Quizá muchos no conocen su nombre. Pero Arthur Kahn es el artífice de varios iconos arquitectónicos de Caracas, incluido el Pasaje Zingg y el Edificio Altamira. Trabajó con Carlos Raúl Villanueva en la Ciudad Universitaria y además fue un músico y cantante de jazz. En 2010, cumplió un siglo con total lucidez y refrendó su optimismo por esta ciudad a la que declaró extraordinaria. Este trabajo revela la historia de un genio centenario que estaba en el olvido.
El relato es la crónica original de la que se editó una versión más breve que fue publicada en la revista Todo en Domingo de El Nacional el 28 de noviembre de 2010, escrita por nuestro editor, Jonathan Gutiérrez, en homenaje a este arquitecto que cautiva. Historia que laten publica la semblanza completa para conmemorar los 114 años de su nacimiento con datos inéditos de la memorable vida de Arthur Kahn.
Crónica Jonathan Gutiérrez – Fotografías Dennis Kan / Cortesía del Archivo familiar de Arthur Kahn
Una lámpara amarilla ocre con una estrella de ocho puntas ilumina la antesala de su apartamento e irradia algunos destellos sobre un mural que podría catalogarse de abstracción geométrica y una pared formada por ladrillos de vidrios traslúcidos. Al traspasar una desgastada cortina blanca aparece un salón con techo a doble altura y un ventanal que antecede a una pequeña terraza. En un sillón de cuero negro de alto espaldar está sentado Arthur Kahn. Está cumpliendo 100 años. Es arquitecto, tal vez uno de los más importantes del siglo XX en Venezuela. Sin embargo, muy pocos conocen su nombre.
Arthur Kahn diseñó el Pasaje Zingg, el emblemático Edificio Altamira de la Plaza Altamira, el edificio del Instituto Anatomo-Patológico del conjunto de la Ciudad Universitaria de la UCV, el célebre Hotel Nacional del centro de Caracas, la primera etapa del IVIC (Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas) anteriormente llamado IVNIC (Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales), el edificio BECO-Blohm de la esquina de Puente Yánez y la Torre Aco de Las Mercedes, entre tantos otros edificios íconos de la ciudad y del país.
A pesar de su obra arquitectónica tan relevante son casi inexistentes los registros de su trabajo en los libros de historia de la arquitectura en Venezuela. Algunas personas al ser consultadas para este reportaje incluso preguntaron: ¿pero quién es Arthur Kahn?

Un relato de vida
Arthur Kahn es venezolano por nacionalización con casi 70 años de residencia en el país. Nació en Estambul, Turquía, el 10 de octubre de 1910. Es el segundo de dos hijos de una pareja de aristócratas turcos, Morís y Eva. Sus antepasados provenían de las Montañas del Ural (eran rusos blancos judíos). Su temprana infancia la vivió junto a su hermano mayor, O. San, y sus padres, en la parte oriental de Estambul a orillas del Bósforo, en Pera. Su primer idioma fue el griego dado que en aquél entonces todas las niñeras en Turquía eran inmigrantes del país helénico.
En 1915, poco después de estallar la Primera Guerra Mundial, Arthur Kahn, un niño de cinco años, se trasladó junto a su familia a Viena. En la capital austriaca recibió sus primeras clases de dibujo y de piano. Descubrió su facilidad para expresarse gráficamente y su pasión por la música. A la edad de 15 años ya dominaba el trombón, la guitarra, el piano y el bajo.
Con 17 años, en 1927, viajó a Suiza para concluir la secundaria en el Lycee Jaccard en Lausanne. Hablaba griego, alemán e inglés y a partir de esta etapa se acostumbró a su nuevo idioma, el francés. Durante su estancia en el colegio alpino compartió clases con dos venezolanos: Alejandro Lara y Juan Liscano, a quienes llamaba “americanos del sur”.
A su regreso a Viena, a principios de los años 30 y previo a sus estudios universitarios, se hizo asiduo de la ópera, la zarzuela, el teatro y el espectáculo de variedades, perfeccionó sus dotes de músico y aprendió el arte de la magia, era mago. Khan desde muy joven participó como guitarrista en dos orquestas, y organizó un espectáculo llamado Amateur Cabaret que se presentaba en el Mittlerer Konzerthaus Saal, show en el que junto a algunos amigos además de música, también incluía actos de magos, malabaristas y baile.
En 1932 trabajó como trombonista en la orquesta de la famosa cantante y bailarina americana Josephine Baker, durante su gira por Austria.
Años después, cuenta Arthur Kahn, que sería ella, su amiga Josephine, quien además de artista fue espía al servicio de las fuerzas aliadas, la persona que salvaría a sus padres y a su hermano de los nazi durante la invasión alemana a Francia, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, lo que le permitiría huir con su familia a Venezuela.
Previo a este suceso, a los 24 años, Kahn se trasladó a Francia donde inició sus estudios de arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de París, en el prestigioso taller del profesor George Gromort, el más notable de su universidad en esa época. Su vida de estudiante coincidió con la recesión económica previa a la guerra por lo cual Arthur Kahn se vio obligado a trabajar como mago y bailarín profesional de tap en cafés, cabarets y teatros de vaudeville parisinos para conseguir algún dinero extra que le permitiera cubrir sus gastos universitarios. Se graduó de arquitecto en 1939, justo el año en el que inició la guerra y, finalmente, en 1942, logró salir de Marsella con destino a Puerto Cabello.

