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La acción de ayudar a los adultos mayores confinados en Caracas y que están solos porque sus familiares migraron a otros países enlazó a una docena de voluntarios para llevarles alimentación y asistencia médica. En cuestión de días crearon un método para proteger a la población más vulnerable y evitar que se expongan al peligro del COVID-19. Esta es la historia de cómo se articularon para minimizar los riesgos de los ancianos en esta pandemia

Zulay Noguera espera junto a otra vecina de su edificio al voluntario que les trae un paquete con varios envases de comida. Aunque el tapaboca esconde sus sonrisas al ver el chico llegar en su moto, es evidente que les conmueve ese gesto de que les lleven, sin costo alguno, alimentos preparados directamente a casa. Saludan, dan las gracias y se despiden con la mímica de un beso. 

La moto se aleja y continúa su recorrido por La Carlota, una urbanización de clase media que se convirtió a mediados del siglo XX en una de las favoritas de las comunidades italiana, española y portuguesa en Caracas. Hoy muchas de las viviendas en este sector se encuentran vacías porque sus dueños retornaron a Europa o se mudaron a otros países.

En otros hogares, como en el de Zulay, sólo habitan pocos miembros de la familia.  Cargando su paquete, invita a pasar a su apartamento. Dice que le gusta conversar. Cuenta que trabajó como docente universitaria muchos años y ahora, a sus 64 años, está jubilada y dedicada a tiempo completo al cuidado de su hija Zukai, quien sufre de parálisis cerebral de nacimiento. Viven solas porque su esposo emigró a Colombia hace un año, el mismo tiempo que tienen sin recibir el apoyo económico y emocional que las resguardaba en su cotidianidad familiar.

—Tuve que aprender a valerme por mí misma de un día para otro —dice mientras saca cada envase del paquete que acaba de recibir—. Esta bolsa de pan es oro. Aquí trajeron pasta con carne. Pollo guisado con arroz. Una ensalada de gallina. Sopa, ¡tan rica que es esta sopa! Una bolsita de café. El café es importante porque calma la ansiedad. Un ponquecito. Mira Zukai, te mandaron un ponquecito. La comida la voy congelando y sacando cada día para que nos rinda dos o tres comidas en la semana. Saco un poco de sopa y la mezclo con agua, y guardo el resto, así comemos Zukai y yo varios días.

Los brazos de la señora Zulay lucen flácidos dentro de esa camisa que pareciera ser dos tallas más grandes de su contextura. Mientras muestra la foto donde aparecen ella, su hija y su esposo, confiesa que siente añoranza, que se deprime al recordar su vida antes de la despedida.

La acción de ayudar a los adultos mayores confinados en Caracas y que están solos porque sus familiares migraron a otros países enlazó a una docena de voluntarios para llevarles alimentación y asistencia médica. En cuestión de días crearon un método para proteger a la población más vulnerable y evitar que se expongan al peligro del COVID-19. Esta es la historia de cómo se articularon para minimizar los riesgos de los ancianos en esta pandemia

Zulay Noguera espera junto a otra vecina de su edificio al voluntario que les trae un paquete con varios envases de comida. Aunque el tapaboca esconde sus sonrisas al ver el chico llegar en su moto, es evidente que les conmueve ese gesto de que les lleven, sin costo alguno, alimentos preparados directamente a casa. Saludan, dan las gracias y se despiden con la mímica de un beso. 

La moto se aleja y continúa su recorrido por La Carlota, una urbanización de clase media que se convirtió a mediados del siglo XX en una de las favoritas de las comunidades italiana, española y portuguesa en Caracas. Hoy muchas de las viviendas en este sector se encuentran vacías porque sus dueños retornaron a Europa o se mudaron a otros países.

En otros hogares, como en el de Zulay, sólo habitan pocos miembros de la familia.  Cargando su paquete, invita a pasar a su apartamento. Dice que le gusta conversar. Cuenta que trabajó como docente universitaria muchos años y ahora, a sus 64 años, está jubilada y dedicada a tiempo completo al cuidado de su hija Zukai, quien sufre de parálisis cerebral de nacimiento. Viven solas porque su esposo emigró a Colombia hace un año, el mismo tiempo que tienen sin recibir el apoyo económico y emocional que las resguardaba en su cotidianidad familiar.

—Tuve que aprender a valerme por mí misma de un día para otro —dice mientras saca cada envase del paquete que acaba de recibir—. Esta bolsa de pan es oro. Aquí trajeron pasta con carne. Pollo guisado con arroz. Una ensalada de gallina. Sopa, ¡tan rica que es esta sopa! Una bolsita de café. El café es importante porque calma la ansiedad. Un ponquecito. Mira Zukai, te mandaron un ponquecito. La comida la voy congelando y sacando cada día para que nos rinda dos o tres comidas en la semana. Saco un poco de sopa y la mezclo con agua, y guardo el resto, así comemos Zukai y yo varios días.

