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Fotos Christian Hernández

Un embarazo a los 15 años la atrapó en una laberinto de maltrato y sumisión. Pero a partir de un evento dramático decidió darle un giro a su vida, encontrar su vocación y retomar sus estudios como un acto de liberación

El menú es pastel de plátano. Toda la sede de la organización Niña Madre está impregnada del olor a tajadas. El bullicio de las niñas que echan cuentos mientras comen, dificulta prestar atención a algo en particular. Las cocineras, asomadas en la ventana, ven a las comensales lamer sus envases mientras que algunos bebés lloran.

Unas ríen. Otras gritan. Otras se quejan de su suerte y siguen comiendo. Un tenedor cae de repente. Y el estruendo contra el suelo hace que la bebé Camila no disimule la impresión en su rostro. Luego, Magdelis se agacha a tomar el cubierto, y la bebé comienza a reír sin parar. Es una carcajada sabrosa, de esas que contagian.

Los actos de ternura con bebés son habituales en un espacio por el que pasan al menos 150 adolescentes embarazadas al año, quienes son ayudadas y orientadas por esta fundación. Pero las muchachas y cocineras del comedor de Niña Madre voltean y, como si se hubiesen puesto de acuerdo, sueltan un “aaayyy” en coro. La empatía generada tiene estampa. Es la de Magdelis y Camila riendo, mirándose a los ojos y haciendo muecas como si nadie más las viera. Una conexión especial las vincula. Pareciera que mantuvieran un diálogo que trasciende lo que los demás pueden apreciar a simple vista.

Entre Magdelis y Camila no cabe nada más. Cuando sus miradas se cruzan es fácil que quienes las rodean se impregnen del amor mutuo que transmiten esos dos pares de ojos. Es fácil descifrar que Camila con sus sonrisas, calidez, travesuras y necesidades eclipsa el universo de Magdelis. Le hace entender, eso que repite como credo, que su destino era ser la mamá de Camila, aunque también lo cuestiona:

—A lo mejor todo ha sido muy rápido.

Magdelis Campos, una joven de baja estatura, envidiable cabello negro que termina en rulos sobre su espalda y piel color canela quiso recorrer más veloz que las otras niñas esas veredas de Los Jardines de El Valle, en Caracas, donde creció. Pisó el acelerador apenas entró a la pista de la adolescencia. Entonces durante ese periodo de revolución hormonal, corporal y psicosocial atravesó un verdadero suplicio, uno que terminó en varios contratiempos con saldo lamentable.

A sus 19 años, Magdelis ya cuenta en sus haberes a tres hijos: una que no era suya, pero que crió durante un tiempo; un varón que murió cuando ella apenas comenzaba a entender lo que era ser madre y otra niña que llegó, aún en su adolescencia, pero que le dio el motivo para poner freno, sanar sus cicatrices e intentar rearmar su historia, la de una muchacha que necesita echar hacia adelante.

Magdelis es consciente de cada paso errado y ahora retoma el rumbo reconciliada con su familia, de gente que sabe lo que es ser una niña madre y de un nuevo amor que le devolvió la fe en sí misma. Aún muy joven, hoy trabaja en reanudar sus pasos.

Cada bache en el camino le enseñó algo y la ayudó a crecer.

Aprender a ser mamá

Magdelis abraza a Camila y se define como una buena mamá. Se afianza en su nueva pareja, al que ella describe como “cariñoso, tolerante y buen padre”. Este hombre tomó de la mano a Magdelis, le enseñó eso que nunca debió olvidar: a creer en ella. La apoyó cuando decidió dejar atrás el horror, ofreciéndole un nuevo hogar, aupándola a estudiar, mostrándole que era capaz de sostenerse.

