ESPECIALES

Esta investigación de migración, memoria e infancia documenta los casos de niños, niñas y adolescentes migrantes o refugiados venezolanos que han fallecido durante este año en las distintas rutas migratorias de América Latina y Estados Unidos.

La intención es identificarlos y contar la historia de cada uno para que no sean tan solo un número o titular de una noticia plana. Nos planteamos presentar esta retrospectiva a partir de la elaboración de breves perfiles que narren episodios o fragmentos de la vida de estos infantes para que no queden en el olvido y así preservar su memoria.

Esta es una nueva entrega de la serie #HijosMigrantes.

Investigación y texto Jonathan Gutiérrez

Ilustraciones Betania Díaz

La construcción de memoria a través de esta serie de historias mínimas revela una dimensión colectiva de una arista muy dolorosa de la migración venezolana: la muerte de niños.

Kristopher (2 años) murió por inadecuada atención médica. Victoria (7 años) se ahogó en su intento de cruzar las aguas de un río. Keiler (2 años) sufrió complicaciones respiratorias en una ruta extrema. Wilmer (16 años) es un caso de suicidio debido a los efectos de la migración en la salud mental de un adolescente. Yaelvis (1 año) fue asesinado por disparos de la Guardia Costera de Trinidad y Tobago. José Fabián (10 años) fue atropellado en una ruta de frontera. Saraí (12 años) fue torturada y abusada sexualmente. A Lusied (3 años) la arrastró la corriente de un caudal crecido en su transitar por una selva.

Estos son algunos de los nombres de los niños migrantes venezolanos que han perdido sus vidas en lo que ha transcurrido de 2022.
A ellos se suman los casos recientes verificados de Leangel (10 años), Juan David (4 años), Orángel (8 años), y Johendry (11 años). De otros tres niños aún sin identificar pudimos constatar sus fallecimientos en la ruta migratoria.

La travesía con desenlace fatídico de estos niños migrantes venezolanos son evidencias de un duro camino en el que estuvieron expuestos a riesgos como explotación laboral, abuso sexual, reclutamiento de grupos armados irregulares o ser víctimas del crimen organizado que opera en las distintas fronteras que cruzaron.

Estas pérdidas también delatan otros peligros y vulneraciones a los que se someten a estos infantes desterrados en su peregrinaje: extensos recorridos en condiciones inclementes por desiertos o climas gélidos, cruces nocturnos por carreteras inseguras, trochas y caminos irregulares que los expone a accidentes viales e incluso a ser víctimas de violencia.

Los riesgos incluyen viajes por mar abierto en botes precarios, o atravesar ríos crecidos, selvas inhóspitas y montañas a más de 3.800 metros de altitud en rutas extremas.

Son historias de la desprotección de una migración infantil obligada a dejar sus hogares y recorrer cientos o miles de kilómetros por caminos que ellos no escogieron tomar, porque esas fueron decisiones de otros, de adultos que como paradoja les buscaban un mejor porvenir.

De los 6,8 millones venezolanos de la diáspora, 1,3 millones son niños, niñas y adolescentes, según proyecciones de Acnur y la OIM (2022).

Los perfiles reunidos en este trabajo ilustran la indefensión de los hijos migrantes en los distintos países de acogida. Cada uno representa un ángulo del fenómeno de la migración infantil y adolescente. Los lugares donde dejaron sus vidas también ubican cuáles son los puntos calientes de la movilidad venezolana en la región, incluidas las nuevas rutas de tránsito.

El Río Grande, en la frontera entre México y Estados Unidos; Ipiales, en la frontera entre Colombia y Ecuador; la Selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá; Centroamérica; el altiplano boliviano en la frontera con Chile; las aguas del Caribe en la ruta entre las costas del noreste de Venezuela y la isla de Trinidad y Tobago; o ciudades como Puebla, Quito, Armenia, Ríohacha o Santiago de Chile.

Son 15 los niños migrantes venezolanos que han muerto durante 2022, víctimas fatales de la migración forzada, según hemos podido confirmar en la Unidad de Investigación de Hijos Migrantes.