Los brazos de la señora Zulay lucen flácidos dentro de esa camisa que pareciera ser dos tallas más grandes de su contextura. Mientras muestra la foto donde aparecen ella, su hija y su esposo, confiesa que siente añoranza, que se deprime al recordar su vida antes de la despedida.

Más de 5 millones

de venezolanos han migrado

Fuente: Acnur, mayo 2020

Los dejados atrás, llaman los expertos a los venezolanos que se han quedado en Venezuela después de que sus familiares se vieran forzados a migrar.

En Venezuela, país con 32 millones de habitantes según proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, más de 3,5 millones son personas mayores de 60 años. La organización no gubernamental Convite, que trabaja desde hace 12 años por los derechos sociales y de salud de este grupo etario, destaca en su último reporte que 23% de los ancianos han sido dejados atrás por el fenómeno migratorio.

800.000 adultos mayores

se han quedado solos en Venezuela por la migración de sus familiares

Fuente: Convite, 2020

El director de esta ONG, Luis Francisco Cabezas, dice que la llegada del coronavirus introdujo un elemento de desasosiego, de miedo, y un incremento de los riesgos para los adultos mayores:

—Esta pandemia es una emergencia dentro de otra. Nuestros adultos mayores son altamente vulnerables porque cientos de miles viven solos en el peor país del continente para envejecer. La pensión en Venezuela, por ejemplo, equivale a 2,18 dólares para todo un mes. Esto ilustra lo terrible que es sobrevivir en este país no sólo siendo viejo sino estando solo. 

Los ancianos padecen de un deterioro físico, pero también emocional pues la migración es un duelo, refiere Cabezas. 

—Se van hijos, nietos, hermanos. Se va su muro de contención familiar.

Así le ha pasado a la señora Zulay Noguera. A David García o María Fernanda González, todos dejados atrás, todos “abuelos”, como los bautizaron en el Plan Buen Vecino, la iniciativa ciudadana que surgió la primera semana del confinamiento por la pandemia en Caracas para atender a los ancianos que viven solos en condición de vulnerabilidad.

Desde que se anunciaron los primeros casos de COVID-19 en Venezuela a mediados de marzo y el Gobierno decretó la cuarentena obligatoria, varios voluntarios decidieron unirse para hacerles llegar comida a esos abuelos que ya no podían circular en las calles para buscar su sustento. Empezó por una llamada entre amigos. Un emprendedor gastronómico llamó a Verónica Gómez –locutora de una emisora de radio juvenil– para plantearle llevar una atención a los ancianos que estaban solos porque sus familiares migraron. 

Ella accedió, hizo una convocatoria a sus seguidores en Instagram para que les ayudaran a identificar abuelos que vivieran sin compañía. Sumó al proyecto a otros restaurantes y negocios de alimentos, y en cuestión de días, armaron paquetes de comidas que salían a repartir ellos mismos en las cercanías de Chacao, en el este de Caracas. 

En este lapso también se han aliado más de 30 negocios de alimentos para desafiar en conjunto y con creatividad varias limitaciones: escasez de agua y combustible, deficiencias del transporte público para que los voluntarios se trasladen, cortes de electricidad, fallas de conectividad para comunicarse entre ellos y con los abuelos, suministro de insumos para preparar las comidas, restricciones para circular por el decreto de confinamiento, riesgos de contagio de coronavirus. 

Lo más difícil, dicen los voluntarios, ha sido abastecerse de gasolina y cruzar libremente la ciudad para hacer las entregas (sobre todo hacia el oeste de Caracas), pues en varias ocasiones los han retenido en la vía.

Al principio eran tres personas para entregar 50 bolsas de alimentos durante dos días a la semana. Ahora, a casi tres meses de confinamiento, son 12 voluntarios organizados para repartir 1.000 comidas por semana en 17 urbanizaciones distribuidas en los cinco municipios de la ciudad.

Más de 5 millones

de venezolanos han migrado

Fuente: Acnur, mayo 2020

Los dejados atrás, llaman los expertos a los venezolanos que se han quedado en Venezuela después de que sus familiares se vieran forzados a migrar.

En Venezuela, país con 32 millones de habitantes según proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, más de 3,5 millones son personas mayores de 60 años. La organización no gubernamental Convite, que trabaja desde hace 12 años por los derechos sociales y de salud de este grupo etario, destaca en su último reporte que 23% de los ancianos han sido dejados atrás por el fenómeno migratorio.

800.000 adultos mayores

se han quedado solos en Venezuela por la migración de sus familiares

Fuente: Convite, 2020

El director de esta ONG, Luis Francisco Cabezas, dice que la llegada del coronavirus introdujo un elemento de desasosiego, de miedo, y un incremento de los riesgos para los adultos mayores:

—Esta pandemia es una emergencia dentro de otra. Nuestros adultos mayores son altamente vulnerables porque cientos de miles viven solos en el peor país del continente para envejecer. La pensión en Venezuela, por ejemplo, equivale a 2,18 dólares para todo un mes. Esto ilustra lo terrible que es sobrevivir en este país no sólo siendo viejo sino estando solo. 

