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Detrás de las riendas y los fogones de La Cita, sigue al frente de un restaurante que es un emblema de la tradición gastronómica de La Candelaria en la esquina de Alcabala. Con vocación y perseverancia este gallego de nacimiento y venezolano de corazón mantiene un recinto que ha logrado trascender por más de 70 años y representa la memoria viva de una parroquia servida en la mesa

Crónica Harold Contreras / Fotografías Thalía Paparoni

Una noche de tensión se vivió con intensidad en La Cita, el reconocido restaurante de cocina española de La Candelaria, en Caracas. Corría el año 2010, y en el segundo piso del local, Higinio Alonso, gallego de pura cepa y uno de los propietarios del lugar, disfrutaba con mucha emoción de un partido del Mundial de Fútbol FIFA de Suráfrica, mientras esperaba a un invitado especial. 

No se había percatado del despliegue que ocurría en las afueras del establecimiento, en la esquina de Alcabala, ni de que las calles aledañas estaban rodeadas por organismos de seguridad del Estado. 

Maricarmen, entonces esposa de Higinio, llamó a medianoche al encargado del restaurante con voz de preocupación: “¿El local fue allanado?”. Del otro lado de la línea, el encargado intentaba tranquilizarla, le explicaba que se trataba de una reunión importante, que no había nada de qué preocuparse. Toda esa movilización era la antesala de un momento que quedaría grabado en la memoria del equipo del restaurante.

De pronto, las puertas se abrieron para recibir nada menos que al ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Celso Amorim, quien llegaba acompañado del entonces embajador de Brasil en Caracas, Mauro Vieira. El diplomático Vieira, cliente habitual del restaurante, había hecho la reservación para 14 personas a las diez de la noche, justo antes de dirigirse a La Cita desde el Palacio de Miraflores, para una visita que prometía fútbol, buena comida y diplomacia.

Los distinguidos invitados se deleitaron aquella noche con uno de los platos predilectos del lugar: una clásica paella de mariscos, al mejor estilo de La Cita.

En la Galicia de 1982, mientras España estaba contagiada con la fiebre del Mundial de Fútbol que ese año se celebraba en el país ibérico, y el nuevo gobierno de Felipe González lideraba la transición hacia la democracia, Higinio Alonso de apenas 18 años vivía ajeno a los grandes cambios sociales y políticos que sacudían su país.

Su mente solo se concentraba en el sudor del trabajo diario y el placer de su hábito deportivo del domingo: con tres palos improvisaba una portería de fútbol y con una pelota, su mundo y el de sus amigos se reducía a una cancha de tierra en un partido que a veces terminaba a “coñazos”, recuerda ahora Higinio.

Mundial 82. La fiesta, 1982, Joan Miró

En esa época de grandes transformaciones, un día Higinio visitó una agencia de viajes junto a su padre. Sobre el mostrador, las pesetas estaban puestas una sobre otra destinadas a costear un viaje que lo llevaría lejos, al otro lado del Atlántico: a Venezuela. Era una decisión tomada en contra de la voluntad de sus padres Higinio y Maximina, pero para él representaba el siguiente paso para alcanzar sus sueños.

La llegada de un joven Higinio a Venezuela marcó el inicio de una travesía personal y culinaria a través del trabajo. Su primer puerto fue la cocina del restaurante El Pobre Juan en La Guaira, donde estuvo alrededor de quince meses, entre el sonido metálico de los utensilios chocando entre sí mientras se movían, sartenes y ollas entre los fogones, el calor y los olores de pescados como «roncador» o «corocoro». 

Un espíritu inquieto pronto le hizo sentir que había «tocado techo» y la necesidad de nuevas experiencias lo llevaron a Caracas, la capital. En un restaurante francés en la esquina de Carmelitas, frente a la Cancillería, lo recibieron como mesonero por trece meses. 

Su aspiración a más lo condujo a El Hostal de la Castellana. En este restaurante, la feroz competencia de personal era tangible: la ola migratoria de la época hacia Venezuela había traído consigo al país una diversidad de talentos de Portugal, Italia, España, Perú, Colombia y Argentina, entre otros. 

***

Hacia el año 1985, en La Cita de La Candelaria, el barrio más español de la Caracas de entonces, rodeado del aire denso de la barra, mezcla de café y licor, Higinio se desplazaba como mesonero entre la barra y la caja desde las 9:30 de la mañana. Este puesto le permitía observar el ir y venir de la clientela y, sobre todo, a la dueña, a quien la llamaban a sus espaldas «Margaret Thatcher», pues su carácter era tan fuerte como el de la Dama de hierro.

—Mañana quiero hablar con usted, sentenció un día la mujer, con esa mirada que no admitía réplica —rememora Higinio.

Su mente, acostumbrada a los dimes y diretes del negocio, reaccionó: 

—A esta mujer le fueron con un chisme, con alguna vaina. Seguro se inventaron que me agarré una plata —especuló— Antes de que pudiera articular palabra, disparé: “Patrona, yo no he tocado un medio, se lo juro”. Ella replicó, con la misma contundencia que la caracterizaba: “¡Cállese la boca!: La que la que voy a hablar soy yo”, me dijo. Quedé mudo, expectante —relata.

La copropietaria de La Cita de entonces le propuso que se sumara al equipo de la cocina. 

—Quiero que vengas a meterte en la cocina. Te vienes a las siete de la mañana y a las diez de la mañana te vas a abrir el bar. Es para que veas, aprendas y agarres conocimiento de la cocina —cuenta Higinio sobre aquella propuesta.