Son 15 los niños migrantes venezolanos que han muerto durante 2022, víctimas fatales de la migración forzada, según hemos podido confirmar en la Unidad de Investigación de Hijos Migrantes.

En Venezuela no hay institución oficial que esté llevando el registro de este drama inédito. El gobierno no reconoce la migración masiva de sus ciudadanos y mantiene un silencio ensordecedor respecto a la pérdida de vidas de estos niños desplazados y desamparados.

Hacer memoria permite visibilizar los riesgos y vulneraciones de la niñez que se moviliza por migración forzada, documentar aquellos infantes que no llegan a su destino o quienes en el país receptor han perdido su vida en incidentes trágicos. Este relato coral revela quiénes eran y en qué circunstancias perdieron sus vidas.

Estas son las historias de las vidas perdidas de los hijos migrantes:

Kristopher Meza Colmenares (2 años)

Falleció en Santiago de Chile el 5 de enero de 2022

—El niño no despierta –le dijo el anestesiólogo a la madre del pequeño Kristopher, Krisle Colmenares.

—¿Cómo que no despierta? –respondió Krisle.

—No despierta. Mueve los brazos, los pies pero no los ojos. No sé qué sucedió, yo hice todo correctamente –son las palabras precisas que recibió como respuesta, según recuerda Krisle.

—Le pregunté si se había equivocado con la dosis de la anestesia y lo negó. Pero ese hombre estaba muy nervioso, temblaba. Le insistí en que si había cometido algún error o hecho algo mal y respondía que no –cuenta Krisle.

El pequeño Kristopher Mesa Colmenares fue ingresado a las 7:00 de la mañana del 23 de diciembre de 2021 a una sala de atención del hospital clínico San Borja Arriarán de Santiago de Chile, ubicado en la avenida Santa Rosa 1234.

El niño en un accidente casero, se había cortado el dedo meñique de su mano derecha con los vidrios de un bombillo que se había resquebrajado. La herida era profunda, le había afectado un tendón.

El niño en un accidente casero, se había cortado el dedo meñique de su mano derecha con los vidrios de un bombillo que se había resquebrajado. La herida era profunda, le había afectado un tendón.

Lo llevaron de urgencia al Hospital del Carmen, en la comuna de Maipú, allí le dieron la primera atención, y lo remitieron al Hospital San Borja Arriarán.

—Al principio no lo quisieron atender porque no tenía el RUT. Les rogábamos, pero no le daban la asistencia –cuenta su mamá.

El RUT es el documento con el número de identidad otorgado a los chilenos de nacimiento y a los extranjeros a quienes se les ha otorgado una visa de permanencia temporal o definitiva.

Los padres, en medio de la contingencia, acudieron hasta una sede de Fonasa, el Fondo Nacional de Salud de Chile, donde tramitaron un RUT provisorio para Kristopher, y regresaron al hospital.

Luego de la intervención quirúrgica pasaban las horas desde que les dijeron que debían esperar a que el niño despertara, pero no tenían información de su hijo. Sí percibieron un clima de que algo malo estaba ocurriendo.

Al día siguiente, el 24 de diciembre le informaron a Krisle que su pequeño tenía un edema cerebral.

—Era absurdo, no lo podíamos creer, fuimos por una cortada en un dedo y la intervención era ambulatoria.

Desde la víspera de Navidad el niño fue recluido en terapia intensiva. El 4 de enero le informaron a los padres que Kristopher tenía muerte cerebral.

—Al día siguiente recibí una llamada del hospital, me dijeron que las palpitaciones de mi hijo estaban disminuyendo –relata Krisle.
El 5 de enero de enero falleció Kristopher.

Krisle Colmenares y Manuel Meza, sus padres, son una pareja de venezolanos que migraron en 2019 desde Yaracuy hasta Perú. Un año después decidieron emprender rumbo a Chile con el propósito de ofrecerle un mejor futuro a su hijo.

—A nuestro hijo lo dejaron morir por negligencia médica –afirma, sin dudarlo, la madre.

—A nuestro hijo lo dejaron morir por negligencia médica –afirma, sin dudarlo, la madre.