Kahn, el arquitecto
Arthur Kahn llegó a Venezuela en julio de 1942. En su primer empleo como músico duraría pocos meses al lograr ser contratado como dibujante de arquitectura en el Ministerio de Obras Públicas. En esta institución gubernamental fue asistente de los arquitectos Cipriano Domínguez y Luis Malaussena.
—Un día encuentro a un arquitecto venezolano graduado algunos años antes que yo en la Escuela de Bellas Artes de París, Carlos Raúl Villanueva. Había sido contratado por el Ministerio de Obras Públicas para elaborar el proyecto de la Ciudad Universitaria. Conversamos y me invitó a visitarlo en su oficina de arquitectura. Me propuso trabajar con él, renuncié al ministerio y me incorporé al equipo de Villanueva —relata Kahn.
Con Villanueva, Kahn trabajó en las primeras proyecciones del conjunto de la Ciudad Universitaria, en el diseño del Hospital Universitario y en elaborar autónomamente el diseño del edificio del Instituto de Anatomo-Patología. En paralelo Arthur Kahn fue contratado para el proyecto del Hotel Nacional (1947) de la avenida Bolívar, su primera gran obra en Venezuela, lamentablemente demolido, y aún recordado por el roof bar que diseñó para la terraza del hotel.

—Trabajaba de día con Villanueva en el proyecto de la Ciudad Universitaria y de noche, en casa, en el proyecto del Hotel Nacional —cuenta Kahn.
Inmediatamente, surgieron otras oportunidades para Kahn y después de dos años de trabajo dejó a Villanueva e inició su propia compañía, Arquidec C.A.
—Tenía entre manos muy buenos proyectos: además del hotel, inicié el Edificio Altamira para Luis Roche en Altamira (1947) y el Edificio BECO-Blohm (1948) en la esquina de Puente Yánez para Jorge Blohm.
Según el propio Arthur Kahn la obra del Edificio Altamira la obtuvo de manera casi fortuita. Kahn se enteró que Luis Roche, uno de los mayores constructores de entonces, planificaba urbanizar una gran extensión de terreno de su propiedad en el este de la ciudad. Kahn consiguió una entrevista con él y le ofreció sus servicios como arquitecto, acto seguido Luis Roche le dijo: “Nosotros, mis hermanos y yo, no somos ni arquitectos ni urbanistas, pero tenemos muy buenos libros de arquitectura y por eso nunca utilizamos los servicios de un arquitecto”. Frase a la que Arthur Kahn respondió:
—Estimado señor Roche, gracias por su hospitalidad y si un día se siente mal de salud, llámeme por favor, no soy médico, pero tengo muy buenos libros de medicina.
Al día siguiente Luis Roche llamó a Kahn para discutir los términos de un contrato en el que lo empleaba en la elaboración del proyecto arquitectónico del Edificio Altamira, un eje residencial de la plaza Altamira y desde entonces un centro de referencia urbana para la ciudad.

