cambiados para proteger su integridad.

24 derechos vulnerados

De los 45 derechos contemplados en la Convención sobre los Derechos del Niño –primera y más relevante ley internacional sobre los derechos del niño en el mundo y de la que Trinidad y Tobago es firmante– a Rafa le fueron vulnerados al menos 24.

Un análisis de esa convención da cuenta de que el gobierno de Trinidad y Tobago vulneró derechos esenciales del niño. En especial los artículos 2, 10, 11 y 22, que reflejan que le negaron la protección de sus derechos como niño sin distinción de nacionalidad, la posibilidad de solicitar la entrada a un país diferente al suyo, el derecho a no ser detenido ilegalmente en territorio extranjero y el de obtener la distinción de refugiado y ser considerado como uno.

De la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, le vulneraron al menos el derecho a la no discriminación y el de no recibir sanciones penales por la entrada a un país extranjero. Y de los Principios Interamericanos sobre los Derechos Humanos de todas las personas Migrantes, Refugiadas, Apátridas y las Víctimas de la Trata de Personas a Rafa le fueron ignorados sus derechos a no ser expuesto a tratos degradantes, a la reunificación familiar, a quedar exento de ser detenido por ingreso irregular, sobre todo por ser un niño. Ignoraron también otros 16 principios más.

De la Declaración de Cartagena le pasaron por alto su calidad de refugiado, porque según Acnur, desde 2018 los venezolanos que se vieron obligados a migrar de manera forzada porque le fueron arrebatados sus derechos humanos deben ser reconocidos como refugiados.

Acnur también establece al menos cuatro de los derechos fundamentales de los refugiados: el de no retorno, no penalización, protección y asilo y la no discriminación. A Rafa le fueron vulnerados todos estos.

Tampoco respetaron varios de sus derechos contemplados en la Convención Americana de los Derechos Humanos y otras regulaciones claves presentes en el derecho internacional.

A continuación, el detalle de cada derecho violentado en el caso de Rafa:

  • Convención sobre los Derechos del Niño (1989)
    • Artículos que señalan los derechos vulnerados: 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 14, 16, 18, 19, 20, 22, 27, 28, 31, 37, 38, 39, 40

  • Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (1951) y su Protocolo de 1967
    • Artículos que señalan los derechos vulnerados: 3, 31, 33
  • Declaración de Cartagena (1984)
    • Conclusión: segunda, tercera, quinta, octava, decimotercera
  • Convención Americana sobre Derechos Humanos (1969)
    • Artículos que señalan los derechos vulnerados: 7, 19, 22
  • Principios Interamericanos sobre los Derechos Humanos de todas las personas Migrantes, Refugiadas, Apátridas y las Víctimas de la Trata de personas (2019)
    • Principios: 6, 9, 10, 11, 12, 13, 15, 16, 33, 51, 55, 56, 60, 61, 67, 68, 71, 72, 73, 75

 Para conocer otras normas internacionales que amparan a los Hijos migrantes venezolanos, consultar la Guía de derechos de los niños, niñas y adolescentes migrantes publicada como parte de esta serie.

Créditos

Coordinación general

Liza López

Investigación y crónica

Yohennys Briceño Rodríguez

Editores

Liza López y Jonathan Gutiérrez

Ilustraciones

Betania Díaz

Corrección de estilo

Ysabel Viloria

Coordinación multimedia

Abigaíl Carrasquel

Diseño y montaje web

Anaís Marichal

Concepto gráfico serie Hijos Migrantes

Daniela Dávila – LUDA