En Niña Madre encontró también ese equilibrio que necesitaba. En esta organización donde ofrecen talleres para aprender oficios, charlas motivacionales y entrenamiento para ser madres en la adolescencia, Magdelis encontró un espacio para ella. Ángel Alfonso, coordinador de la fundación Niña Madre, lo sabe y lo celebra porque el avance de la adolescente es solo uno de todos los proyectos de vida que hoy impulsan y ayudan a consolidar. 

Pero ese bastón que hoy equilibra la vida de Magdelis no siempre estuvo allí.

Prefiere no contar cuáles fueron los tropiezos. Parece que los borró de su mente de forma selectiva. Sí alcanza a decir que los problemas en casa con su padrastro y su abuela la hicieron decidir a los 14 años de edad, cuando apenas cursaba séptimo grado de bachillerato, que debía salir de su casa.

Se hizo novia de un hombre mayor que ella, como vía de escape, y decidió irse a vivir con él. Se alejó de los estudios: desertó del bachillerato y tampoco trabajó. A una edad cuando la mayoría de las adolescentes empiezan una etapa de desarrollo hacia la adultez y sueñan con su futuro, ya ella era una chica que repartía su tiempo entre quehaceres del hogar, preocupaciones por los gastos de casa y una vida dependiente de su pareja.

No era feliz. Aquel hombre la agredía psicológicamente, la menospreciaba y vejaba. Y no volvía a casa porque “allá las cosas no estaban bien”. Magdelis se adaptó a dejar de ser una niña, sin contar con las capacidades adecuadas, para afrontar esta etapa que adelantó.

Viviendo en condiciones precarias, cumplió 15 años y con esa edad llegó a sus brazos Yordelis, una bebé recién nacida, hija de su cuñada quien no podía cuidarla. Ella asumió a la niña como suya. Ayudó a ponerle nombre, a presentarla en el Registro Civil. La cuidó desde recién nacida y la convirtió en su hija temporal. 

Creó un nexo con la niña y la cuidó hasta que pudo. Pero el acelerador que seguía pisando la llevó a quedar embarazada. Magdelis quedó en estado siendo una quinceañera, y aun así intentó ocuparse de Yordelis. Por más que lo intentó, las consecuencias de un embarazo adolescente la limitaron aún más. 

—Esa bebé me enseñó a ser mamá —dice Magdelis.

Hacerse cargo de Yordelis le mostró a Magdelis su capacidad para cuidar de otros. Con ella supo que era capaz de más y de que si se empeñaba en algo lo obtendría. La bebé le dejó de herencia la tenacidad necesaria para seguir andando.

Se hizo novia de un hombre mayor que ella, como vía de escape, y decidió irse a vivir con él. Se alejó de los estudios: desertó del bachillerato y tampoco trabajó. A una edad cuando la mayoría de las adolescentes empiezan una etapa de desarrollo hacia la adultez y sueñan con su futuro, ya ella era una chica que repartía su tiempo entre quehaceres del hogar, preocupaciones por los gastos de casa y una vida dependiente de su pareja.

No era feliz. Aquel hombre la agredía psicológicamente, la menospreciaba y vejaba. Y no volvía a casa porque “allá las cosas no estaban bien”. Magdelis se adaptó a dejar de ser una niña, sin contar con las capacidades adecuadas, para afrontar esta etapa que adelantó.

Viviendo en condiciones precarias, cumplió 15 años y con esa edad llegó a sus brazos Yordelis, una bebé recién nacida, hija de su cuñada quien no podía cuidarla. Ella asumió a la niña como suya. Ayudó a ponerle nombre, a presentarla en el Registro Civil. La cuidó desde recién nacida y la convirtió en su hija temporal. 

Creó un nexo con la niña y la cuidó hasta que pudo. Pero el acelerador que seguía pisando la llevó a quedar embarazada. Magdelis quedó en estado siendo una quinceañera, y aun así intentó ocuparse de Yordelis. Por más que lo intentó, las consecuencias de un embarazo adolescente la limitaron aún más. 

—Esa bebé me enseñó a ser mamá —dice Magdelis.

