Fotos Rayner Peña
Hace año y medio que decidió ser alguien diferente. Tuvo la voluntad de dejar la calle e insistir en su decisión de cambio. Ahora, sin apoyo familiar y más allá de los obstáculos y las caídas, se construye a sí mismo un futuro mejor
—¿Cómo es que se llama el hombre más millonario del mundo? —pregunta Andrés*, de 17 años, al hombre que está sentado justo a su lado y con quien conversa desde hace unos 20 minutos.
—Bill Gates. Aunque son varios los hombres que tienen tanto dinero como él —le aclara.
—Bill Gates, Bill Gates —repite Andrés tratando de grabarse el nombre.
—Ya va —dice el muchacho mientras saca un pequeño cuaderno de su bolso.
—Bill Gates —repite Andrés con el lápiz en la mano.
—B, i, l, l —le deletrea el hombre.
—No, mejor escríbelo tú —le dice Andrés mientras le pasa el cuadernito con el lápiz.
Andrés busca ejemplos de vida. Alimenta intuitivamente su motivación. Sin negar sus raíces busca desmarcarse: ser diferente.
Tiene 16 hermanos por parte de papá, 14 son mayores que él. Uno de ellos hace magia en las calles por dinero, otro es malabarista en los semáforos y otros simplemente piden. Casi todos sus hermanos, confiesa, consumen drogas. A Andrés también le ha tocado pedir para vivir, él también ha consumido drogas.
—Yo no fuera así. Yo no fuera agarrado la calle, pero mi mamá dejó de comer lomito para ir a comer sardinita.
Andrés, tal vez con unos 10 años, no lo recuerda bien, vio como su mamá le era infiel a su papá. Presenció como él la descubrió y la discusión que tuvieron.
—Mi mamá ese día tuvo la pelea y se fue con el chamo. Me quería llevar a mí, pero yo no me quería ir. Preferí estar con mi papá que estar con otro llevando palo y Kung Fu. Me metí debajo de un carro, me buscaron por todos lados y no me consiguieron. Ella se fue. Yo salí y vi a mi papá. Ese día a él le entró una depresión y ese hombre perdió todo. Mi papá todavía piensa en eso.
Desde ese día, la mamá de Andrés partió con sus otros dos hijos menores a Guanare. A partir de ese momento, él perdió a mamá y a papá. La motivación de su padre parece haberse ido con ella. Nunca más trabajó y su vida, la de un funcionario del Saime, que incluso recibió aportes económicos del Gobierno para emprender un negocio, se vino a menos. El padre de Andrés no logró recuperarse, al punto que hoy en día, al igual que varios de sus hijos, vive de la mendicidad.
Andrés conversa con un buhonero a la salida de la estación del Metro de Chacao, en Caracas. Este le da un cigarro y él agarra el yesquero. Lo prende. Inhala. Agradece y se retira. Viste un suéter mostaza tejido, jeans y zapatos deportivos. Ese día, peina su cabello castaño de lado, lo tiene un poco largo. Al verlo parece un adolescente más, que va camino a reunirse con la novia o con un grupo de amigos. Pero no. Va al trabajo en una panadería en Chacao. Sobre Andrés, siendo tan joven, recae la responsabilidad de mantenerse.
—Ese día estaba estresado, el Metro estaba horrible —explica una semana después, a modo de justificación, mientras advierte que sí fuma cigarrillos, pero lo hace poco.
Le faltan tres meses para cumplir la mayoría de edad. Lleva año y medio que dejó la calle y el consumo de creepy. En agosto de 2018 tomó la decisión de cambiar y aceptó la ayuda que le ofrecieron. Desde entonces, ha trabajado en dos panaderías, primero como personal de mantenimiento y luego como vendedor; ha vendido dulces en las calles y retomó los estudios.
—Andrés es de los primeros niños que recibimos a los meses de empezar la obra en Bello Campo. Siempre de mirada y sonrisa dulce. Es dócil —comenta Beatriz Abelli, miembro de la Fundación Hogar de Cristo que trabaja en pro de la reinserción social de personas en situación de calle.
Después de más de un año viviendo en las calles de Chacao, Andrés ve la oportunidad de salir de ellas y lo hace con el apoyo de Beatriz, el padre Jesús Godoy, fundador de Hogar de Cristo, y Francisco Soares, director de la Fundación Regálame una Sonrisa.
—La fundación le dio el apoyo, inicialmente, pero el cambio ha sido también gracias a una parte personal que le imprimió él. Andrés era un niño del sector. Empezó a trabajar con nosotros de mantenimiento, luego a hornear y así fue avanzando paso a paso —recuerda Francisco.
Sin embargo, a pesar de que Andrés aún no cuenta con la edad legal para trabajar formalmente en Venezuela, tampoco es la primera vez que lo hace. El trabajo es sinónimo de esfuerzo para él. Dice que hay maneras más fáciles de vivir. Pero confía en que el trabajo lo ayudará alcanzar sus objetivos, aunque el salario de una semana solo le alcanza para comprar medio cartón de huevos, una harina de maíz y una pedazo de queso.
Las fundaciones lo han ayudado con ropa, comida, trabajo, pero lo más importante: con estímulo y orientación. Sin embargo, su hogar aún tambalea. Andrés todavía no regresa a su casa. Al principio recibió asistencia psicológica como parte de la ayuda que le brinda Hogar de Cristo, pero los encuentros no continuaron. Quien prestaba este servicio no pudo asistir más. Andrés en varias oportunidades le ha dicho a Beatriz que necesita un psicólogo. Hay momentos, dice, en los que se siente deprimido.
—La casa de mi papá es de dos pisos. Pero están mis hermanos que consumen drogas y yo no quiero estar al lado de ellos porque eso llama.
Al comienzo, cuando decidió con convicción no dormir más en las calles de la ciudad, fue nuevamente a la casa de su abuela. Sin embargo, allí las ayudas que recibía y su sueldo se desvanecían. En ese hogar viven al menos 15 personas: tías, primos, inquilinos.
—Cuando Bea me daba ropa, me la robaban. Cuando me daban comida, me la robaban. Hasta que me fui molestando. Después empecé a trabajar en la panadería de Francisco. Me daban comida y yo la llevaba. Y ahí todos sí me querían. Después, cuando no me daban o no llevaba dinero, me decían: “Si tú no traes, no comes”.
Beatriz explica que desde Hogar de Cristo han apoyado a un poco más de 20 niños y adolescentes en situación de calle. Pero asegura que la reinserción es difícil. Cuando vuelven a su contexto, a sus casas, a sus familias, los problemas reaparecen y los factores de riesgo que los llevaron a la calle persisten. Los chamos abandonan la batalla, se lamenta. El único de este grupo que ha logrado superar su contexto es Andrés.
Elvia Bellorín, psicóloga especialista en farmacodependencia, explica la resiliencia como una capacidad que ha diferenciado la historia de Andrés a la del resto de sus hermanos o de sus amigos de calle. Explica que no es un don. Son capacidades internas y externas con las que cuentan algunas personas. La capacidad externa es la oportunidad que se le brinda desde afuera y comienza con que alguien crea en esta persona y le brinde apoyo.