Los ancianos padecen de un deterioro físico, pero también emocional pues la migración es un duelo, refiere Cabezas. 

—Se van hijos, nietos, hermanos. Se va su muro de contención familiar.

Así le ha pasado a la señora Zulay Noguera. A David García o María Fernanda González, todos dejados atrás, todos “abuelos”, como los bautizaron en el Plan Buen Vecino, la iniciativa ciudadana que surgió la primera semana del confinamiento por la pandemia en Caracas para atender a los ancianos que viven solos en condición de vulnerabilidad.

Desde que se anunciaron los primeros casos de COVID-19 en Venezuela a mediados de marzo y el Gobierno decretó la cuarentena obligatoria, varios voluntarios decidieron unirse para hacerles llegar comida a esos abuelos que ya no podían circular en las calles para buscar su sustento. Empezó por una llamada entre amigos. Un emprendedor gastronómico llamó a Verónica Gómez –locutora de una emisora de radio juvenil– para plantearle llevar una atención a los ancianos que estaban solos porque sus familiares migraron. 

Ella accedió, hizo una convocatoria a sus seguidores en Instagram para que les ayudaran a identificar abuelos que vivieran sin compañía. Sumó al proyecto a otros restaurantes y negocios de alimentos, y en cuestión de días, armaron paquetes de comidas que salían a repartir ellos mismos en las cercanías de Chacao, en el este de Caracas. 

En este lapso también se han aliado más de 30 negocios de alimentos para desafiar en conjunto y con creatividad varias limitaciones: escasez de agua y combustible, deficiencias del transporte público para que los voluntarios se trasladen, cortes de electricidad, fallas de conectividad para comunicarse entre ellos y con los abuelos, suministro de insumos para preparar las comidas, restricciones para circular por el decreto de confinamiento, riesgos de contagio de coronavirus. 

Lo más difícil, dicen los voluntarios, ha sido abastecerse de gasolina y cruzar libremente la ciudad para hacer las entregas (sobre todo hacia el oeste de Caracas), pues en varias ocasiones los han retenido en la vía.

Al principio eran tres personas para entregar 50 bolsas de alimentos durante dos días a la semana. Ahora, a casi tres meses de confinamiento, son 12 voluntarios organizados para repartir 1.000 comidas por semana en 17 urbanizaciones distribuidas en los cinco municipios de la ciudad.

Los más vulnerables

Desde el inicio de la propagación del coronavirus en diciembre de 2019 en Wuhan, China, comenzaron a sonar las alarmas para proteger especialmente a las personas mayores, pues tienen mayor riesgo de presentar cuadros graves al ser contagiados. Así lo ha advertido la Organización Mundial de la Salud.

Para los venezolanos, el eco de esas alarmas fue intenso, pues gran parte de la población mayor de 60 años sufre algún tipo de enfermedad crónica. La ONG Convite, junto a Health Age International, presentaron un informe a fines de 2019 en el que reportaron que 70% de los adultos mayores en Venezuela es hipertenso, diabético, o presenta ambas condiciones, patologías que necesitan tratamientos de por vida.

Este diagnóstico se registra además en un país afectado por una crisis económica, social y de salud, catalogada por organismos internacionales como emergencia humanitaria compleja. En este contexto, la vulnerabilidad de los mayores se acentúa todavía más por la inseguridad alimentaria y la escasez de medicamentos.

3 de cada 5

personas mayores regularmente

se acuestan con hambre

Fuente: Convite, 2020

En enfermedades más comunes en adultos mayores hay

60% de fallas de suministro de fármacos

Fuente: Convite, 2020

El médico epidemiólogo venezolano Alejandro Rísquez explica que varias enfermedades recurrentes en personas mayores a 65 años (afección cardiovascular, diabetes, enfisema pulmonar, asma, bronquitis crónica, hipertensión, cáncer) pueden complicarse con el COVID-19 pues este virus disminuye la capacidad de respuesta del sistema inmune y además afecta directamente el aparato respiratorio. Por ello, a este tipo de pacientes le cuesta más superar el efecto del coronavirus y la convalecencia suele ser más larga. 

Para inicios de junio en Venezuela, según cifras ocifiales, había más de 2.000 contagiados. De los 20 fallecidos reportados, la mayoría eran adultos mayores (12 de ellos). 

Saber que son un grupo de riesgo en esta pandemia y tener que estar encerrados -y solos- incrementa la incertidumbre que sienten, refiere la socióloga e investigadora del fenómeno migratorio venezolano, Claudia Vargas:

—Por su condición delicada de salud y por vivir en soledad, padecen de una doble indefensión, doble vulnerabilidad, porque dependen casi siempre de un tercero para hacer su vida cotidiana.

Esto fue justamente lo que motivó a los voluntarios del Plan Buen Vecino, pues ellos mismos han sido testigos del desamparo que afecta conocidos o familiares. Como el impacto de la crisis económica y migratoria ha sido tan grande, es muy común que en Venezuela cada quien tenga una persona cercana viviendo fuera del país, o conozca a un anciano dejado atrás.