Hicieron la denuncia en los Carabineros y en Fiscalía, pero no han tenido respuestas.

En una fotografía familiar, Kristopher está vestido de Spiderman y con un muñeco de su superhéroe favorito. Era blanco, de cabellos y ojos negros. En otras dos imágenes luce una camiseta del Barcelona FC y una de la Vinotinto, a Kristopher le gustaba el fútbol al igual que a su padre.

Victoria Valentina Lugo Mayor (7 años)

Falleció el 18 de enero de 2022

—La niña se me soltó –dijo Mayerlin Mayor, la mamá de Victoria, a su hermana Mayibeth Mayor cuando la llamó por teléfono desde Texas para darle la noticia.

Antes de comenzar a atravesar el Río Grande la mañana del 18 de enero de 2022, Mayerlin vio que el agua le llegaba mucho más arriba de los tobillos, pero decidió cruzar con su hija Victoria aferrada a su cuerpo.

A medida que avanzaban por el cauce del río que divide a México de los Estados Unidos, llegó un momento en el que Mayerlin sintió que sus pies ya no tocaron fondo.

A medida que avanzaban por el cauce del río que divide a México de los Estados Unidos, llegó un momento en el que Mayerlin sintió que sus pies ya no tocaron fondo.

—El agua helada las cubrió y la niña se soltó de los brazos de su madre –cuenta la tía de la pequeña.

A Victoria la arrastró el río. No la pudieron rescatar y murió ahogada.

Su madre fue salvada por la ayuda de otros migrantes que las acompañaban en la aventura.

—Dejé a la luz de mis ojos. Mi hija se me ahogó –fue la frase que le repetía la mamá de la niña a su hermana Mayibeth durante esa llamada nefasta que enlutó a la familia Mayor en el estado Zulia.

Victoria era alumna del segundo grado de primaria de la escuela Las Eugenias de Coro, donde su madre también fue maestra del preescolar Simoncito (Ceis) que comparten la misma sede, en la capital del estado Falcón.

—Victoria era la mejor alumna de su clase –dice Digna Rodríguez, quien fuera su maestra en Coro.

Aunque la niña nació en Maracaibo, el 5 de junio de 2014, había pasado varios años en Coro, donde Mayerlin consiguió trabajo de docente. Vivían en una casa cercana a la escuela, la C-39-3, ubicada en la sexta etapa del sector Las Eugenias.

Sus tíos y primos dicen que Victoria era una niña dulce, alegre y coqueta. Que le gustaba modelar y amaba el chocolate.

—Era muy alegre, siempre estaba contenta –comenta Ángel Mayor, tío de la niña.

—Era muy alegre, siempre estaba contenta –comenta Ángel Mayor, tío de la niña.

Era hija única. Su madre estaba separada de su papá, José Humberto Lugo, oriundo de La Vela, Falcón.

En las fotos familiares se evidencia que Victoria tenía predilección para vestirse con ropas de color rosa. Tenía una falda de doble volados de tul tipo bailarina, que era uno de sus atuendos favoritos.

El sueldo de maestra de Mayerlin no le alcanzaba para ofrecerle la vida que deseaba darle a Victoria. Así que decidió vender su casa, regresar temporalmente al hogar de su familia en el barrio Felipe Pirela, en Maracaibo, Zulia, y preparar su viaje a Estados Unidos junto a su hija.

Mayerlin les pagó a unos coyotes para que la llevaran hasta Acuña, estado de Coahuila, en México, para poder cruzar el Río Grande junto a Victoria y cumplir el «sueño americano». El objetivo era llegar a Texas.

En Texas fue sepultada Victoria.

Keiler Eduardo Vargas (2 años)

Falleció el 28 de enero de 2022

—No respira, no respira –gritaba Alexandra Inojosa Rengel, la mamá de Keiler, mientras pedía ayuda a los otros ocupantes del autobús donde viajaban, según sus familiares.

Los acompañaban la abuela paterna de Keiler, Yajaira Caramauta, su tío Leonardo Caraballo, sus tías Yujairis y Yarais Vargas, su prima Sinay Caraballo, y el hermano menor de Keiler, el niño Kender de 4 meses de edad.

