El joven deportista de La Pastora de movimientos rápidos y golpes certeros en su técnica sobre el ring, es un heredero del legado de grandes leyendas del boxeo nacidas en esta parroquia y un atleta que confía en el valor de la disciplina y la fuerza de la voluntad propia para lograr su sueño
Crónica Jonathan Gutiérrez / Fotografías Leo Álvarez
Cae la noche y una puerta de madera desconchada y abierta deja ver las lozas del piso de mosaico que resalta por sus estampas con círculos de flor lis. Al traspasar el umbral de la Casa número 58 del bulevar Brasil de La Pastora, aparece en escena un joven que golpea, sin cesar, un saco de boxeo marca Tamanaco que cuelga de una viga del techo como si fuese una piñata. Con una mirada de fiera tras la presa, sigue un baile ritual en el que ataca al saco frente a él con la rapidez y fuerza necesaria para acabar con el oponente. Se escuchan los golpes secos.
El ring de entrenamiento de Edwin Rodríguez, pastoreño de 17 años, es en realidad un gran salón de paredes verdes chillonas de una casona severamente deteriorada cuya arquitectura de estilo morisco revela un pasado de esplendor. Sin camiseta, visiblemente transpirado, no se detiene en la ofensiva que ejecuta con sus guantes. Él se concentra en disparar una seguidilla de ganchos directos al centro del objetivo y por instantes sube la dirección del puño y lanza un golpe recto con la mano proyectada e imaginando, tal vez, el rostro de un rival.
En el performance, Edwin no descuida la defensa, se planta en el suelo, hace un juego de pies, da pequeños brincos con sus brazos transfigurados en un escudo que protege su cara, mientras solo deja una rendija por la que se ven sus ojos clavados en un punto fijo hasta que pasa de inmediato a la acción. Un sinnúmero de repetidos upper, golpes lanzados de abajo hacia arriba, tambalean el saco, y cierra la estocada con un golpe directo que causa un estruendo en el techo que sostiene la viga.
Suena un celular –a modo de campana– y el joven boxeador aprovecha para hacer un descanso. Era el teléfono de una señora vestida con una bata de flores, quien lleva un paquete de Harina Pan y atraviesa el cuadrilátero-salón. Un perro sigue a la mujer, se detiene en medio de la escalinata de la entrada y no deja de ladrar. Una niña, que juega con su muñeca barbie rubia, come una chupeta y se sienta en un sofá sin piel cuyo único material visible es la gomaespuma amarilla del relleno. Un amigo que hace de entrenador del boxeador envía un mensaje por Whatsapp apoyándose en un viejo colchón. Son los vecinos de Edwin.



La casona andaluza de techos a doble altura, columnas griegas de capiteles corintios y una escalera de caracol que conduce a un segundo nivel, es una vivienda multifamiliar.
—Mi sueño es sacar a mi mamá de aquí, ponerla a vivir en una casa donde tenga todas las comodidades y llegar a ser campeón olímpico, ser reconocido. Ese es mi sueño.
La casona era de unos españoles que vivieron allí hace muchos años, la quinta de principios de siglo fue abandonada y varias familias la asumieron como su hogar.
—Toda mi vida he vivido aquí, en esta casa en La Pastora —dice Edwin, quien reside allí con su mamá y sus dos hermanas, él es el hijo menor de la familia.
El papá de Edwin falleció inesperadamente hace más de un año, desde entonces en honor a su padre practica boxeo. Su papá lo quería iniciar en el boxeo desde niño para que se defendiera del acoso escolar en el colegio o en el liceo. A su mamá nunca le gustó la idea, ella piensa que es un deporte muy violento.
—Seguí el consejo de mi papá, pero también me gustó boxear, me enganchó el deporte.
En septiembre de este año, Edwin cumple quince meses practicando boxeo, no lo ve como un pasatiempo, dice que entrena para ser el mejor. Se sienta en el sofá desgastado mientras se quita una venda elástica de color azul que cubre su mano derecha. Vendarse ayuda a disminuir lesiones en la muñeca y en los nudillos, a proteger el arma deportiva del boxeador.

