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Pero el control aéreo de las venas aéreas de São Paulo, toda una Blade Runner tropical de alturas paralelas, se quedó corto. Las asociaciones de vecinos de la ciudad, que han estado luchado durante años contra el vuelo constante de los helicópteros, acaban de obtener su primera victoria. Gilberto Kassab, alcalde de  São Paulo, sancionó en octubre una ley que restringe el uso de los helipontos. El zum zum constante de las aeronaves será, a partir de ahora, más comedido. La ley prohibe vuelos en el área urbana entre las once de la noche y las seis de la mañana. Y no podrán existir helipuertos a menos de trescientos metros de escuelas, guarderías, hospitales y asilos. “Esto cancelará el noventa por ciento de los helipontos”, asegura Felipe Diniz, en nombre de la Associação Brasileira de Pilotos de Helicóptero (Abraphe). La nueva ley, según el Ayuntamiento, pretende apenas “poner un poco de orden”. Porque la vida aérea de helicopterópolis parece haberse descontrolado. De los doscientos quince helipontos de la capital, ciento veintinueve no tienen autorización municipal. Funcionan, eso sí, con el permiso de Agência Nacional de Aviação Civil (Anac), que analiza su seguridad.

El comandante Cléber Mansur, presidente de la Abraphe, confiesa que siempre estuvieron “a favor del límite horario de los vuelos”. Marca distancias, eso sí, con la nueva ley, defendiendo el trabajo de los pilotos: “Los helicópteros se volvieron una necesidad, por el desorden de la ciudad y su tráfico caótico”. Recuerdo a la perfección al comandante Carlos Alberto Artoni, un dandy cincuentón, antiguo presidente de la Abraphe. En la sede de Helicidade (uno de los helipuertos más grandes), con la descolorida sinfonía de ladrillos de la favela Jaquaré, Artoni repasaba el historial/espíritu cívico de los pilotos paulistas: “Sugerimos subir la altura mínima de los vuelos hasta doscientos metros para no molestar”. Artoni callaba orgulloso. Cuando salía a luz el problema del ruido sonreía irónicamente: “Quien quiera oír pajaritos, tiene que vivir fuera de São Paulo. Hay que acostumbrarse a la modernidad”.

A ras de suelo. Freno, embrague, acelerador. Surco el asfalto a bordo de un taxi, rumbo al centro comercial de lujo Daslu. Rodeado de motoboys, avanzo a cámara lenta por la saturada marginal de Pinheiros. En pleno sístole/diástole de vehículos, recorriendo las venas obstruidas de la ciudad, intento acabar de comprender por qué São Paulo es la capital mundial del helicóptero. ¿Violencia? Tal vez. La tasa de homicidios del estado ha bajado mucho, a once por cada cien mil habitantes (septiembre de 2009), pero los secuestros siguen siendo preocupantes (veintiséis en el tercer trimestre de 2009). ¿Dificultad de movimientos? No hay dudas. Freno, embrague, acelerador. Entre sesenta y tres y sesenta y siete kilómetros de atasco en la hora punta. Mil doscientos veinticinco kilómetros al mes. Hasta el propio alcalde Kassab se ve obligado a hacer vuelos relámpago para cumplir con su agenda. Desde el heliponto del Banco Santander, cerca de su casa del Jardim Paulistano, o desde el del edifício Matarazzo del Ayuntamiento, el alcalde realiza unas quince horas semanales de vuelo.