Habían recorrido más de 1.400 kilómetros desde que comenzaron el trayecto en Lima, Perú, por la carretera Panamericana Sur y transcurrido unas 48 horas, en las que el bus con destino a Santiago de Chile, hizo solo una parada de 20 minutos.

Al momento de cruzar el puente internacional en la frontera con Bolivia, a la entrada de la ciudad de Desaguadero en uno de los puntos más altos de la cordillera andina en Suramérica, el niño Keiler Eduardo Vargas se descompensó. Tuvo complicaciones respiratorias, le faltaba oxígeno.

—En cuestión de segundos empezó a sentirse mal. Su corazón empezó a latir muy rápido, vomitó dos veces, y ya luego se desmayó, y dejó de latir su corazón –relata Yarais Vargas, la tía paterna de Keiler.

Le rogaron al chofer que se detuviera, debían buscar ayuda a como diera lugar. Pero el hospital estaba a diez minutos a pie de donde los dejó el transporte.

Le rogaron al chofer que se detuviera, debían buscar ayuda a como diera lugar. Pero el hospital estaba a diez minutos a pie de donde los dejó el transporte.

—Mi esposo, Leonardo, agarró al bebe en sus brazos, le dio primeros auxilios y nos tocó correr hasta el hospital –cuenta Yarais.

En el centro asistencial de Desaguadero, Bolivia, no los querían atender por ser venezolanos.

—Casi que tuvimos que tumbar las rejas, ahí perdimos mucho tiempo, y ya cuando logramos entrar, el bebé no tenía signos vitales.

El chofer y los otros ocupantes del bus, les dieron el pésame e hicieron una colecta para ayudarlos con algo de dinero. Luego el bus siguió su camino.

—Estábamos desesperados porque no nos querían dar hospedaje en ningún hotel en medio de ese frío –dice Yarais.

Solo un hotel de Desaguadero los recibió. El dinero les alcanzó para tres días. Pero una fundación los llevó a una casa albergue.

Gracias a un video que se viralizó, y que difundió el periodista Sergio Novelli por Instagram, recibieron donaciones de apoyo para hacer los trámites para el entierro del bebé.

En el hospital no le hicieron la autopsia a Keiler porque no contaban con los recursos necesarios. A la familia solo le dijeron que se había ahogado con su propio vómito.

En el hospital no le hicieron la autopsia a Keiler porque no contaban con los recursos necesarios. A la familia solo le dijeron que se había ahogado con su propio vómito.

Pero es probable que a Keiler le haya dado un paro respiratorio por mal de altura. Desaguadero está a 3.830 metros sobre el nivel del mar.

La familia de Keiler es de Puerto La Cruz, municipio Sotillo, Anzoátegui, una ciudad a nivel del mar.

Aunque Keiler, un bebé risueño que era de piel color caramelo, nació en Bogotá, Colombia.

—Decidimos ir a Colombia en busca de un mejor futuro.

Aunque al niño lo enterraron en el cementerio de Desaguadero el 29 de enero, a los cinco días lograron reunir la plata y hacer todos los trámites para sacarlo, luego cremarlo, y llevar sus cenizas a Chile, donde lo esperaba su papá, Manuel Vargas.

Alexandra, la mamá de Keiler, no lo quería dejar en un pueblo olvidado. En su lápida boliviana había escrito a mano con una ramita sobre el cemento fresco: “nunca te dejaremos solo”. Así fue.

Wilmer Josué Hernández Virú (16 años)

Falleció el 1 de febrero de 2022

—Wilmer lanzó la puerta con furia y se encerró en su cuarto —dice su mamá, quien prefiere que no se cite su nombre.

A la una de la tarde del 1 de febrero de 2022, después de horas de claustro y un silencio que preocupaba a su familia, tocaron insistentemente la puerta de su habitación.

Forzaron la cerradura. Pero al entrar ya era demasiado tarde, hallaron el cuerpo de Wilmer sin signos vitales.