Por eso se expandió tan rápido la red de atención de este programa, cuya propuesta de valor diferenciadora es que le llevan la ayuda (alimentos y ahora también atención médica) directamente a sus viviendas. 

—Al principio me preguntaba cómo hacemos. Cómo logramos que los abuelos confíen en nosotros, que nos den la dirección de sus casas —recuerda Verónica Gómez. 

Fue entonces cuando se le ocurrió pedirles a sus seguidores en redes que les preguntaran a sus vecinos, a las juntas de condominio de los edificios, si sabían de algún adulto mayor que estuviera solo y que necesitara ayuda. Convocó a una amiga que tiene una fundación que apoya ancianatos y trabaja como consultora en mercadeo, y entre las dos organizaron la información que fueron recibiendo de los condominios, de vecinos, de cuidadores de ancianos solos, de abuelos que sugerían incorporar a otros mayores con necesidades urgentes. Las personas comenzaron a enviar mensajes a las redes sociales y así se fue armando la base de datos, que sigue ampliándose cada día.

Empezaron repartiendo un cachito (pastel de jamón) y trozos de pizzas, luego recibieron una donación de sopas y agregaron este alimento a las “bolsas de amor”, como llaman a los envíos. En las dos primeras semanas, una docena de aliados aportaron los insumos. Después otro empresario ofreció la cocina de su restaurante como centro de operaciones y acopio, y ahora preparan comidas completas a partir de un menú balanceado que diseña un chef y elaboran dos cocineros. Trabajan con los insumos que compran en el mercado, gracias a donaciones de particulares y de los aliados que integran la red. 

Cuando los distintos platos están listos (que varían desde sopas, arroz con carne o pollo, pasta con salsa, ensaladas) son los mismos voluntarios quienes empaquetan las viandas en envases de plástico que luego embolsan para las entregas a domicilio.

Cuando arrancaron, el problema de la gasolina no era tan crítico, y entre los voluntarios iniciales podían llevar las 50 comidas diarias en uno de sus automóviles. Pero al agravarse el suministro (al punto que sólo se consigue gasolina a 2 dólares o más el litro en el mercado negro), el método de transporte cambió. 

—Ahora nos trasladamos en motos, bicicletas y en un carro a gas que nos presta una fundación. No tenemos salvoconducto para circular ni preferencias para surtir gasolina, pero siempre conseguimos unos litros aquí con unos amigos, otros litros por allá —dice Gómez.

84,5%

de la población reporta no tener accesoal suministro de gasolina

Fuente: Encuesta Crisis Venezuela 2020

Los más vulnerables

Desde el inicio de la propagación del coronavirus en diciembre de 2019 en Wuhan, China, comenzaron a sonar las alarmas para proteger especialmente a las personas mayores, pues tienen mayor riesgo de presentar cuadros graves al ser contagiados. Así lo ha advertido la Organización Mundial de la Salud.

Para los venezolanos, el eco de esas alarmas fue intenso, pues gran parte de la población mayor de 60 años sufre algún tipo de enfermedad crónica. La ONG Convite, junto a Health Age International, presentaron un informe a fines de 2019 en el que reportaron que 70% de los adultos mayores en Venezuela es hipertenso, diabético, o presenta ambas condiciones, patologías que necesitan tratamientos de por vida.

Este diagnóstico se registra además en un país afectado por una crisis económica, social y de salud, catalogada por organismos internacionales como emergencia humanitaria compleja. En este contexto, la vulnerabilidad de los mayores se acentúa todavía más por la inseguridad alimentaria y la escasez de medicamentos.

3 de cada 5

personas mayores regularmente

se acuestan con hambre

Fuente: Convite, 2020

En enfermedades más comunes en adultos mayores hay

60% de fallas de suministro de fármacos

Fuente: Convite, 2020

El médico epidemiólogo venezolano Alejandro Rísquez explica que varias enfermedades recurrentes en personas mayores a 65 años (afección cardiovascular, diabetes, enfisema pulmonar, asma, bronquitis crónica, hipertensión, cáncer) pueden complicarse con el COVID-19 pues este virus disminuye la capacidad de respuesta del sistema inmune y además afecta directamente el aparato respiratorio. Por ello, a este tipo de pacientes le cuesta más superar el efecto del coronavirus y la convalecencia suele ser más larga. 

Para inicios de junio, las cifras oficiales en Venezuela era de 1.952 contagiados y 20 fallecidos, en su mayoría adultos mayores (12 de ellos). 

Saber que son un grupo de riesgo en esta pandemia y tener que estar encerrados -y solos- incrementa la incertidumbre que sienten, refiere la socióloga e investigadora del fenómeno migratorio venezolano, Claudia Vargas:

—Por su condición delicada de salud y por vivir en soledad, padecen de una doble indefensión, doble vulnerabilidad, porque dependen casi siempre de un tercero para hacer su vida cotidiana.

Esto fue justamente lo que motivó a los voluntarios del Plan Buen Vecino, pues ellos mismos han sido testigos del desamparo que afecta conocidos o familiares. Como el impacto de la crisis económica y migratoria ha sido tan grande, es muy común que en Venezuela cada quien tenga una persona cercana viviendo fuera del país, o conozca a un anciano dejado atrás.