—Empecé a practicar con un chamo de Propatria, otra zona de Caracas, mi mamá aunque al principio no quería, fue quien lo buscó, me dijo que él practicaba antes y era bueno, entonces me puse a aprender con él antes de encontrar un lugar donde entrenar —cuenta.
Como aprendiz necesitaba entrenar con mayor rigor y el sitio idóneo lo encontró en el Instituto Nacional del Deporte (IND), en la sede principal que está en El Paraíso, muy cerca de la redoma de la India, en Caracas. Allí practican algunos de los boxeadores de la selección nacional y Edwin recibe entrenamiento de manos del profesor Luis “Manito” Bastardo, quien fue boxeador profesional y llegó a representar a Venezuela en torneos internacionales.
Edwin desmonta el saco de boxeo que se alza sobre el salón, a pesar de que pesa unos 15 kilos, lo hace con la agilidad de quien está habituado a una rutina que domina, lo abraza como si fuera un tesoro que resguarda, sale por el portón de madera de la casa y camina graciosamente con el saco por el medio de la calle, hasta llegar a donde lo almacena.
—Golpear el saco me da confianza, me ayuda a mejorar la precisión y la velocidad de los golpes —asegura.
—Este muchacho tiene porte —dice Víctor Zambrano, cronista de La Pastora al ver a Edwin —le recuerda a otro boxeador legendario nacido en la parroquia.
La Pastora ha sido un semillero de grandes boxeadores, en una época incluso el boxeo le disputaba al béisbol la preferencia de ser el deporte nacional. Muchos en la comunidad eran aficionados a seguir las peleas narradas por radio o ver los combates transmitidos por televisión.
Carlos Enrique Hernández Ramos, mejor conocido como “Morocho” Hernández”, nacido en la pastoreña esquina de Dos Pilitas, fue el primer campeón mundial que tuvo Venezuela. El púgil ganó la faja mundial del peso welter junior (140 libras) al estadounidense Eddie Perkins el 18 de enero de 1965, luego de batallar durante 15 asaltos librados en el Nuevo Circo de Caracas. Edwin es heredero de esa tradición.
El primer día de entrenamiento su profesor le enseñó a Edwin las técnicas básicas, practicó paso adelante, paso atrás, comprendió los golpes que deberían ser y no ser, aprendió a tirar un jab, también directo a gancho, upper y los movimientos que él llama “esenciales”.
El jab es un golpe rápido y directo que sirve para atacar y también para defenderse. Edwin ejecuta un jab para demostrar en qué consiste. Protege el rostro con su puño derecho y de repente lanza un golpe rápido con su puño izquierdo. Mientras explica ve la sombra de sus brazos y puños proyectada en la pared, dibuja con la silueta de su cuerpo la descripción del golpe.
—He visto mi evolución, ha avanzado, siento que he mejorado mucho este año —comenta sobre su progreso en el deporte desde que comenzó a entrenar—. Del 1 al 10, he mejorado un 9, mejoré la resistencia, mi rendimiento, gracias a mi profesor, él es boxeador y creyente en Dios, le tengo fe y me tengo fe —afirma.

Entrena de lunes a viernes de cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche, cuatro horas diarias de un entrenamiento que suma 20 horas a la semana. Por motivación propia también entrena unas 2 o 3 horas adicionales en su casa los días sábados de cada fin de semana.
—Soy disciplinado, intento serlo lo más que pueda porque si evalúan que tenemos producción y avance, luego el profesor nos manda a competir en programas de boxeo —cuenta.
Aunque Edwin vive en La Pastora, desde pequeño ha estudiado lejos, en Propatria, al oeste de la ciudad, en el Liceo Arrias donde en junio de este año se graduó de bachiller. Asistía a clases desde temprano en la mañana al mediodía. Regresaba a su casa a almorzar, descansaba y a las tres de la tarde en punto salía a su entrenamiento en el IND, rutina que continúa haciendo desde que terminó el liceo.
—Nunca he faltado a una práctica.

