ESPECIALES

Lo mejor de El Mundo

Por: Andrea Quintero

Desde 2013, más de 100 medios impresos dejaron de circular en Venezuela debido a las restricciones para acceder a los suministros de papel

De la esquina de Solís a la Plaza O’Leary, en el centro de Caracas, Enrique aprovechaba la cola que se hacía en el túnel entre ambas calles en hora pico.

—Eso era en un momentico. Taca. Taca. Taca –dice en un cantadito rápido mientras mueve la mano como si entregara periódicos–, y en media hora ya había vendido mil diarios El Mundo y tenía el día listo.

El pasado se acumula en las historias de diarios impresos de Enrique, un sexagenario de lentes rotos y piel morena, de la misma manera en la que el polvo se amontona en los discos de música clásica, revistas de cócteles, salud y belleza que todavía conserva en una esquina de su quiosco, y que en algún momento fueron parte de los obsequio de las grandes cadenas de periódicos nacionales para atraer más audiencia con ediciones especiales. Quince años después, Enrique todavía los mantiene en exhibición y los intenta vender a lo que den por ellas. En esas páginas ya amarillas de las revistas Hola y Ronda que nadie leyó, pero que todavía algunos compran para otros usos domésticos.

En pleno centro de Caracas, donde se encuentran las sedes de la mayoría de los ministerios y entes gubernamentales del país, Enrique abre su quiosco cada día a las cuatro de la madrugada en la esquina de Padre Sierra a Mecedores, mientras la ciudad busca su ritmo y la gente pasa y pregunta “¿Cuál de estos tiene el resultado de los animalitos?”. La gente pasa y pregunta dónde queda el Ministerio, el Teatro Ayacucho, el Banco Central y cada tanto, cada 10. Cada 20. Alguno se anima y le compra un periódico.

Enrique siempre responde con esa certeza de quien tiene treinta años respondiendo las mismas preguntas. Con esa certeza de quien se ha dedicado al mismo oficio toda la vida, de quien ha vendido periódicos desde los 9 años en la misma esquina.

—Personas que van pasando compran su periódico, personas que van a hacer diligencias a los ministerios y entonces dicen “voy a pasar mucho rato en una cola, déjame distraerme leyendo el periódico” —eso dice Enrique cuando se le pregunta quién compra la prensa por estos días de medios digitales y ausencia de efectivo en Venezuela.

***

190. Ese es el número de personas que han comprado la prensa hoy. Son las 11:30 de la mañana y el día ya está por terminar para Enrique.

—Al menos 190 personas se informaron hoy, y eso solo contando este quiosco —dice el señor de cristales al aire y sin una pata, y menciona que en una época vendía 300 ejemplares por cada periódico.

Añora los tiempos en los que se desayunaba con un bolívar y en su quiosco se vendían galletas, chocolates, mercancía importada y cigarrillos. En la que se le hacía las seis de la tarde en esa esquina trabajando. Extraña los tiempos, de hace 20 años atrás, en los que veía esos cerros de periódicos y la gente se los llevaba toditos. Cuando los clientes lo llamaban para pedir que le guardaran la prensa y luego pasaban a buscarla así fuera un mes después. En los que traía periódicos de Mérida y San Cristóbal, desde el interior del país, porque a un cliente que vivía en El Junquito le encantaba leerlos.

—¿Censura? No, no creo. Solo le quitaron el amarillismo a la prensa. Aunque eso sí que vendía —comenta Enrique y pone los ojos chiquiticos mientras se queda un rato en silencio, como pensando e intentando ver una trampa cada vez que se le pregunta si en los periódicos hay censura.

La falta de publicidad. Los precios. Los materiales importados. El papel. La gente joven que no le gusta leer. Esas son las razones, para él, de que los periódicos hayan dejado de circular en Venezuela.

—Pero el Internet, especialmente el Internet. Dicen que por ahí la gente se entera de todo. Que según en Internet está todo. Que ahí se consigue todo. A mí me llamó una cliente hace años y me decía “mira, ya no me traigas más la Hola, que ahora la leo por Internet y me sale más barato”. También sé que se meten por el celular, de estos que dicen que son inteligentes y que por ahí les sale todo y leen todo. Pero como mi celular no fue a la universidad, ese no estudio, ni tampoco es inteligente. Yo por ahí solo recibo llamadas, y a veces.

***

«Negro» dice un hombre y deja un periódico en el mostrador. Enrique lo agarra, lo estira y lo vuelve a colocar junto a los otros, como nuevo. Porque un cliente suyo, de esos de toda la vida, no va a dejar de leer el periódico solo porque ese día no tenga dinero.

En El Mundo, el periódico vespertino, Enrique trabajó como pregonero, mayorista, empacador «qué no hice yo en El Mundo«. Todo lo que tiene, lo que ha tenido en su vida, lo ha conseguido vendiendo periódicos. Uno a uno, desde los nueve años cuando comenzó a ser pregonero hasta ahora.

—De los tiburones hasta que la mar se seque —dice con orgullo y se acomoda su gorra azul descocida de tanto uso.

Cuando habla de su equipo, Enrique usa ese mismo tono con el que responde que jamás cambiaría de oficio. Que nunca ha pensado en dejarlo, ni siquiera ahora que la cosa está dura. Que el periódico nunca se pierde. No tiene pérdida. Porque en el peor de los casos termina siendo el baño de perros y eso ahora también lo pagan.

El Mundo era lo mejor del mundo —dice Enrique y cuando lo dice su voz se llena de energía. Como de quien recuerda un amor del pasado.

Dos años después de esta entrevista, todos los quioscos ubicados alrededor del casco central del centro de Caracas fueron desalojados por orden de la Alcaldía. Enrique, como tantos otros quiosqueros de la zona, se quedó sin oficio y sin trabajo.

Este trabajo fue el producto final de una tesis de grado realizada por Andrea Quintero con tutoría de Liza López para la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, con resultado sobresaliente mención publicación ante el jurado.

Su difusión se realiza en alianza entre Historias que laten y El Bus TV.