Por eso se expandió tan rápido la red de atención de este programa, cuya propuesta de valor diferenciadora es que le llevan la ayuda (alimentos y ahora también atención médica) directamente a sus viviendas. 

—Al principio me preguntaba cómo hacemos. Cómo logramos que los abuelos confíen en nosotros, que nos den la dirección de sus casas —recuerda Verónica Gómez. 

Fue entonces cuando se le ocurrió pedirles a sus seguidores en redes que les preguntaran a sus vecinos, a las juntas de condominio de los edificios, si sabían de algún adulto mayor que estuviera solo y que necesitara ayuda. Convocó a una amiga que tiene una fundación que apoya ancianatos y trabaja como consultora en mercadeo, y entre las dos organizaron la información que fueron recibiendo de los condominios, de vecinos, de cuidadores de ancianos solos, de abuelos que sugerían incorporar a otros mayores con necesidades urgentes. Las personas comenzaron a enviar mensajes a las redes sociales y así se fue armando la base de datos, que sigue ampliándose cada día.

Empezaron repartiendo un cachito (pastel de jamón) y trozos de pizzas, luego recibieron una donación de sopas y agregaron este alimento a las “bolsas de amor”, como llaman a los envíos. En las dos primeras semanas, una docena de aliados aportaron los insumos. Después otro empresario ofreció la cocina de su restaurante como centro de operaciones y acopio, y ahora preparan comidas completas a partir de un menú balanceado que diseña un chef y elaboran dos cocineros. Trabajan con los insumos que compran en el mercado, gracias a donaciones de particulares y de los aliados que integran la red. 

Cuando los distintos platos están listos (que varían desde sopas, arroz con carne o pollo, pasta con salsa, ensaladas) son los mismos voluntarios quienes empaquetan las viandas en envases de plástico que luego embolsan para las entregas a domicilio.

Cuando arrancaron, el problema de la gasolina no era tan crítico, y entre los voluntarios iniciales podían llevar las 50 comidas diarias en uno de sus automóviles. Pero al agravarse el suministro (al punto que sólo se consigue gasolina a 2 dólares o más el litro en el mercado negro), el método de transporte cambió. 

—Ahora nos trasladamos en motos, bicicletas y en un carro a gas que nos presta una fundación. No tenemos salvoconducto para circular ni preferencias para surtir gasolina, pero siempre conseguimos unos litros aquí con unos amigos, otros litros por allá —dice Gómez.

84,5%

de la población reporta no tener accesoal suministro de gasolina

Fuente: Encuesta Crisis Venezuela 2020

Los reciben bailando

Uno de los voluntarios que ayuda a empaquetar las comidas y dispone de su moto para los repartos, Vicente Velutini, dice que lo que más le impresiona es la gratitud que recibe cuando lo ven llegar: 

—Me deja dos sensaciones: tristeza, pues veo a muchas personas en situación de pobreza e infelices, y alegría. Hay una abuela que me recibe cantando y bailando. Una señora muy alegre, que me regala siempre una sonrisa. Eso es positivo, y es lo que necesitamos todos ahora, ¿cierto?

Trabajan sólo los lunes y martes, y en esos dos días atienden un promedio de 200 adultos mayores a quienes les entregan un paquete con cinco comidas variadas (eso suma 1.000 comidas semanales). Cada semana, va rotando el grupo de personas atendidas, para poder abarcar una base de datos de casi 1.000 abuelos al mes. Y desde hace tres semanas, incorporaron asistencia médica con una voluntaria que ya ha atendido varios casos con cardiopatía o desnutrición.

—Hemos visto a personas en muy malas condiciones físicas—dice la médica Florangel Vera—. Hoy vamos a visitar a una señora a la que le detectamos una insuficiencia cardíaca la semana pasada. Le pedimos a un colega cardiólogo que nos acompañe para examinarla. 

Ese gesto de solidaridad que enlaza a los voluntarios suele ser común en este tipo de iniciativas dirigidas a grupos vulnerables. La psicóloga venezolana especialista en envejecimiento y miembro de la Red Iberoamericana de Psicogerontología, Victoria Tirro, advierte que las personas mayores suelen ser suspicaces y desconfiadas, y que el impacto de programas como el Plan Buen Vecino está garantizado en la medida en que se conoce el sentir de sus destinatarios.

—Iniciativas que generan bienestar en otros fortalecen la empatía, compasión y bondad en los voluntarios. Lo importante es que se haga de forma gradual, creativa y flexible, con base en el conocimiento que van teniendo de la población que atienden, evitando objetivos ambiciosos que pueden conducir al fracaso —comenta la también profesora universitaria.

El protocolo primero

Apenas escucha el sonido de la moto acercarse, David García se acomoda su tapaboca y se pone de pie. Unos 15 minutos antes, un voluntario lo había llamado a su casa para avisarle que estuviera pendiente de su llegada. Entonces caminó hasta la parada de taxi que queda al lado de su edificio para esperarlo.