La entrada de Daslu parece la de un palacio real europeo. Los clientes llegan en Audis, Mercedes o en lujosos 4×4. O caen desde el cielo en el heliponto  privado. Dentro del Universo Jet Set paseo entre yates a la venta, palos de golf, perfumes. Un helicóptero negro estampado en una pared (Wellcome to Daslu Homem) me arranca una sonrisa. En el Espaço Helisolutions (sala de espera del helipuerto), contemplo varias esculturas. Pinturas exclusivas forrando las paredes. Y acabo de entender otra palabra clave de la helicópteromanía: riqueza. Juliana Vazella, una empleada, me explicaba hace un tiempo que muchos usuarios del heliponto de Daslu apenas lo querían como lugar de reunión: “Llegan en helicóptero, pasan unas horas, y se van”. No me extraña que São Paulo represente setenta y cinco por ciento del mercado de lujo de Brasil (mil quinientos millones de dólares anuales). Ni que reúna cincuenta y ocho por ciento de las familias ricas del país (443.462), según el Atlas da Exclusão Social. O que la consultora Skyscraper City la coloque desde 2006 en lo más alto del ranking de mejores ciudades latinas para invertir.

Ni siquiera la crisis ha afectado al vigor aéreo de Helicopterópolis: Cuarenta y un mil quince vuelos apenas hasta julio de 2009. Además, en São Paulo, hay múltiples fórmulas. Quien no tiene suficiente dinero para comprar un helicóptero, pueden optar a la propiedad compartida. “Pagan una cuota y tienen garantizado su uso. Un helicóptero Esquilo cuesta unos 2,2 millones de dólares. Nuestro cliente paga 220.000”, asegura Rogerio Andrade, presidente de Helisolutions, empresa que gestiona el heliponto  de Daslu. Altura, tráfico caótico, riqueza, opciones. São Paulo.   

Freelance aéreo. De nuevo en el aire, en un RH 44 Newscopter a la altura de los urubús. Y São Paulo allá abajo, la urbe difuminada, sembrada de puntos. El comandante Hamilton A. Rocha sobrevuela el reducto millonario de Al Phaville, sembrado de helipontos y mansiones. Y al lado, Al-favela, casas de ladrillos pelados, rozando el Vecino Primer Mundo. Hamilton –cincuenta años, afable–  es uno de los comandantes más populares. Sus noticias aparecen en las principales televisiones (SBT, Rede TV y Rede Bandeirantes). Hamilton es un freelance en toda regla. “Llegaba siempre el primero y acabé entrando en directo en los informativos”, asegura Hamilton. El currículum de su Newscopter es memorable: incendios, persecuciones, rebeliones en prisiones, atascos. “Si las televisiones no tienen las imágenes aéreas, pierden  audiencia”.

Hamilton gira ciento ochenta grados el rumbo del helicóptero. Después de filmar São Paulo volvemos a la pista de aterrizaje de Helipark, el mayor centro para helicópteros de América Latina. El cielo: límpido, azul turquesa. El suelo: marrón, rojo, revestido de favelas. Y ahora, con Helipark a la vista, mi memoria dispara imágenes/recuerdos de algunos de mis vuelos pasados. Cubriendo el tráfico con la Rede Globo, vuelos panorámicos con turistas. Vuelos. Altura. Recuerdo incluso vuelos que casi hice, que por atascos o burocracias perdí: uno con Emerson Fitipaldi, con el presentador de televisión Domingo Faustão, con un ejecutivo que iba a ver un partido de fútbol con el gobernador. Vuelos. Velocidad. Riqueza. São Paulo. Y anécdotas: un empresario recluido en un spa que llama a su secretaria para que le envíe una pizza, a escondidas, en su helicóptero, porque ya no aguantaba más el frugal régimen de comidas.

Contemplo desde el aire São Paulo, la ciudad-exceso. A bordo del Newscopter de Hamilton, acabo de entender a los habitantes de la estrafosfera de la invisible Baucis/Helicopterópolis. En realidad, cercados de  nubes y soledad, tal como cuenta Italo Calvino, los hombres-helicópteros, “con telescopios apuntando hacia abajo, no se cansan de pasar revista a la Tierra, hoja por hoja, piedra por piedra, contemplando fascinados su propia ausencia”. En el fondo, creo escuchar a Calvino susurrando, “aman la tierra tal como era antes de ellos”.

Bernardo Gutiérrez es periodista, fotógrafo, consultor de medios y bloguero: www.bernardogutierrez.es, www.alfacentauro.info, Twitter: bernardomadrid