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Una radio que es reloj

Por: Andrea Quintero

Las emisoras son el segundo medio con mayor presencia en Venezuela. Tan sólo en 2017, 49 estaciones de radio nacional fueron censuradas por Conatel

En esta casa la radio no es radio, sino un reloj. El cuchillo corta seco sobre la tabla y el sofrito de cebolla salta en la sartén. Cuando la voz del locutor de la 103.3 dice “son las…”, Carolina hace una pausa. Escucha la hora y acelera el ritmo.

En bata todavía, enciende la cocina y comienza a preparar el almuerzo y los teteros de los bebés, mientras la radio le avisa que son las 5:15 minutos.

Más que radio es reloj. En esta cocina donde el hambre se engaña con aliños para darles sabor a las arepas sin rellenos, la radio es un reloj parlante que se coloca desde el teléfono local a falta de un equipo de sonido. Así Carolina puede escuchar la hora cada tanto.

—Para saber si voy a tiempo. Para saber lo que pasa en el país, cómo va el Metro. La cola en la autopista, y así.

A Carolina le gusta escuchar. Tener la radio siempre de fondo aunque no logre recordar lo que hablaron en el programa de ayer y no se fije en nada más que en la hora.

En esta casa, cuando se quiere saber algo, se abre la puerta, se sale a la calle y se pregunta. A un conocido que esté caminando por ahí, a alguien parado en la esquina o asomado en el balcón del edificio del frente. Si los vecinos fallan, toca llamar por teléfono y consultar. A algún amigo, compañero de trabajo, familiar. A alguien que tenga acceso a Internet y le pueda averiguar lo que necesita saber. Por boca a boca. Así funciona la comunicación en esta casa de bloques en Isaías Mediana Angarita, en Catia, al oeste de Caracas.

Carolina no puede acceder a la información en el momento en que la necesita, pero para ella, en el país hay acceso a la información porque las personas pueden obtenerla sin problemas, sin limitaciones, ni dificultades. Porque cuando ella entra a Instagram ahí consigue todo.

—Lo que quiero leer, lo que no quiero leer. Solo entro y me aparece en el inicio.

Sin embargo, cada vez que necesita saber algo, como buscar información para la tarea de sus hijas o la última medida económica tomada por el gobierno, por ejemplo, Carolina sale a la calle y pregunta. El celular inteligente que heredó de su mamá a comienzos de 2020, después de año y medio sin teléfono, no le sirve para eso que ella dice de entrar a Instagram y ver el mundo, porque «en un momentico» ya se le fueron todos los datos y su plan, de 300.000 bolívares (monto anterior a la reconversión monetaria del Bolívar Digital), representa más del 70% de su sueldo mínimo, que en agosto 2020 era de 400.000 bolívares, o poco más de un dólar al mes.

Con cinco hijos y un salario de un dólar, pagar un plan de datos para su celular, es un lujo costosísimo. Carolina administra con pinzas cada mega, así como hace con tantos otros recursos, y prefiere reservarlos para comunicarse por WhatsApp y para recibir las tareas de sus hijos, cuando habían cerrado las escuelas por la pandemia, y las fotografías a los cuadernos se volvieron su rutina. Entrar a redes o a un portal digital a ver noticias, es algo que no está en sus planes ni en su presupuesto.

−¿Y las noticias?

−Uff, algo importantísimo para cualquier persona.

−¿Cuándo fue la última vez que las leíste?

−Fue… Fue…

Carolina repite un “fue” por tercera vez que se transforma a un “nojombre, yo creo que se me olvidó”.

A sus 33 años y con cinco niños que criar sola, lo que más le interesa saber es en cuánto está el dólar ese día. Esa es, para ella, la noticia más importante. Así logra saber cuánto serán los 50 dólares que le envía su hermano desde México, al final del mes, para ayudarla con la comida.

La última vez que leyó las noticias en un periódico impreso fue en una edición de Ciudad CCS, un diario gratuito de ideología chavista editado por la Alcaldía de Caracas. De eso han pasado tres años, o más. Ni siquiera logra recordarlo.

Aunque tres de sus hijos están en edad escolar, en su casa el único libro que hay es una enciclopedia de sexto grado de la Colección Bicentenario que entregaba el gobierno. La Canaimita -las computadoras portátiles entregados por el Ministerio de Educación a niños en zonas populares- que le regalaron a la mayor de sus hijas ahora solo sirve de tablero para jugar ludo por las tardes luego de que se le dañara la batería y no consiguiera dónde arreglarla.

La televisión es como un bucle temporal de películas animadas que terminan y vuelven a comenzar para entretener a los niños. Luego que ATT&T suspendiera el servicio de televisión satelital de DirecTV en Venezuela, como consecuencia de las sanciones de Estados Unidos al gobierno venezolano, Carolina dejó de ver los programas informativos que veía cada cierto tiempo, para no sentir que estaba desconectada del mundo.

Lo que pasa en el país, en los hospitales, con los servicios o las políticas públicas. Nada de eso le interesa. Ella intenta no enfocarse mucho en esas cosas porque le dan ganas de llorar.

—¿Economía? ¿Pa’ qué? Una super hiper mega inflación eso es lo que tenemos. Lo sé porque lo vivo. No hace falta leer nada.

Este trabajo fue el producto final de una tesis de grado realizada por Andrea Quintero con tutoría de Liza López para la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, con resultado sobresaliente mención publicación ante el jurado. Su difusión se realiza en alianza entre Historias que laten y El Bus TV.