Vicente Velutini, a quien le tocó repartir en ese sector de Caracas, siguió el protocolo que establecieron para prevenir exposición al virus: se estacionó a varios metros del señor David, colocó a una distancia de dos metros un banquito plegable que traía en un compartimiento de la moto, allí dispuso el paquete de comida, roció la bolsa con desinfectante a base de alcohol, se alejó y le dijo que ya podía tomar la bolsa.

—Aquí tiene sus cinco comidas de la semana —anunció el voluntario. 

El señor David asintió y dijo que estaba muy agradecido. 

—Dios se lo pague, joven. Ya saben, si traen mañana, se lo vuelvo a recibir —bromea detrás de la mascarilla que oculta parte del rostro marchito por unos 67 años que parecen 100.    

El método para la entrega de las comidas lo diseñó el experto en seguridad industrial José Manuel Gimón, otra de las personas que se sumó al Plan Buen Vecino en sus inicios. 

—A la normativa existente para la manipulación de alimentos y riesgo biológico le incluimos los avances en materia de prevención del COVID-19, para que todos tomemos las medidas para evitar contagio tanto de los abuelos como de los voluntarios.

Los reciben bailando

Uno de los voluntarios que ayuda a empaquetar las comidas y dispone de su moto para los repartos, Vicente Velutini, dice que lo que más le impresiona es la gratitud que recibe cuando lo ven llegar: 

—Me deja dos sensaciones: tristeza, pues veo a muchas personas en situación de pobreza e infelices, y alegría. Hay una abuela que me recibe cantando y bailando. Una señora muy alegre, que me regala siempre una sonrisa. Eso es positivo, y es lo que necesitamos todos ahora, ¿cierto?

Trabajan sólo los lunes y martes, y en esos dos días atienden un promedio de 200 adultos mayores a quienes les entregan un paquete con cinco comidas variadas (eso suma 1.000 comidas semanales). Cada semana, va rotando el grupo de personas atendidas, para poder abarcar una base de datos de casi 1.000 abuelos al mes. Y desde hace tres semanas, incorporaron asistencia médica con una voluntaria que ya ha atendido varios casos con cardiopatía o desnutrición.

—Hemos visto a personas en muy malas condiciones físicas—dice la médica Florangel Vera—. Hoy vamos a visitar a una señora a la que le detectamos una insuficiencia cardíaca la semana pasada. Le pedimos a un colega cardiólogo que nos acompañe para examinarla. 

Ese gesto de solidaridad que enlaza a los voluntarios suele ser común en este tipo de iniciativas dirigidas a grupos vulnerables. La psicóloga venezolana especialista en envejecimiento y miembro de la Red Iberoamericana de Psicogerontología, Victoria Tirro, advierte que las personas mayores suelen ser suspicaces y desconfiadas, y que el impacto de programas como el Plan Buen Vecino está garantizado en la medida en que se conoce el sentir de sus destinatarios.

—Iniciativas que generan bienestar en otros fortalecen la empatía, compasión y bondad en los voluntarios. Lo importante es que se haga de forma gradual, creativa y flexible, con base en el conocimiento que van teniendo de la población que atienden, evitando objetivos ambiciosos que pueden conducir al fracaso —comenta la también profesora universitaria.

El protocolo primero

Apenas escucha el sonido de la moto acercarse, David García se acomoda su tapaboca y se pone de pie. Unos 15 minutos antes, un voluntario lo había llamado a su casa para avisarle que estuviera pendiente de su llegada. Entonces caminó hasta la parada de taxi que queda al lado de su edificio para esperarlo.

Vicente Velutini, a quien le tocó repartir en ese sector de Caracas, siguió el protocolo que establecieron para prevenir exposición al virus: se estacionó a varios metros del señor David, colocó a una distancia de dos metros un banquito plegable que traía en un compartimiento de la moto, allí dispuso el paquete de comida, roció la bolsa con desinfectante a base de alcohol, se alejó y le dijo que ya podía tomar la bolsa.

—Aquí tiene sus cinco comidas de la semana —anunció el voluntario. 

El señor David asintió y dijo que estaba muy agradecido. 

—Dios se lo pague, joven. Ya saben, si traen mañana, se lo vuelvo a recibir —bromea detrás de la mascarilla que oculta parte del rostro marchito por unos 67 años que parecen 100.    

El método para la entrega de las comidas lo diseñó el experto en seguridad industrial José Manuel Gimón, otra de las personas que se sumó al Plan Buen Vecino en sus inicios. 

—A la normativa existente para la manipulación de alimentos y riesgo biológico le incluimos los avances en materia de prevención del COVID-19, para que todos tomemos las medidas para evitar contagio tanto de los abuelos como de los voluntarios.

Valor potencial

Para quienes analizan el funcionamiento de esta iniciativa queda claro que tiene un valor potencial para paliar la situación de alta vulnerabilidad de los adultos mayores durante el confinamiento por COVID-19. Sin embargo, es importante que respuestas ciudadanas como ésta no se vean como una forma de sustituir al Estado en sus responsabilidades, recalca la experta especialista en planificación estratégica y en gestión de innovación, Beatriz Cisneros.

