Foto Lenny Ruiz
Cada quien va en lo suyo. Un muchacho escribe algún mensaje en su celular. Una pareja de enamorados se habla pegadito al oído. Una joven se mira las uñas con especial interés. Un señor mayor intenta mantener el equilibrio para no caer. Un empleado del cine va de regreso a su casa mientras la música que sale de sus audífonos hace bailar sus pies. El tren del Metro de Caracas viaja en dirección hacia Propatria por el túnel de la estación Parque Carabobo hacia la estación La Hoyada. Son casi las siete de la noche de un miércoles, mitad de semana. Muchas caras de cansancio, muchos ojos apagados. Eso que llaman exceso de país.
Una voz despierta a todos del aburrimiento.
—Buenas noches, familia. Chocolates Bianci, tres por 500 —grita un jovencito que quizá ni llega a los 20 años.
La gente pone los ojos en blanco, las caras de fastidio se intensifican.
Hace menos de dos minutos otro vendedor ofrecía chupetas y caramelos masticables, todavía se escucha su voz desde el otro vagón. Entre Plaza Venezuela y Colegio de Ingenieros una mujer con dos niños pedía dinero o comida, una «ayudaita» para poder cenar esa noche. Seguramente otro ofrecería su mercancía más adelante. Entre las rutinas del transporte subterráneo, eso es lo usual. Raro sería lo contrario.
—Aprovecha, familia —insiste el vendedor.
Nadie le hace caso. O nadie tiene bolívares, o nadie quiere comprarle. Los Bianci se quedan fríos y sus bolsillos vacíos.
El tren trastabillea y la voz del trabajador del metro suena desde las alturas. «Estación La Hoyada» y las puertas se abren. El vendedor deja de lanzar sus frases para convencer a los usuarios del Metro, mira hacia afuera, hacia el andén de la estación. Todos mueven la cabeza hacia los lados, curiosos.
—¿Qué pasa? —se preguntan.
Un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana camina despistado y enseguida abre los ojos cuando encuentra a su presa. Entra en el tren. El vendedor, más rápido que él, corre, se esconde entre la gente y unas puertas más allá, sale a la estación. El policía todavía lo persigue entre la multitud. Suena la alarma, el bombillo de las puertas se pinta de rojo, ellas se cierran.
Policía y vendedor se encuentran con la mirada a través de la ventana. Vendedor afuera, policía adentro. El joven sonríe triunfador y mientras el tren avanza lento, se ríe por lo cerca que estuvo de perder su mercancía o incluso de ganarse unos trancazos.
—Coño de la madre —suelta el PNB.
Ahora los usuarios se ríen, cómplices de la huida. Las alturas avisan de nuevo: «Estación Capitolio».
Aprovechamos este especial para recordar una crónica que hicimos cuando éramos Revista Marcapasos. Un trabajo de nuestra serie Ponte en mis zapatos, con la periodista Marjorie Delgado, uno de los más visitados en su momento. De cuando ella cantó boleros en el Metro y recibió muchos aplausos (y propina).
Ese bolero es mío
por Marjorie Delgado
“Una crónica de periodismo gonzo: el periodista vive la historia para contarla”, le digo a Jonathan Salas Roo, el guitarrista que me acompañará. “Ah sí. Eso también existe en la pornografía: los actores filman su propia película”, me responde. Con esa comparación me fui a ser cantante de metro por dos horas. Lo hice y me colgué del tubo.