En 1951 se dedica a trabajar en una de sus obras más significativas, inició el Pasaje Zingg, el primer centro comercial de Caracas y el primer edificio con escaleras mecánicas (de madera) en un pasaje que albergaba 40 de las más elegantes tiendas de la ciudad y cuyo diseño conectó dos calles de diferentes alturas a través de un corredor interior y público que atravesaba la estructura.
Unos años después, en 1954, el profesor Humberto Fernández Morán —creador del bisturí de diamante— le propuso a Arthur Kahn hacer el diseño de un Instituto de Ciencias que se proponía crear en Venezuela.
—La entrevista duró siete horas. Al concluir el encuentro teníamos un proyecto y había nacido una amistad entrañable entre ambos que a partir de ese momento duraría hasta el día de su muerte. Diseñé así la Unidad Piloto Experimental del IVNIC (1954-55), primer cuerpo de edificios del actual IVIC —rememora Kahn.

Entre otras obras y proyectos relevantes de Arthur Kahn en Venezuela, destacan: La Farmacia Tropical y la Galería Múltiple en Maracaibo; la sede del Banco de Maracaibo, en su momento el edificio más alto de la capital zuliana; las fábricas Savoy de Boleíta y El Valle, así como las sedes de Savoy en San Cristóbal y Ciudad Bolívar; la vidriera de exhibición y el diseño interior de la tienda de Chocolates Savoy en Sabana Grande; la fuente de soda del Centro Médico de San Bernardino; la fábrica de aparatos electrónicos National en La Trinidad; la primera etapa del Altamira Tenis Club y la Torre Aco de Las Mercedes.
Además, son obras de Kahn, la Piscina Olímpica de la Casa Sindical de Barquisimeto, el Mercado Central de Cabimas, el proyecto de revitalización del casco histórico del pueblo de Escuque en el estado Trujillo y cincos estaciones del ferrocarril de la línea Puerto Cabello-Barquisimeto (San Felipe, Morón, Yaritagua, Urama y Chivacoa).

Sus diseños residenciales fueron numerosos, Kahn fue el arquitecto de edificios de viviendas multifamiliares en la Avenida Victoria, San Bernardino y Altamira, en Caracas. Así como el diseño y construcción de más de 40 casas en la zona norte de Altamira y en otras urbanizaciones como La Castellana, El Pedregal, La Alta Florida, Las Mercedes, Los Palos Grandes, Los Chorros, Colinas de Bello Monte y Cerro Verde en Caracas; y en ciudades del interior del país como Maracaibo, Valencia y Mérida.
Un olvidado de la arquitectura
La primera referencia a la obra de Arthur Kahn y de su nombre se publicó en 1983 en un libro llamado La vivienda multifamiliar en Caracas, editado por el Instituto de Arquitectura Urbana, en el que apareció un breve texto de dos páginas sobre el Edificio Altamira.
—El objetivo de este libro era hacer una recopilación de los planos de algunos edificios que habían sido marginados de la historia urbana de la ciudad y eran importantes por el valor de sus diseños. La reseña contiene un error de precisión porque aparece como fecha de realización de la obra el año 1942, sin embargo, en realidad el Edificio Altamira fue proyectado en 1946 y construido en 1947— explica Henry Vicente, profesor de arquitectura en la Universidad Simón Bolívar.
Durante años Arthur Kahn fue olvidado y dejado de lado. Cerca de cuatro décadas de ausencia en publicaciones académicas y estudios de la historia de la arquitectura en Venezuela.
—Incluso en el libro Así es Caracas, editado por Soledad Mendoza, al principio de la década de los 80, hacen alusión a algunas de sus obras, pero sólo señalan que son diseños de la empresa Arquidec (la compañía de Kahn), pero en ninguna de las referencias aparece el nombre de Arthur Kahn —comenta el profesor Henry Vicente, quien se ha dedicado a investigar y reivindicar la obra de Khan.
En un país en el que algunos arquitectos son referentes por el valor sociocultural de sus creaciones, en el caso de Arthur Kahn sucede lo contrario: miles de ciudadanos transitan frente a sus obras, admiran sus diseños o reconocen a diario sus edificios como íconos de la ciudad, en el caso de Caracas, sin saber quién es Khan o nunca antes haber oído siquiera su nombre.
Peter Anders, el otro Kahn
Desconocido para la mayoría, nadie imaginaría que este notable arquitecto creador de algunos de los edificios más representativos de la ciudad hasta hace pocos años se presentaba como cantante y músico bajo el seudónimo de Peter Anders en algunos bares y restaurantes de Caracas.
—En el año 1998, fui a comer a un restaurante de Las Mercedes y veo que hay una exposición de acuarelas de un tal Arthur Kahn, pregunté por él y un mesero me dijo que pertenecían a un viejo arquitecto que cantaba una vez al mes en el lugar, empecé a indagar, busqué sus datos y comprobé que se trataba de él. Era increíble, ni siquiera sospechaba que estuviese vivo. Había encontrado a Arthur Kahn —relata Henry Vicente sobre su hallazgo.
Efectivamente, aquél hombre era Arthur Kahn quien a sus 88 años hacia su repertorio como cantante de jazz con el nombre de Peter Anders. La primera vez que usó esta identidad tenía tan sólo 16 años, y la inventó haciendo un juego de palabras en alemán, idioma en el que el vocablo “anders” significa “otro”. Y en esta firma subyace una absoluta verdad porque sí existe otro Arthur Kahn, el cantante y el músico.
En la Viena de su juventud, en 1930, formó una orquesta llamada Midnight Colibries. En su época de estudiante de arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de París, junto a dos amigos (Daniel White y Guy Walker) creó The Manhattan Trío con quienes hizo una gira por Francia que le sirvió para costear sus estudios en una época en la que los aires de guerra se olfateaban y la crisis económica ya alcanzaba los negocios de su padre.