Esto lo sabe bien María Fernanda González, otra de las beneficiarias del Plan Buen Vecino. Sabe que ese paquete de comida no suple un programa estatal, pero igual lo recibe “con mucho amor y satisfacción”.  Al esperar la entrega en la puerta de su edificio, junto a otros dos abuelos, aprovecha para comentar que esas viandas de comida son un alivio porque su pensión del seguro social no le alcanza para comprar esa cantidad de alimentos. 

—Ni para la medicina de la tensión. Por lo menos estos muchachos (los voluntarios) lo hacen sin esperar nada a cambio (dice refiriéndose a algunos programas sociales gubernamentales que condicionan la ayuda a tener un Carnet de la Patria).

Una caja de 30 pastillas para la tensión cuesta 3,5 dólares

La pensión mensual es de 2,18 dólares

Una pregunta recurrente entre los mayores es si esta iniciativa continuará después de la pandemia. Los voluntarios del Plan Buen Vecino dicen que sí, manifiestan sus intenciones de darle continuidad y están en vías de convertirse en una fundación.

La sostenibilidad de un proyecto o plan, explica Cisneros, depende del impacto social que haya demostrado:

—Es indispensable que sistematicen todo lo realizado, evalúen sus procesos, muestren a todas las partes interesadas (voluntarios, proveedores, aliados, beneficiarios) lo que se ha logrado y las formas en las que piensan que podrían hacerlo mejor.

Muchas iniciativas ciudadanas, refiere la especialista en innovación social, han nacido de manera coyuntural y luego dan paso a la creación de una ONG. 

—También puede ser replicable a partir de este primer diseño y adaptado a las realidades de cada entorno.

Valor potencial

Para quienes analizan el funcionamiento de esta iniciativa queda claro que tiene un valor potencial para paliar la situación de alta vulnerabilidad de los adultos mayores durante el confinamiento por COVID-19. Sin embargo, es importante que respuestas ciudadanas como ésta no se vean como una forma de sustituir al Estado en sus responsabilidades, recalca la experta especialista en planificación estratégica y en gestión de innovación, Beatriz Cisneros.

Esto lo sabe bien María Fernanda González, otra de las beneficiarias del Plan Buen Vecino. Sabe que ese paquete de comida no suple un programa estatal, pero igual lo recibe “con mucho amor y satisfacción”.  Al esperar la entrega en la puerta de su edificio, junto a otros dos abuelos, aprovecha para comentar que esas viandas de comida son un alivio porque su pensión del seguro social no le alcanza para comprar esa cantidad de alimentos. 

—Ni para la medicina de la tensión. Por lo menos estos muchachos (los voluntarios) lo hacen sin esperar nada a cambio (dice refiriéndose a algunos programas sociales gubernamentales que condicionan la ayuda a tener un Carnet de la Patria).

Una caja de 30 pastillas para la tensión cuesta 3,5 dólares

La pensión mensual es de 2,18 dólares

Una pregunta recurrente entre los mayores es si esta iniciativa continuará después de la pandemia. Los voluntarios del Plan Buen Vecino dicen que sí, manifiestan sus intenciones de darle continuidad y están en vías de convertirse en una fundación.

La sostenibilidad de un proyecto o plan, explica Cisneros, depende del impacto social que haya demostrado:

—Es indispensable que sistematicen todo lo realizado, evalúen sus procesos, muestren a todas las partes interesadas (voluntarios, proveedores, aliados, beneficiarios) lo que se ha logrado y las formas en las que piensan que podrían hacerlo mejor.

Muchas iniciativas ciudadanas, refiere la especialista en innovación social, han nacido de manera coyuntural y luego dan paso a la creación de una ONG. 

—También puede ser replicable a partir de este primer diseño y adaptado a las realidades de cada entorno.

Más solidarios

En Venezuela, desde el inicio de la pandemia, han surgido varias iniciativas de solidaridad que atienden de manera gratuita distintas necesidades de la población en riesgo. 

Entre ellas están los Ciclistas de Carabobo, un grupo que lleva en bicicleta medicinas y alimentos a hospitales y albergues en Valencia, en el centro del país; el Proyecto Nodriza, un programa de alimentación para niños y madres lactantes de Petare, uno de los sectores más poblados y necesitados de Caracas.

Algunas instituciones públicas se han aliado con asociaciones civiles y la empresa privada (como la Alcaldía de Chacao, restaurante Crustissimo y Convite) para entregar alimentos a los ancianos que habitan en este municipio caraqueño.

Otros proyectos similares han tenido resonancia en algunos países. En Estados Unidos, por ejemplo, el Departamento de Envejecimiento de Los Ángeles lanzó un programa de distribución gratuita de alimentos para mayores de 65 años. Este funcionará mientras dure la emergencia por el COVID-19 y consiste en instalar centros de distribución de alimentos empacados o congelados para personas de la tercera edad. 