Wilmer, “Pito”, como lo llamaban cariñosamente, se quitó la vida.

Sus amigos de la manzana 33, del barrio Los Quindos de Armenia, Colombia, dicen que últimamente había cambiado su comportamiento. Se notaba muy extraño, deprimido, pero además muy agresivo.

Según su madre, el chico había mostrado cambios drásticos en su conducta durante las semanas previas.

—Wilmer no era el mismo.

En diciembre de 2021, no pudo regresar a Venezuela como lo tenía planeado. Se sintió frustrado. Esto lo habría afectado en su estado de ánimo.

En diciembre de 2021, no pudo regresar a Venezuela como lo tenía planeado. Se sintió frustrado. Esto lo habría afectado en su estado de ánimo.

El adolescente migró hace tres años desde Venezuela junto a su familia hasta Armenia, la capital del departamento de El Quindío.

Aunque era sociable, la familia dice que el joven nunca se adaptó al nuevo país. Tenía muchos amigos en el barrio, pero en la escuela sufría de bullying por su acento, según una reseña publicada en el diario Crónica del Quindío.

Algunas personas cercanas a su familia comentaron en redes sociales que era un joven “muy soñador, que tenía muchas metas en la vida, pero desafortunadamente no pudo superar sus vaivenes emocionales y eso lo llevó a la muerte”.

—Wilmer, “Pito”, fue perdiendo el brillo en sus ojos —dice su mamá, quien llamó a los agentes de la Policía Nacional del Quindío, adscritos al CAI Los Naranjos, para reportar su tragedia.

—Wilmer, “Pito”, fue perdiendo el brillo en sus ojos —dice su mamá, quien llamó a los agentes de la Policía Nacional del Quindío, adscritos al CAI Los Naranjos, para reportar su tragedia.

En el reporte policial, quedó asentado que su mamá informó que Wilmer sufría de ansiedad y depresión y que, además, comenzó a flagelarse en distintas partes del cuerpo después de migrar a Colombia.

A la casa de los Hernández Virú también llegó una unidad del laboratorio móvil de criminalística del Cuerpo Técnico de Investigación, CTI, de Colombia.

Su amigo Raúl, contactado a través de Instagram, dijo que “Pito”, como prefiere decirle, quería estudiar y progresar. Le gustaba la música. Era enamoradizo y no dejaba de añorar a Venezuela.

En la foto del adolescente que circula en la red, Wilmer Josué o “Pito”, un chico trigueño de cabello negro, es desafiante con su mirada a la vez que alza su mano derecha y hace un “fuck you” con su dedo medio.

Yaelvis Santoyo Sarabia (1 año)

Fue asesinado el 5 de febrero de 2022

—Escuché los disparos y abracé al niño —le dijo Darielvis Sarabia a su esposo Yermi Santoyo cuando le relató lo sucedido.

Una bala atravesó el hombro izquierdo de Darielvis y alcanzó a su hijo. El niño iba aferrado al pecho de la madre y chupaba uno de sus dedos pulgares.

El proyectil atravesó la cabeza del pequeño Yaelvis Santoyo Sarabia y lo mató.

Fue un disparo hecho por la Guardia Costera de Trinidad y Tobago contra la embarcación donde viajaban con otros 17 migrantes.

Darielvis iba con sus dos hijos, Yaelvis, de un año, y Danna, de dos, en un bote que había partido la noche del 5 de febrero de 2022 desde un muelle de Tucupita, en Delta Amacuro, al noreste de Venezuela.

La primera etapa del viaje fue navegar por los caños, esos afluentes que son los brazos del Orinoco, hasta alcanzar las aguas del Caribe. Luego vendría el trayecto más difícil que sería ir por mar abierto hasta Chaguaramas, en Trinidad.

El propósito era reencontrarse en la isla con el padre de los niños, Yermi, para reunificar a la familia y ofrecer un mejor futuro a sus hijos.

El propósito era reencontrarse en la isla con el padre de los niños, Yermi, para reunificar a la familia y ofrecer un mejor futuro a sus hijos.

—Pero perdimos al niño, perdimos parte de nuestra vida —dice Yermi.