En una Europa en pleno conflicto bélico y con el país galo invadido por los alemanes, Kahn fundó en 1941 en Marsella, The Globe Trotters, un trío de guitarra, piano y trompeta con el que actuó en Montecarlo y cuyas presentaciones le generaron el dinero necesario para escapar de la amenaza nazi en Francia y pagar el viaje de su familia a Venezuela. A pocas semanas de haber llegado al país su primer trabajo en estas tierras fue como guitarrista de la orquesta del renombrado Luis Alfonso Larraín.

—Tasca, restaurante o bar donde hubiese un buen piano, ahí estaba Arthur Kahn —dice el arquitecto Nenad Marincic, uno de sus mejores amigos de vida.
En la década de los 80, los viernes por las tardes Kahn solía frecuentar el restaurante El Parque y llegó a cantar en El Visconti, ambos en Parque Central.
En 1989 abrió como solista un festival de jazz en la Sala Ríos Reyna del Teresa Carreño auspiciado por la Embajada de Austria. El 12 de enero de 1992 realizó un recital en el Centro Cultural Consolidado (luego Corp Banca) en homenaje al cantante de jazz, Bing Crosby.
Incluso —cuenta su hijo Dennis— que Arthur Khan cantó utilizando su nombre artístico de Peter Anders en Jazz, el programa de televisión que se transmitía por el Canal 8, en la Venezolana de Televisión de otros tiempos, y grabó un disco con su repertorio gracias a la ayuda del ingeniero de sonido Dusko Marincic.
Este arquitecto transfigurado en artista fue una mezcla de bohemio y sibarita. Arthur Kahn a sus 100 años de edad era un hombre soltero. Dos matrimonios, dos divorcios. Su primera esposa fue Edith Beer, su segundo matrimonio fue con Michelle Pernot. De su unión con Edith tuvo dos hijos, Dennis (fotógrafo) y Silvia (artista plástica). Sus nietos, hijos de Dennis, son Khristian (graduado en finanzas) y Tara (diseñadora gráfica).
Un profesor tardío
En 1999, y luego de su encuentro azaroso con él, el profesor Henry Vicente invitó a Arthur Kahn a dictar un curso en la Universidad Simón Bolívar, una electiva de teoría e historia de la arquitectura dedicada a su propia obra. A la edad de 89 años era la primera vez que Kahn era invitado a dar clases formales en una universidad.
—Yo lo invité a dar clases en abril-julio de ese año, a modo de pequeño homenaje ante tanto olvido y el curso fue un éxito rotundo, no tengo palabras con las cuáles pueda describirlo, fueron de esas clases memorables que marcan a alguien de por vida y para siempre —afirma el profesor Vicente.
Los alumnos tuvieron el privilegio de hacer visitas con Arthur Kahn a algunas de sus obras: visitaron el Pasaje Zingg, el Edificio Altamira, y una casa que tal vez fue su obra más ingeniosa y de mayor virtuosismo: la quinta La Múcura perteneciente a la familia Beracasa en Los Chorros. Lamentablemente, esta casa, joya de la modernidad caraqueña de los años cincuenta, fue demolida hace dos años por una conocida cadena de farmacias que levantó sobre sus escombros una nueva sucursal. Aunque parezca una ironía, una nota de prensa enviada por la empresa entonces decía textualmente: “la idea de este cambio es lograr espacios más modernos”.
—Mi tío aún no sabe que la tumbaron. No le quiero decir. Él diseñó esa casa para su gran amigo Marcos Beracasa y él sentía un especial afecto por La Múcura —afirma la médico Lorena Benarroch, sobrina de Arthur Kahn.
Al concluir cada clase durante el trimestre que duró su curso en la Universidad Simón Bolívar, Arthur Kahn no permitió que los estudiantes se fueran del aula sin una sonrisa, por ello no sólo preparó sus ponencias sobre arquitectura sino también sus rutinas de guitarra o cantante de jazz.

