María del Carmen Pérez Plata, mejor conocida como Carmita, desde muy joven conoce el valor del trabajo y desde hace 60 años lidera el Bazar El Tilar, un negocio familiar que con tesón y dedicación se ha convertido en referencia para los vecinos de la parroquia La Candelaria. Esta historia familiar de arraigo y resiliencia muestra cómo un pequeño comercio se ha mantenido de pie, con épocas de bonanza y austeridad, al brindar a su clientela una atención cercana y amable
Crónica Martha Eloína Hernández/ Fotografías Adrián Naranjo
—Buenos días, bienvenidos, ¿en qué los podemos ayudar? —dice con amabilidad Carmita, a una pareja que entra al negocio.
—Estamos perdidos y sabemos que aquí nos pueden ayudar —responde la señora con un papel donde lleva apuntada la dirección que busca.
Su acompañante se queda viendo las vitrinas, saca de su bolsillo la pieza de una olla de presión y le pregunta a Carmita sobre el repuesto.
—Un momentito, por favor. Raúl, ¿estás ocupado? Baja para que ayudes a una señora con una dirección, mientras yo busco el repuesto para una olla de presión.
Esta es una escena habitual en el Bazar El Tilar, un negocio familiar fundado por inmigrantes canarios y ubicado en la parroquia caraqueña La Candelaria, entre las esquinas de Peligro a Alcabala, liderado por María del Carmen Pérez Plata, mejor conocida como Carmita.
Este comercio cumple 61 años en noviembre de 2025 y es una de las tiendas más antiguas de la parroquia. El lugar parece el bolso del personaje de la clásica película Mary Poppins en el que se puede encontrar una variedad de productos —en este caso para el hogar— desde ollas, calderos, budares, tobos, sartenes, ollas de presión, cafeteras Greca, platos, cubiertos, tazas, vasos, ensaladeras, paletas de madera hasta artículos para el barismo y la repostería.

Raúl Hernández Pérez, es el hijo único de Carmita. Mientras su mamá atiende al señor que requiere el repuesto, él orienta a la señora con la dirección que busca. Madre e hijo están influenciados por la filosofía ignaciana de “amar y servir”. Ambos se toman su tiempo para escuchar con amabilidad a cada cliente, atenderlos con paciencia, asesorarlos con amor y servirles con devoción.
—No somos de la zona, pero hace años trabajamos por aquí y este negocio es referencia y tradición porque la atención es personalizada. Nos vamos contentos con el repuesto de la olla de presión y agradecidos por la orientación para llegar a nuestro destino —dice la señora al despedirse de Carmita y Raúl.
—Con todo gusto, vuelvan cuando quieran, siempre son bienvenidos —dice Carmita, sonriente.

Tilar por Pilar
En 1964 Antonio Hernández Hernández tenía una lonchería en sociedad con un par de amigos y paisanos de las Islas Canarias, a tres locales de donde se encuentra el bazar. En noviembre de ese año se le presentó la oportunidad de adquirir el fondo de comercio del Bazar El Pilar y decidió vender su parte en la lonchería para usarla como inversión inicial. El monto que restaba por pagar, logró cancelarlo —al antiguo dueño que era devoto de la Virgen del Pilar— durante el año siguiente.
Carmita y Antonio estuvieron casados por 45 años. Se conocieron en las cercanías del bazar, donde él tenía la lonchería y ella trabajaba en una tienda de ropa. Al poco tiempo, se enamoraron y se casaron. Su padre la llevó al altar y estando casada se mudó a La Candelaria, en donde ha vivido por más de 50 años.
—Mi marido bailaba muy bien e íbamos a las fiestas y bodas a bailar. Él me respetaba mucho. Él fue un caballero en toda la extensión de la palabra. Me quería mucho, lo hizo desde el día que me conoció —dice con ternura.

El nombre del Bazar El Pilar se mantuvo por 43 años, pero en el 2007 por recomendaciones legales y fiscales, hicieron el cambio de firma personal a comercial. Como el Bazar El Pilar C.A. ya estaba registrado, decidieron cambiar la “P” por la “T”.
—Para que el nombre no perdiera la esencia— se registró como Bazar El Tilar C.A., un negocio familiar que con tesón y dedicación se ha convertido en referencia para los vecinos de esta parroquia caraqueña.
Desde los inicios, Carmita y Antonio entendieron que los clientes eran la columna vertebral y se enfocaron en brindarles una experiencia de compra personalizada, con escucha activa para comprender sus necesidades y ofrecerles calidad de servicio. No se trataba solo de vender, para ellos era fundamental crear una relación genuina, duradera y de confianza.
En 2012, después de la muerte de Antonio, Carmita —acompañada por su hijo Raúl y su nuera Ruth Rojas— se ha ocupado de mantener y cultivar aún más esta conexión orgánica con los clientes, convirtiéndose en el corazón vivo del bazar. Esta relación ha dado sus frutos, porque ellos han sido los principales promotores de la identidad del negocio al crear el eslogan Bazar El Tilar, “aquí lo va a encontrar”.
Esta acción espontánea de la clientela confirma la premisa de Philip Kotlher, economista estadounidense considerado el padre del marketing, quien asegura que “la mejor publicidad es la que hacen los clientes satisfechos”.
—Por mi forma de ser siempre me ha gustado trabajar con público a través de las ventas. Mi familia lo lleva en las venas, yo creo que lo traemos en la sangre. Cuando llegamos a Venezuela, mi padre trabajaba como vendedor y mi madre como costurera. Luego ella tuvo una tarjetería y él una tipografía, ambos en La Candelaria. Yo comencé a trabajar desde muy joven para ayudar a mi familia y esto es lo que he hecho toda mi vida —dice con orgullo.