El asesinato de Yaelvis Santoyo Sarabia fue el caso más mediático de las muertes de niños migrantes venezolanos que han ocurrido este año.

Una fotografía del pequeño en la que viste una braga azul cielo y una franela amarilla se viralizó por redes sociales. En el retrato el niño mira a la cámara con sus brillantes ojos negros y sonríe.

Yermi se había ido en 2021 a Trinidad, como tantos otros venezolanos de la costa oriental del país, para buscar trabajo y enviar dinero para alimentar a sus hijos.

Pero a pesar de la distancia, hablaba a través de su teléfono por videollamada todos los días con los niños y su esposa.

—Los niños me reconocían, me decían papá —cuenta Yermi.

El padre trabajó como agricultor recogiendo cosechas durante 8 meses, hasta que pidió un préstamo de 300 dólares a un amigo para poder pagar el pasaje por lancha de Darielvis y los niños.

El padre trabajó como agricultor recogiendo cosechas durante 8 meses, hasta que pidió un préstamo de 300 dólares a un amigo para poder pagar el pasaje por lancha de Darielvis y los niños.

Darielvis era docente de Tucupita, cuidaba a Danna y al travieso Yaelvis durante el día, en casa de su abuela, en la Calle Sucre de Tucupita donde residían. En las noches daba clases a adultos mayores. Pero el sueldo de maestra no le alcanzaba.

La madre estuvo hospitalizada en el Hospital Sangre Grande de Trinidad, bajo custodia policial, por ser testigo del asesinato de su hijo.

Fue dada de alta el mismo día del sepelio de Yaelvis, el 18 de febrero, pero no pudo estar presente en el funeral porque las autoridades migratorias de la isla la detuvieron para hacerle un interrogatorio. La detuvieron por tres días en una estación policial.

En una urna blanca de manijas plateadas, con flores celestes y amarillas, fue sepultado Yaelvis.

José Fabián Chacín (10 años)

Falleció el 3 de febrero de 2022

En la vía quedaron los zapatos de José Fabián, unos calzados deportivos de color blanco y azul.

A 3 km de la frontera con Ecuador, en la intersección de la carretera Panamericana, en Ipiales, departamento de Nariño, Colombia, a un costado de la vía yacía el cuerpo sin vida del niño de la etnia Wayuu.

En el accidente vial también falleció Miguel Montiel de 32 años, un pariente de José Fabián.

Ambos eran miembros de una familia Wayuu de ocho integrantes que salió desde la comunidad de Cerro Cochino, en el municipio Mara del estado Zulia, con destino hacia Perú, y atravesaron la frontera colombo-venezolana por Paraguachón.

En el incidente los otros familiares del niño quedaron heridos, algunos de gravedad y fueron hospitalizados en un centro de salud de Ipiales.

José Fabián estudiaba quinto grado de primaria y viajaba sin documentos de identidad.

José Fabián estudiaba quinto grado de primaria y viajaba sin documentos de identidad.

La familia del pequeño había decidido migrar irregularmente para buscar mejores oportunidades. Porque la crisis económica golpea duramente al pueblo Wayuu.

Sin documentos, ni recursos, la repatriación del cuerpo de José Fabián fue un vía crucis.

—Lo más difícil para nosotros fue que querían cremar su cuerpo y esto fue otra prueba que nos tocó afrontar, para detener ese proceso en un lugar tan lejos de nosotros —explicó Luz María González, familiar del niño.

Los rituales fúnebres Wayuu son una de las manifestaciones más importantes de su cosmogonía. Los cuerpos no deben arder porque son un puente entre los vivos y la eternidad. Esta ceremonia es patrimonio cultural de Venezuela.

Luego de muchas gestiones burocráticas, el cuerpo de José Fabián fue entregado en territorio colombiano a su familia con el apoyo de la Defensoría del Pueblo de la Guajira y Migración Colombia.

Pero por el traslado del cadáver a suelo venezolano, desde Paraguachón en la frontera de la Guajira venezolana hasta la casa de José Fabián, les cobraban 600 dólares.