Hacerse cargo de Yordelis le mostró a Magdelis su capacidad para cuidar de otros. Con ella supo que era capaz de más y de que si se empeñaba en algo lo obtendría. La bebé le dejó de herencia la tenacidad necesaria para seguir andando.

Perder un hijo

 

En agosto de 2016 Magdelis quedó embarazada. Casi un año después sufriría la pérdida más grande que una mujer puede enfrentar, siendo apenas una niña. Una experiencia con la que descubrió su deseo de ser médico. La razón: ella era capaz de atender y velar por otros con responsabilidad, de aprender términos complicados, de investigar. Durante este tiempo se hizo fuerte y se preparó para empezar un nuevo proyecto de vida.

—Muchas veces sentía culpa, pero luego pensaba que cómo la iba a tener si desde que el bebé nació no me despegué ni un minuto de él y solo le sacaba la teta para llevarlo al hospital —reflexiona.

Sola, como estuvo los siete meses de embarazo y los cinco meses que vivió su hijo Enmanuel, ese día fatal: 28 de agosto de 2017, Magdelis enfrentó sin llanto el final de un periodo traumático y duro. La muerte de Enmanuel fue el freno de mano. A partir de allí, ella decidió cambiar y reordenar su vida.

Tener un bebé tan joven no era lo que quería, pero no se cuidaba y tenía una explicación para ello.

—Porque no conseguía las pastillas. Y la verdad es que tuve problemas porque me descontrolaban el período y dejé de tomarlas. Los aparatos también eran un rollo conseguirlos, y entre comer y ponerme eso, pues comer.

No es de extrañar la justificación de Magdelis: en Venezuela se registra entre 83,3% y 91,7% de escasez en todos los métodos anticonceptivos, según el informe Mujeres al Límite 2019. El país, además, desde 2012 es la nación con la tasa más alta de embarazo adolescente en Suramérica y el primero en toda América.

Ella sabía que venían tiempos difíciles. A los cinco meses de embarazo le dijeron que el niño venía “con un problemita”. Las consultas prenatales, los exámenes y las medicinas se multiplicaron. Los gastos se hicieron insostenibles. Los maltratos de su pareja también aumentaron. Los reclamos de la situación achacables a ella como mujer fueron habituales: por no cuidarse o por no estar pendiente de todo lo que exigía su estado de gravidez.

Magdelis perdió mucho durante el embarazo. Las dos cosas más importantes: confianza en sí misma y a Yordelis, a quien debió entregar por la imposibilidad de seguir haciéndose cargo de ella con la inminente llegada de un bebé a quien le fallaba “un riñoncito”, que era la frase con la que el médico que la controlaba describía la situación del niño aún en su vientre.

El nacimiento de su bebé, al igual que muchos eventos en su vida, fue prematuro. Enmanuel nació con apenas siete meses de gestación. En abril de 2017 Magdelis se hizo madre. Con 16 años, debió afrontar el diagnóstico de su bebé: reflujo bilateral derecho y riñón hipoplásico blando, es decir, una anomalía en el desarrollo de sus riñones.

Con Enmanuel llegaron más culpas. No porque ella se sintiera responsable de lo que decía ese informe membretado que entregaron los médicos, sino porque aquel hombre, el padre de su hijo, se convirtió en un juez acusador que en cada oportunidad le reprochaba el mal de su bebé.

“Fue tu culpa. No te cuidaste, no lo cuidaste. Tú hiciste que llegara así. Eres bruta y no supiste tenerlo bien”, son solo algunas de las frases que Magdelis recuerda como un pesado saco con el que cargaba y que se sumaban al kilo 600 gramos de peso con el que le dieron de alta a su niño, a un mes de su nacimiento.

Pero se concentró en su bebé. Aprendió todo sobre la enfermedad que padecía. Usó su entereza para estudiar y entender qué pasaba en el cuerpo de Enmanuel y se enfocó en cuidarlo tanto como le fue posible.