El Departamento de Acción Comunitaria y Servicios Humanos del condado Miami-Dade en Florida también entregó alimentos gratuitos. A través de una compañía de envíos distribuyó 159.820 paquetes de comida para habitantes de la tercera edad y de la comunidad de inmigrantes latinos. 

En Europa han destacado programas como el Helsinki Help, el cual incorporó a empleados del sector cultural y deportivo de la ciudad finlandesa para ayudar a unos 27.000 abuelos de su comunidad.  

Plataformas internacionales de entregas a domicilio como Rappy comenzaron a repartir 500.000 comidas gratuitas para el personal de salud y adultos mayores en Latinoamérica. Además, liberaron el costo de los envíos de medicamentos adquiridos en farmacias. Esta medida también fue adoptada por la empresa española Glovo.

En España surgió Frena la curva, una red que busca mapear iniciativas ciudadanas que mitiguen el efecto del COVID-19. La iniciativa rápidamente se extendió a otros países de Europa y Latinoamérica. El representante del capítulo de Frena la curva en Venezuela y activista de la ONG Labo Ciudadano, Ángel Zambrano, dice que la idea es promover el tejido social para que la ciudadanía vea que sí hay una acción y soluciones más allá de las responsabilidades de los Estados.  

—Lo primero es la visibilización. Identificar acciones y personas u organizaciones que puedan atender las necesidades de grupos vulnerables —comenta Zambrano. 

La meta es que cada iniciativa muestre el impacto en su entorno y se creen nodos con otras organizaciones similares. 

—Es una manera de regenerar confianza y frenar todas las curvas que están afectando nuestra sociedad.

Más solidarios

En Venezuela, desde el inicio de la pandemia, han surgido varias iniciativas de solidaridad que atienden de manera gratuita distintas necesidades de la población en riesgo. 

Entre ellas están los Ciclistas de Carabobo, un grupo que lleva en bicicleta medicinas y alimentos a hospitales y albergues en Valencia, en el centro del país; el Proyecto Nodriza, un programa de alimentación para niños y madres lactantes de Petare, uno de los sectores más poblados y necesitados de Caracas.

Algunas instituciones públicas se han aliado con asociaciones civiles y la empresa privada (como la Alcaldía de Chacao, restaurante Crustissimo y Convite) para entregar alimentos a los ancianos que habitan en este municipio caraqueño.

Otros proyectos similares han tenido resonancia en algunos países. En Estados Unidos, por ejemplo, el Departamento de Envejecimiento de Los Ángeles lanzó un programa de distribución gratuita de alimentos para mayores de 65 años. Este funcionará mientras dure la emergencia por el COVID-19 y consiste en instalar centros de distribución de alimentos empacados o congelados para personas de la tercera edad. 

El Departamento de Acción Comunitaria y Servicios Humanos del condado Miami-Dade en Florida también entregó alimentos gratuitos. A través de una compañía de envíos distribuyó 159.820 paquetes de comida para habitantes de la tercera edad y de la comunidad de inmigrantes latinos. 

En Europa han destacado programas como el Helsinki Help, el cual incorporó a empleados del sector cultural y deportivo de la ciudad finlandesa para ayudar a unos 27.000 abuelos de su comunidad.  

Plataformas internacionales de entregas a domicilio como Rappy comenzaron a repartir 500.000 comidas gratuitas para el personal de salud y adultos mayores en Latinoamérica. Además, liberaron el costo de los envíos de medicamentos adquiridos en farmacias. Esta medida también fue adoptada por la empresa española Glovo.

En España surgió Frena la curva, una red que busca mapear iniciativas ciudadanas que mitiguen el efecto del COVID-19. La iniciativa rápidamente se extendió a otros países de Europa y Latinoamérica. El representante del capítulo de Frena la curva en Venezuela y activista de la ONG Labo Ciudadano, Ángel Zambrano, dice que la idea es promover el tejido social para que la ciudadanía vea que sí hay una acción y soluciones más allá de las responsabilidades de los Estados.  

—Lo primero es la visibilización. Identificar acciones y personas u organizaciones que puedan atender las necesidades de grupos vulnerables —comenta Zambrano. 

La meta es que cada iniciativa muestre el impacto en su entorno y se creen nodos con otras organizaciones similares. 

—Es una manera de regenerar confianza y frenar todas las curvas que están afectando nuestra sociedad.

Este artículo hace parte de la serie de publicaciones resultado de la Beca de periodismo de soluciones de la Fundación Gabo y las Solutions Journalism Network gracias al apoyo de la Tinker Foundation, instituciones que promueven el uso del periodismo de soluciones en Latinoamérica.

Créditos

Producción y redacción:

Liza López

Con investigación de:

Ysabel Viloria, Arantxa López,

Anaís Marichal, Carla Contreras y

Jonathan Gutiérrez

Fotos:

Carlos Bello

Diseño web:

Anaís Marichal

Video

Cámara, edición y montaje:

Carlos Bello

Diseño y animación:

LUDA @somosluda

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Liza López

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