Pero por el traslado del cadáver a suelo venezolano, desde Paraguachón en la frontera de la Guajira venezolana hasta la casa de José Fabián, les cobraban 600 dólares.

—Ese dinero no lo teníamos —dice Luz María.

Desesperados, varios miembros de la familia del niño solicitaron el apoyo del Comité de Derechos Humanos de la Guajira para la repatriación del cuerpo desde Colombia a su territorio ancestral.

—Como son Wayuu no pueden ser enterrados fuera de su territorio ancestral. En esa zona del municipio Mara, del Zulia —comentó José David González, coordinador del Comité Derechos Humanos de la Guajira.

Después de tanto trajinar, los restos de José Fabián fueron velados y sepultados en su tierra de acuerdo a la tradición Wayuu, para quienes la muerte no significa el fin de un ciclo sino un paso para la transformación y elevación del alma.

El niño José Fabián hizo el viaje del alma hacia la tierra de los muertos (jepira).

Saraí Colmenares (12 años)

Asesinada el 24 de enero de 2022

Saraí presentaba signos de severa tortura, abuso sexual y asfixia.

La niña fue hallada muerta en la habitación de un departamento alquilado, en el barrio Las Araucarias de la ciudad de Risaralda, Colombia.

—El caso de Saraí me cambió la vida. Me atravesó la vida por la crueldad a la que fue sometida —dijo Yamile Roncancio, abogada y directora de la Fundación Feminicidios Colombia, en una entrevista en el diario El Espectador.

—Tras ver las fotos de cómo quedó violentado su cuerpo no se regresa. Siento que nunca voy a ser la misma —agregó la abogada.

Su cuerpo permaneció durante cinco días en Medicina Legal de Colombia sin poder ser reconocido. Las autoridades debieron reconstruir el cadáver, fotografiarlo e ir hasta la comunidad a preguntar si alguien la conocía en esa zona de Pereira.

Fue así como alguien comentó haberla visto con frecuencia en el Parque Bolívar de Risaralda.

Fue así como alguien comentó haberla visto con frecuencia en el Parque Bolívar de Risaralda.

Saraí Colmenares nació en Valera, estado de Trujillo, en los Andes de Venezuela. Era una niña migrante de 12 años que era explotada sexualmente. A la pequeña le gustaba dibujar corazones.

La niña no iba al colegio. Tampoco tenía documentos de permanencia legal en Colombia.

Fue reportada como desaparecida el 24 de enero de 2022, pero no fue sino hasta el 1 de febrero que fue encontrada sin vida.

Se sospecha que una red de trata de personas la traficó en redes sociales.

La niña aparecía como Alejandra Ramírez en cuentas de Facebook y TikTok, donde el contenido buscaba sexualizarla, sin ningún reparo en esas plataformas sociales.

El principal sospechoso del asesinato, es Jairo David Latorre Muñoz, un universitario de 28 años de edad. Una factura a su nombre encontrada en la escena del crimen fue la pista para atraparlo.

El hombre es investigado por los delitos de feminicidio agravado, acceso carnal violento y tortura.

El hombre es investigado por los delitos de feminicidio agravado, acceso carnal violento y tortura.

Las evidencias forenses indican que la muerte ocurrió por asfixia mecánica.

El caso lo reconstruyó e hizo público la periodista Natalia Herrera Durán del El Espectador, quien evitó que un crimen tan atroz pasara desapercibido. A pesar de ello, el feminicidio de Saraí no tuvo mayor repercusión en Colombia, ni en Venezuela.

—Es uno de esos casos que desearía haber podido hacer algo, porque murió absolutamente sola, como creció, y muy impactada por el hecho de ser migrante y niña —expuso Yamile Roncancio.

A pesar de que la última vez que la vieron fue el 20 de enero, cuatro días antes de que fuera asesinada, sus padres no denunciaron su desaparición.

El 7 de febrero Saraí fue sepultada en el cementerio de Santa Rosa de Cabal.

Lusied Antonella Chirinos Steile (3 años)

Falleció el 5 de julio de 2022

—A la niña se la llevó la crecida del río —dice con dolor Edwel Chirinos, el padre de Lusied.