No era un regaño, ni un despido. “Thatcher”, a su manera, estaba abriendo una puerta que era una oportunidad. 


En 1988, La Cita, el restaurante caraqueño que de un pequeño bar en sus inicios se había posicionado por al menos dos décadas como una de las mejores cocinas españolas de La Candelaria, fue vendido por sus dueños originales, los vascos Adolfo Urrutia y Alberto Amorebieta. Los nuevos propietarios, José López y familia, asturianos que también eran dueños del vecino restaurante La Tertulia, incluyeron de socio a un charcutero que subestimó la complejidad del negocio gastronómico. Apenas unos meses después, la realidad golpeó y el restaurante se abrió a nuevos socios.

Era una nueva oportunidad para Higinio.

A principios de los años 90, Higinio y un paisano gallego adquirieron acciones en La Cita que iban pagando con trabajo y producción. Con el paso de los años, y con gran esfuerzo y dedicación mantuvieron abiertas las puertas del restaurante en medio de un país convulso. Tras superar una y otra vez las adversidades consolidaron el prestigio de un local que hoy muchos ven como un imbatible.

Con Higinio a la cabeza de esas mesas y fogones en la doble función de propietario y chef, La Cita cumple siete décadas de una tradición que representa la identidad culinaria española de La Candelaria y una referencia de la gastronomía nacional.

—La Cita es un restaurante histórico. Un clásico. Setenta años se dice fácil, pero en Caracas solo muy pocos pueden contarlo. Eso solo se logra con mucho trabajo y una cocina que ofrece muy buena comida.

En el menú de La Cita hay clásicos: su famosa paella, lechón a la segoviana con la piel que cruje, cazuela de mariscos, pastel de mero, arroz negro, pulpo a la gallega o el muy solicitado bacalao que forma parte de la carta desde los primeros tiempos.

En una comida estelar no puede faltar el postre y en las mesas de esta casa de La Candelaria la natilla, cremosa y suave, una leche frita, la crema catalana o la tarta de Santiago con almendras pulverizadas y azúcar son también una obligación. 

En la barra en forma de herradura que da la bienvenida apenas se ingresa, algunos de sus meseros veteranos (Peter, Ernesto o Henry “el morocho”, todos andinos) ofrecen algunos de los infaltables para tapear: croquetas, tortilla española, pimientos fritos, chistorras, empanada gallega, ceviche de mero o su tabla de quesos manchegos y jamones ibéricos. No sin antes servir una copa de un buen tinto o brindar como aperitivo un caldo de res.

Este recinto evoca la memoria del paladar y para muchos caraqueños se traduce en recuerdos de encuentros y celebraciones de familia o amigos entre brindis con vinos, cervezas o whisky y comilonas compartidas también con parroquianos. 

—¿Quién no ha celebrado un acontecimiento o un evento familiar en La Cita? Por aquí han pasado abuelos, hijos y ahora vienen sus nietos. Este restaurante con el personal de siempre trasciende generaciones —asegura Higinio.

El aire en La Cita, en este septiembre de 2025, sigue cargado con las historias vividas y el inconfundible aroma de sus platos recién salidos del fogón, un testimonio de la filosofía de Higinio: «lo que funciona no se toca». Aunque el menú se ha ampliado con los años, los sabores originales de la comida española siguen siendo la esencia de este icónico restaurante.

El gallego aún recuerda los inicios cuando el local ocupaba un espacio más modesto en el primer piso. Hace 22 años (en 2002) el lugar se expandió dando forma al restaurante que conocemos hoy con otra barra adicional y más mesas en el salón del segundo piso del edificio de la legendaria esquina de Alcabala. 

Las mejoras incluso se perciben en los detalles más pequeños. Son cambios que ilustran la profunda adaptación del lugar a través del tiempo y de un equipo con la mira puesta en el futuro, pero sin jamás perder su alma.

Higinio, a sus 61 años, reflexiona: «las cocinas no son fáciles». En un mundo donde muchos negocios flaquean cuando sus fundadores se agotan o retiran, La Cita ha logrado perdurar como un templo. 

Con el cabello corto y canoso, y un rostro surcado por las faenas del restaurante, este gallego es la viva imagen de la persistencia.

—La clave reside en dos pilares: vocación y ánimo de sacrificio. Es la combinación de estos dos ingredientes lo que permite la constancia y la secuencia necesarias para que un restaurante no solo sobreviva, sino que prospere tejiendo su propia historia.

A pesar de todas sus ocupaciones, aún sostiene con destreza una bandeja de metal en la que lleva un cerdo asado entero, una estampa de la vocación que lo ha mantenido de pie durante décadas. 

Es la misma vocación que se refleja en su atuendo: una chaqueta de chef oscura sobre una sencilla camiseta azul y pantalones de jean. Este es su uniforme de batalla con el que dirige a su equipo como el director técnico y estratega de un buen equipo de fútbol.

Cuando se le pregunta qué representa La Cita para él, su respuesta es reveladora y emotiva: 

—Para mí La Cita es un familiar cercano, es como un hermano menor: uno es el que la tiene que cuidar. Es un vínculo de protección y responsabilidad. La Cita no es solo un restaurante, es parte de mi vida, una entidad viva que requiere cuidado, dedicación y amor para seguir siendo el referente que es hoy en el corazón de Caracas.

Esta crónica forma parte de la serie #RostrosDeLaCandelaria , una coproducción entre Historias que laten y CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe- en alianza con la Iglesia Nuestra Señora de La Candelaria, Guetto Photo, Los Templos Paganos y Fundapatrimonio.