—Yo sabía de la condición de mi bebé. Sabía que dializarlo era peor porque había leído muchos y consultado a varios doctores. Aprendí a estimularlo, a arreglarle su sonda. Todo el tiempo leía y aprendía cosas para ayudarlo, para atenderlo y que estuviera mejor.

Aún y con toda la preparación que sirvió para que Magdelis hallara su vocación, Enmanuel sólo estuvo en casa una semana después de ser dado de alta. Luego, empezó la carrera de velocidad más increíble que emprendió esta adolescente. Una donde competía contra las carencias sanitarias de un país en emergencia humanitaria compleja para proveer a su hijo de todo lo que requirió los primeros tres meses de su vida.

Durante este tiempo Enmanuel estuvo hospitalizado en el Hospital JM de los Ríos, el principal hospital de niños de Venezuela y un centro de salud que desde 2014 presenta severas limitaciones para atender a los pequeños enfermos. Así consta en el informe de la Contraloría General de la República publicado tras una inspección, y en el cual se indica que más de 90% de los 11 servicios del hospital infantil ya tenían en esa época déficit de médicos, insumos y equipos, así como deterioro de la infraestructura.

La decisión de Magdelis hicieron efecto y nunca concretaron el proceso de diálisis del bebé. Ella logró llevarlo de regreso a casa a punta de tenacidad, una que no sabía que tenía, y que construyó a pulso con cada lágrima que derramaba cuando le mencionaban que su hijo sería un paciente de diálisis de por vida.

—Era chiquitito, chiquitísimo y tremendo. Pasaba todo el día dándole teta, pero no me engordaba. Creo que nunca me lo dializaron porque yo le pedía tanto a Dios que no me le hicieran eso —cuenta Magdelis—. Él hacía pipí y pupucito bien, pero me le pusieron una sonda y eso me lo terminó de dañar.

Después de otro mes en casa, una gripe encendió las alarmas. La excusa de haber logrado obtener la muestra de orina para un examen pendiente sirvió para que Magdelis y Enmanuel regresaran al JM de los Ríos el 28 de agosto de 2017.
Ese día regresó a casa sin su bebé.

Llovía, llovía a cántaros y Magdelis solo tenía una manta para tapar a Enmanuel que estaba muy pálido y con la boca morada. Violeta también era el color de sus brazos porque debieron sacarle sangre y no encontraban una vena adecuada para hacer el procedimiento.
No había luz. El hospital era un caos total. Todas las mamás que no tenían un caso de emergencia esperaban en una plaza dispuesta en la entrada y se resguardaban como podían del aguacero de ese día.

Magdelis esperó. Esperó durante horas sin comer, sin hablar, sin hacer más que ver cómo el niño se iba desvaneciendo y respiraba tan despacio que ella debía poner la mano en su pancita para asegurarse de que lo hacía. A las 7:00 de la noche la llamaron para entregarle los exámenes. Siempre estuvo sola. Subió corriendo al laboratorio y dejó a Enmanuel con otra mamá desconocida que esperaba en aquella plaza a la intemperie.

El papel reveló que la hemoglobina del bebé estaba en 4 puntos (muy baja) y los segundos siguientes se hicieron horas para la joven. Corrió por las escaleras, tomó al niño y gritó que estaba mal, que lo atendieran. Enmanuel comenzó a hacer un sonido que Magdelis describe como gemidos, pero que los doctores describieron como un paro respiratorio.
Atendieron al bebé, lo desvistieron, lo pasaron a terapia y en minutos la doctora salió para decir que no pudieron salvarlo.

Volver a ser mamá

Un tiempo después de la pérdida del bebé, aún desconcertada, Magdelis conoció a un muchacho seis años mayor que ella. Un joven que le mostró que era capaz de crecer ante esa adversidad, de sobreponerse y de dejar atrás el dolor.