Cuando no está sobre el ring, al atleta de un metro ochenta de estatura que parece un lince cuando pelea, las facciones duras se le desvanecen y dejan al descubierto al adolescente que es, un joven tímido y amable, de piel trigueña y un peso de 70 kilos que lo ubican en la categoría welter del boxeo.
Aunque apenas comenzó a los 16 años, para su entrenador, Luis “Manito” Bastardo, entró tarde en la disciplina, razón por la que no acumula tantas peleas oficiales. Sin embargo, su profesor considera que es bueno boxeando, ha evolucionado bien y por su constancia puede llegar lejos.
—Me ha ido bien en las competencias, hay gente que agarra el deporte por amor y pasión, yo siento eso por el boxeo. A esto quiero dedicar mi vida, lo veo como la posibilidad de cumplir mi sueño y sacar adelante a mi mamá —dice convencido.
Este muchacho cree que no hubiese logrado nada sin su mamá, quien aún mantiene el temor de que sufra alguna lesión o sea maltratado en una pelea, pero no ha dejado de apoyarlo para que avance.
—Ella me apoya en todo para que yo haga lo que me gusta y eso es boxear.
Mireya Álvarez, la madre del joven pugilista, es peluquera, trabaja de lunes a lunes y la cabeza de una familia que también conforman las hermanas mayores de Edwin, Rosdelys y Milady. Mireya asiste con frecuencia a las peleas para acompañar a su hijo, paga al entrenador, le compra los uniformes, así como los otros implementos que requiere.
Edwin tiene su ropa de entrenamiento, los uniformes para el ring, y como hay una esquina roja y una azul, de igual modo tiene un traje rojo y un traje azul para sus competencias. Necesita, además, vendas, guantes, protector bucal, cuerdas y el saco de boxeo que le regaló un amigo de La Pastora a quien él llama “san Lucas”.

Un atleta de alta competencia debe seguir una alimentación adecuada. Mireya incluye en las compras semanales del mercado los productos que necesita para cumplir su dieta.
—Acudí a la consulta de un nutricionista para averiguar qué era lo que tenía que comer para mantener el peso: en la mañana plátano sancochado con huevo revuelto, en el almuerzo ensaladas con proteínas y frutas pero me indicó que no las comiera después de las cuatro de la tarde, y en la noche atún con galletas. Mi mamá me hace la comida —comenta.
Trata de no romper la dieta, es obsesivo con mantener su peso, solo se sale del menú sugerido los domingos o días especiales, esos días en los que la mamá de Edwin prepara su comida favorita, pabellón criollo o pasticho y se da el gusto de comerse un chocolate.
Edwin no tiene novia, a quien le consulta responde sin dudar:
—No, estoy concentrado en mi boxeo.
Sus vecinos y amigos lo definen como alguien pasivo, muy tranquilo, que no busca problemas con nadie, colaborador y enfocado en lo suyo.
—Nunca he peleado fuera del ring, más bien lo evito —dice.
Tiene claro que el deporte no es un campo para el conflicto, una lección aprendida con la convicción de que en el boxeo unas veces se gana y otras no, que nunca se puede subestimar a una persona, que es muy difícil llegar o clasificar a las competencias y aún más salir victorioso.
—Para ganar hay que trabajar muy duro, me gusta la victoria y también la derrota porque perdiendo también se gana —dice con firmeza.