Aunque el Bazar El Tilar nació con otro nombre y llegó a vender electrodomésticos, juguetes y hasta hacer listas de bodas, a la fecha se mantiene en el mismo espacio físico en el que nació y —a pesar de las épocas de bonanza y austeridad— comercialmente se ha reinventado y adaptado a los nuevos tiempos, Carmita y su familia no se detienen en buscar formas creativas para mantener las ventas.
Entre las innovaciones ofrecen repuestos y servicios de reparación para las cafeteras Greca y las ollas de presión a través de la práctica de las “segundas oportunidades”, hacen concursos en las fechas especiales para premiar a los clientes y hasta dan consejos prácticos y compartir las nuevas tendencias en Instagram y TikTok por sugerencia de las nietas.

Aunque Carmita pertenece a una generación que almidonaba las sábanas y no conoce de tecnología ni redes sociales, está de acuerdo con la renovación que se le ha dado al negocio de la mano de su hijo Raúl y su nuera Ruth porque “si los cambios dan un buen resultado”, ella los apoya.
“Este país es como nuestro”
Carmita llegó a Venezuela desde Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias, en 1954 cuando tenía 13 años, en compañía de su mamá y dos de sus seis hermanos a vivir en un apartamento en la parroquia Santa Rosalía, en Caracas.
En Tenerife estudió en un colegio de monjas llamado La Pureza, allí hizo la primera comunión. Sus padres tenían un supermercado que trabajaba con libreta de racionamiento. Su papá decidió emigrar y su mamá se quedó con el negocio y dos empleados hasta que pudieron salir de España.
Sus padres, Eulalia Plata (española) y Raúl Pérez (cubano), echaron raíces en Venezuela no solo porque emigraron para ofrecerle a su familia una mejor calidad de vida, sino porque con su trabajo ayudaron a construir país en los inicios de la era democrática, tras el derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.
—Yo soy la segunda de seis hermanos, tres nacimos en España y los otros tres nacieron aquí. Nos adaptamos a este país y es como nuestro. Si a mí me preguntan yo nací en Canarias, pero soy venezolana de corazón —dice con contundencia.
En sus 84 años la han llamado Carmita, Carmiña, Pilar por asociación al antiguo nombre del bazar, Carmen o María del Carmen. Aunque contesta con amabilidad por todos los nombres, prefiere Carmita porque en las Islas Canarias así llaman a las Cármenes.
Es católica, apostólica y romana. Practica su fe con amor, respeto y devoción dentro y fuera de la iglesia. Todos los días ve la misa por televisión. Se levanta a las 6:00 de la mañana, se baña y se desayuna con calma un bocadillo (sándwich de pan tostado, queso y un toque de mermelada) con la única taza de café que se toma durante el día, después se dispone a ver el santo rosario y escuchar la misa antes de irse al bazar. Los domingos también ve la misa por televisión y luego va a la iglesia de La Candelaria para escuchar de nuevo la misa y comulgar.
Considera que no es difícil trabajar con público. Aunque la persona llegue al bazar molesta o ella no tenga lo que está buscando, siempre le pregunta qué desea, cómo puede ayudarla y la orienta. No pone mala cara ni tampoco da malos tratos.
Carmita de tez blanca, ojos color castaño y una estatura aproximada de 1,52 metros tiene una mirada dulce y profunda, y —por más que lo intente— no logra quedarse quieta por mucho tiempo, convirtiéndose en la gran anfitriona del bazar. Es entusiasta, independiente y comunicativa con una gran capacidad para comprender lo que piensan los demás.
Confiesa que la clave para mantenerse en el tiempo ha sido el trabajo diario, el respeto y la empatía. Ella escucha sin juzgar, es cercana y asegura que se pone en los zapatos del cliente para generar un ambiente de confianza en el que ofrece no solo lo que vende, sino el conocimiento y la experiencia con alternativas o soluciones para todos los gustos y bolsillos.
Mientras que en otros sitios de la ciudad la atención al cliente ha desmejorado, en el Bazar El Tilar se esmeran por mantenerla.
—A la generación de ahora le digo que se prepare para que tenga oportunidades porque el mundo ha dado muchas vueltas. También hay que ser buena persona, ayudar al que no tiene (si se puede) y no burlarse de nadie. Ser amables.

Esta crónica forma parte de la serie #RostrosDeLaCandelaria , una coproducción entre Historias que laten y CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe- en alianza con la Iglesia Nuestra Señora de La Candelaria, Guetto Photo, Los Templos Paganos y Fundapatrimonio.
Al Baza El Tilar, le felicito por esa constancia y esa excelente atención.
Que vengan más éxitos