Con el respaldo de una pareja estable, su abuela Camila y su familia la abrigaron nuevamente. El dolor de la pérdida hizo que Magdelis se diera cuenta de que no estaba sola y que volver a su hogar para recomponer los vínculos siempre era una opción. 

—En el camino se enderezan las cargas —es una frase que la abuela Camila repite desde la mecedora de su casa en los Jardines de El Valle y que hoy Magdelis tiene de mantra. 

El mantra no la ayuda a vencer completamente las estadísticas.

Está comprobado que las mujeres que tienen un embarazo en la adolescencia tienen más probabilidades de tener más hijos en esa etapa y más vulnerabilidad sexual y de salud, explica Mercedes Muñoz, presidente de la Asociación Venezolana Para Una Educación Sexual Alternativa (Avesa).

Pero también, aclara Muñoz, no solo es responsabilidad de las adolescentes como Magdelis, sino que la falta de políticas de Estado para atender a la juventud y la salud sexual inciden negativamente en que los más jóvenes no procuren el empoderamiento o consciencia de buscar orientación y apoyo.

Magdelis tuvo que encontrar entonces ese apoyo tarde y en otra parte. La voluntad para dejar a aquel hombre maltratador, que todavía hoy la culpa de la muerte de Enmanuel, se la dio su abuela, quien le recordó que la casa de la que no debió salir nunca la construyó ella con sus propias manos para criar dentro a su madre y a sus seis tías. 

La abuela Camila le enseñó el camino de regreso. Le dio contención y la ayudó como lo ha hecho con los 15 nietos y los 17 bisnietos que hoy cuenta. En ese caserón de tres pisos sembrado en una de las veredas de los Jardines de El Valle Magdelis reescribió su historia, con temores, pero con fe de que tenía en quien apoyarse esta vez si algo salía mal.

La señora Camila y el nuevo amor de Magdelis la respaldaron cuando decidió retomar sus estudios en un parasistema cercano a su comunidad. También cuando asumió la posibilidad de tener otro bebé para concretar esa maternidad postergada por las circunstancias.

En el parasistema le brindaron el estímulo, como a otras tantas jóvenes en embarazo. Le dieron flexibilidad para que avanzara en el bachillerato, aún con su barriga. Así, Magdelis salió embarazada de nuevo ya con 18 años recién cumplidos y decidió asumir su estado como una oportunidad para hacer las cosas bien. Por eso llegó a la asociación civil Niña Madre, donde la educan para ser una mamá responsable de ella misma y de la familia que forma, pese a no cumplir con esos 20 años que la sacarían del rango de un embarazo adolescente.

Durante su preñez se dejó acompañar por esta organización que desde 1990 reeduca a adolescentes y las transforma en jóvenes emprendedoras con herramientas para que seas capaces de sostener a sus hijos. Por Niña Madre, Magdelis entendió que ir tan rápido no era la opción. Por eso ahora se prepara para seguir.

Ha hecho cursos de maquillaje, costura y cocina, y tiene planificado empezar uno de repostería y hacer tortas que le permitan lograr otro ingreso en casa. A punto de terminar el bachillerato, ya está segura de que quiere ir a la universidad y ser médico porque la experiencia con Enmanuel le dio claridad en esta decisión.

En el centro de formación en el que estudia, en El Valle, le ofrecen una guardería para atender a su bebé y le dieron la oportunidad de implantarse un dispositivo anticonceptivo. Ella no dudó en “ponerse el aparato”, porque ahora quiere disfrutar de su vida con pausas, sin baches ni percances.

Camila, la bebé de seis meses, es ese freno de madurez temprana. Le puso el nombre de su abuela para recordar que ella vino al mundo para enderezar sus cargas, y demostrarle cómo es capaz de sobreponerse y crecer como persona y como mujer.

Allí reside el vínculo que se refleja en la mirada entre Magdelis y Camila. Cada una se sabe el sostén de la otra. Ahora Magdelis lo entiende: a lo único a lo que hay que ponerle el acelerador es a cada meta que se plantee.