Sufrió una derrota que recuerda con precisión, fue una pelea en La Guaira donde fue a competir en su categoría de 70 kilos por Distrito Capital. A pesar de tener la certeza de que la ganó –por los golpes que tiró, acertó y esquivó– el triunfo se lo otorgaron a su contrincante.
—Lloré porque sentí que me habían robado la pelea. El árbitro contó mal para favorecer al otro, que era de La Guaira igual que él, y no fue imparcial —relata.
Desde entonces el entrenador le dice que cuando viajen a competir a un estado del país donde el oponente sea del programa local, debe ganar por knockout para que no haya dudas.
Edwin ha noqueado a tres rivales, jamás ha sido noqueado hasta ahora. Solo recuerda haber sufrido un golpe que lo dejó sin aliento. Aunque perdió esa pelea, luego conversó amistosamente con el oponente. En su haber tiene un récord de ocho victorias y cuatro derrotas.
No tiene computadora, tampoco internet en su casa, su conexión con la red es a través de su teléfono inteligente y se conecta por datos. En su ventana de búsqueda casi todas son sobre boxeo: cómo mejorar la resistencia, la movilidad o los movimientos en piernas y caderas, o su técnica.
Además del boxeo, Edwin disfruta jugar al básquet los domingos, juega cerca de su casa en una cancha en Mecedores, lo que le ayuda en su agilidad motora. En el bulevar arbolado que está frente a su casa, también a veces se pone a jugar chapita o pelotica de goma.
Le gusta escuchar funk y hip hop, y la música de Reis Bélico, Micro y Big Soto, artistas de la escena de rap venezolano, así como música urbana brasileña a la que llegó a través de TikTok.
—Tengo TikTok, me gusta mucho, no uso Twitter ni Instagram.
En las consultas de internet también busca videos o películas de algunos pugilistas famosos en la historia del boxeo, entre ellos, Mike Tyson, de quien admira su estilo de boxeo.
—Tyson es agresivo y fajador, va a la ofensiva, se le pega al oponente, no le da respiro porque busca el knockout de una vez.
Edwin define su propio estilo de boxeo como estilista y fajador, al hablar de sí mismo el pastoreño considera que es un peleador que mantiene el orden en el ring y a la vez se mueve rápido.
—Mi estilo es mixto como el de Mohamed Alí —dice al compararse con la leyenda del boxeo mundial— era un boxeador genial, él se expresaba mucho en el ring, tenía un estilo único que lo hacía diferenciarse de los demás, era rápido, ágil y preciso en la pegada —explica Edwin.

Pero hay otro ícono del boxeo que es el ídolo de Edwin, el personaje de Rocky Balboa interpretado por el actor Silvester Stallone en la emblemática película homónima y que ha visto infinidad de veces.
—Cuando la veo siento como un cosquilleo, me motiva mucho —cuenta.
Una de las escenas más recordadas del filme es cuando Rocky, en su entrenamiento diario, sube los escalones de piedra frontales del Museo de Arte de Filadelfia al ritmo de la canción “Gonna Fly Now” (“Voy a volar ahora”, en español).
—Yo también subo unas escaleras para entrenar, subo las escalinatas de El Calvario en El Silencio, al llegar arriba alzó los brazos como si fuera Rocky —confiesa Edwin.
Es así, el joven boxeador de La Pastora sube cada uno de los 110 escalones de El Calvario, en la cima levanta los brazos en actitud de victoria y emula a Rocky mientras contempla en un paneo desde lo alto una panorámica del centro de Caracas, tararea la canción como si fuese su propia banda sonora y visualiza su sueño, ser campeón olímpico.
—Cuando Rocky iba a pelear contra Apollo Creed todo el mundo le decía que él nunca iba a ganar, pero él se dijo a sí mismo que sí podía ganar y confió en él. La lección de Rocky es confiar en la voluntad propia que te da la fuerza para salir adelante, levantarte de las caídas y ganar. Esa es la pelea que voy a dar —sentencia Edwin.

Excelente narrativa, a través de la misma vamos soñando con Edwin de verlo representar a nuestro país en una olimpiada. Comprar una casa para su mamá y hermanas. Me alegra mucho que este joven Pastoreño se prepara en el deporte, y ya alcanzó el primer peldaño educativo, que se siga preparando y lograr sus metas.Dios mediante consigas patrocinio para el equipo que necesitas para tu entrenamiento. Le deseo lo mejor, y nuestro gentilicio te enaltecera. Gracias Jonathan y Leo excelentes imágenes
Felicidades mi amor super orgullosa de ti me alegra tu manera de pensar ….deseo todos tus sueños y metas se te cumplan te amo Edwin Rodríguez 🥊😍💖
Felicidades se que vas a llegar a cumplir todos tus sueños…me alegra mucho tu pensar me siento muy orgullosa de ti tu sabes cuánto te amo Edwin Rodríguez 🥊😍💖