El último día de clases realizó un show de magia con naipes y trucos de prestidigitación en su rol de mago y —según narra Henry Vicente— dejó para el cierre un espectáculo de tap que bailó con tal destreza que hacía olvidar que en ese entonces estaba a punto de cumplir 90 años.
Quijote moderno
Con ayuda de su bastón, Arthur Kahn atraviesa el salón de su casa hasta el comedor. Se suelta sobre una silla y merienda un enorme trozo de pie de limón y una taza de café con leche que le sirve Juanita, la señora que trabaja para él desde hace 30 años. Con ayuda de una lupa, revisa algunas fotos viejas. Le cuesta oír con claridad y se niega a usar el aparato auditivo.
Habla con dificultad, pero responde preguntas de forma precisa. Hay días que no habla. Otros amanece conversador. La lucidez de su mirada revela que su expresión oral está un nivel más bajo que la rapidez de su pensamiento.
Nuevamente se pone de pie y Sol, su enfermera, le asiste en una rítmica marcha rumbo a la terraza.

Al fondo se ve la estampa de un rascacielos invadido, a modo de enorme rancho vertical, con la mayoría de sus cristales rotos en una muestra evidente de que el proyecto de modernidad que alguna vez tuvo esta ciudad fue una ilusión.
Inicia su rutina de ejercicios diaria: con el bastón se sostiene de la baranda del balcón y cae de forma algo brusca sobre una silla que Sol ubica con rapidez detrás de él.
Hace cinco repeticiones de la rutina y finaliza. Se dirige a su cuarto, una habitación en la que está rodeado de acuarelas de su autoría. Un colorido mundo de mangos, acacias, araguaneyes, samanes, bosques y riachuelos. En su espacio más íntimo no hay arquitecturas, sólo paisaje y naturaleza.
Sobre su mesa de noche hay una vieja fotografía de Arthur Kahn con micrófono en mano sobre un escenario, o tal vez sea en realidad Peter Anders, alter ego con el que luego de cada función siempre garantizaba recibir aplausos, en aquellos años en que era un artista de la música y el baile.
—Para mí esa pequeña escultura alargada de El Quijote que tiene en su estudio es una metáfora del propio Kahn, un creador polifacético y de alma incansable —comenta su amigo Nenad Marincic.
La vida de Arthur Kahn refleja la épica de un hombre que nació con el nuevo siglo, en el albor de la modernidad. Es tal vez el último moderno vivo en Venezuela. Al consultarle a Kahn sobre su vínculo con Caracas, dice que es una ciudad que ama y será siempre un optimista respecto a su devenir como urbe.
—Caracas es extraordinaria, cómo no ser optimista, en esta ciudad de un borde de acera mojada nace una mata y florece.
En memoria: la crónica de su cumpleaños 101
El 19 de noviembre de 2011 falleció el arquitecto Arthur Kahn a la edad de 101 años.
Un mes antes, el 10 de octubre, tuve el privilegio de celebrar su cumpleaños junto a su familia. Vinieron desde Estados Unidos especialmente para la ocasión, su hijo Dennis, su esposa Nora y su nieto Khristian.
En el trayecto desde la residencia de Kahn en el Edificio Caribe de San Bernardino –obra suya– a La Castellana, hasta la casa de su cuñada Edith Miller en Caracas, el lugar donde se celebró el festejo, pasaron frente al Edificio Altamira. La idea era tomarle una foto a Kahn frente a su icónica obra, pero llovió sobre la ciudad en ese momento y no se pudo hacer el registro. Eso sí, se detuvieron un instante para que Kahn pudiera contemplar desde el auto el edificio diseñado por él y que tanto amaba.
La reunión fue organizada por su sobrina, Lorena Benarroch, en casa de su madre Edith, viuda del hermano de Arthur Kahn, O. Sam. Como epicentro de la mesa de comedor hubo una gran paella de mariscos para el festejo y Kahn recibió un ramo de rosas rojas de obsequio.
El pastel de cumpleaños fue una torta Sacher al estilo vienés hecha por Edith, uno de los postres predilectos de Kahn, quien amaba los dulces, y era adicto al pie de Limón de la Pastelería Danubio.
Entre los amigos invitados estuvimos presentes, además de su familia, Gil Molina, productor de cine y yo. También fue invitado el arquitecto Henry Vicente, pero no pudo asistir debido a que se encontraba en Medellín en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.
Kahn estuvo feliz, escuchó jazz e incluso tarareó “La vie en rose” de Edith Piaf.
Brindamos con un espumante en su honor. Le cantamos cumpleaños feliz en versión venezolana y también “el cumple” en inglés y francés. Sopló las velas acompañado de su hijo y de su nieto, y devoró el pedazo de torta Sacher que le sirvieron, que era una delicia. Esa es la última escena que recuerdo de Kahn y se veía feliz.
Ese día le llevé a Kahn un ejemplar de la revista Todo en Domingo donde fue publicada la historia original en versión más breve para El Nacional, el 28 de noviembre de 2010, gracias al apoyo de la querida editora Rosana Di Turi y su equipo, Efrén Hernández y Franciest Pollier, por entonces con el propósito de conmemorar su centenario y revelar su historia.
Esta investigación es mi homenaje al maravilloso y memorable Arthur Kahn.
Jonathan Gutiérrez