Luz Steile Arguelles, de 36 años, y su hija Lusied Antonella Chirinos Steile, de 3 años, perdieron sus vidas tratando de cruzar la selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá. Son la esposa e hija de Edwel.

Murieron ahogadas.

—Los cuerpos estaban en el río donde se ahogaron, la persona que me confirmó sus muertes me dijo que agarró a la bebé para que no se pudriera en la orilla, la echó al agua y a la mamá también para que corrieran, y un ente público las pudiera conseguir donde desemboque el río —relata Edwel.

Ellas salieron del sector Las Margaritas de Punto Fijo el 30 de junio de 2022, en el estado Falcón, Venezuela, de donde era oriunda la madre, y donde vive su familia. El objetivo era llegar a los Estados Unidos, a la ciudad de Salt Lake City, Utah, y reencontrarse con Edwel.

Iniciaron la travesía del Darién del lado colombiano el 3 de julio. La última comunicación que tuvieron con Edwel y con la familia fue en esa fecha. Fueron vistas por última vez en un sector de la selva del Darién llamado La Llorona.

Iniciaron la travesía del Darién del lado colombiano el 3 de julio. La última comunicación que tuvieron con Edwel y con la familia fue en esa fecha. Fueron vistas por última vez en un sector de la selva del Darién llamado La Llorona.

Según su padre, Lusied era una niña muy alegre. En todas las fotos familiares solía usar dos colitas en formas de crinejas. Le gustaba Disney, y en un retrato usa unas orejas del personaje Minnie Mouse. En la última imagen viva antes de entrar a la selva llevaba una motico en la mano, probablemente de su muñeca Barbie.

De acuerdo al testimonio de un testigo, en una información difundida por Univisión, en el sector del cerro La Llorona, el grupo con el que viajaban logró subir la montaña, pero Luz y su hija quedaron rezagadas. Ese día, 5 de julio, aproximadamente a las cinco de la tarde, mientras cruzaban un río, ambas se ahogaron cuando se las llevó la crecida del caudal.

Funcionarios del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) panameño junto a bomberos de la alcaldía del municipio Agua Fría de Panamá colaboraron en tratar de recuperar los cuerpos.

Un par de semanas después, las autoridades panameñas encontraron el cuerpo de su esposa Luz. Fue cremado. Edwel espera enviarlo pronto a Venezuela con la familia.

Pero el cuerpo de la niña, de Lusied aún no ha aparecido.

—Yo solo quiero que aparezca mi hija, es un dolor muy grande lo que yo siento, un dolor que desgarra —dice Edwel.

—Yo solo quiero que aparezca mi hija, es un dolor muy grande lo que yo siento, un dolor que desgarra —dice Edwel.

El padre de la niña y Luz vivieron durante cinco años en Panamá. En Ciudad de Panamá nació Luised, hija de migrantes venezolanos.
En 2021, Edwel decidió irse a Estados Unidos, y luego de que se estableciera, las buscaría.

—Era nuestro sueño. Ahora vivo una pesadilla —relata el padre de Luised.

—No poder enterrar a mI hija, ni saber dónde está es una tortura. Por buscar una mejor vida, arriesgamos a nuestra hija. Le pido perdón —continúa Edwel.

—Le pido a Dios que me ayude a encontrar a mi hija para repatriar su cuerpo junto al de su mamá a Venezuela, y puedan descansar en paz.

Por cada niño, niña o adolescente incluidos en este sumario del infortunio, hay una familia rota que se ve afectada por sus ausencias de muchas maneras. Los impactos de las muertes de niños migrantes o refugiados en las familias que dejan atrás son devastadores y complejos, son heridas profundas que en la mayoría de los casos no cicatrizan.

Para la sociedad venezolana, también rota, queda el deber de concientizar que estas pérdidas representan un duelo colectivo, y que sus ausencias sean una exhortación a que otros no tengan similar destino.

Producción realizada en el marco de la Sala de Formación y Redacción Puentes de Comunicación III, de la Escuela Cocuyo y El Faro. Proyecto apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.