Kahn en dos frases
Caracas
«Las ciudades están vivas. Las urbes pueden vivir malas épocas, pero siempre habrá mejores momentos, por eso soy un optimista, lo puedo decir yo que tengo 100 años. Caracas es una ciudad extraordinaria por su clima, su luz y su vegetación exuberante, ubicada además frente al Caribe»
Venezuela
«Soy turco, austríaco y venezolano. Venezuela es mi país, mi lugar, mi destino. Afirmo con orgullo que soy venezolano, pero también un ciudadano del mundo».
La importancia de asentar la memoria urbana de nuestras ciudades comienza por el reconocimiento a quienes la han hecho posible. Gracias por este perfil de un profesional que merece mayores elogios.
Felicito por el articulo de ni padre Arturo Kahn, soy su unica hija
Silvia Eva Kahn
Artista plastica naci en Caracas
I am an Artist, designer, world traveler
living is the Virgin Islands .
* Hay unos errores en este reportaje de mi padre la foto a la entrada en su apartamento ‘ el mural Contemporaneo no fue pintado por el sino por mi bellisima madre Edith Beer, Austrica por nacimiento, fue tambien una gran artista plastica y modelo.
Fui inspirada por mis padres hacia el mundo Artistico con mucho exito esto lo puedo decir con mucho orgullo.
Mi padre solo nacio en Turkia sus padres probablemente de raices ,,, Espanolas o Portuguesas por razones × fueron Judios Sepharditas, casi como imigrantes de un pais a otro pero en sus costumbres fue un Frances y conosia a Edith Piaf en Paris ,,
Razones por vivir muchos anos en Austria con su familia
Pudo conocer a mi madre tambien refujiada con su familia hacia Venezuela 1942 ya que se entendieron hablando el idioma Aleman con dialecto Austriaco !
Mi padre Arturo,,me decia cuando lo visitaba Silvia eres muy profecional con tus pinturas pudieramos haver tenido una galleria de Arte juntos yo fui quien lo motive a pintar cuando lo visitaba en su alta edad !
Favor nunca escribir nuestro nombre que con orgullo llevo con errores es «Kahn .!
Cordialmente
Silvia Eva Kahn