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La fe los mueve entre las montañas de Los Andes. Caminan kilómetros y kilómetros por los senderos del Táchira para pagarle promesas al patrono de estos páramos. Es allí, en La Grita, donde se reúne una multitud de peregrinos cada año en la primera semana de agosto. En estos días y en este pueblo de menos de cien mil habitantes se escucha entonces un coro infinito de rezos y cánticos para acompañar la imagen del ángel sereno como aquella que esculpió el Fray Francisco hace 409 años. El fotógrafo Cristian Hernández retrató escenas de esa devoción al Santo Cristo de La Grita, imágenes aún frescas de una de las tradiciones más importantes de Venezuela.

Atraviesan la carretera trasandina desde Mérida y Trujillo. Desde Barinas o Maracaibo. Caracas o Ciudad Bolívar. Muchos provienen de Colombia y de otros lugares de Latinoamérica para cumplir sus promesas, agradecer los favores concebidos o pedir nuevos milagros.

Jhoana Pernía, una entre los miles de peregrinos que cada año suben a este valle situado a 1.400 metros de altura, mira atenta delante de sus pasos. La astillada punta del palo que usa como bastón hace un sonido seco cada vez que lo apoya en el asfalto caliente de la carretera.  Salieron desde La Fría junto a su esposo, Danilo Ramírez, su hermano Eduardo y un sobrino. Caminaron cuarenta kilómetros durante diez horas. En pocos segundos, los carros suben la cuesta que a ellos les parece interminable.

La devoción al Santo Cristo de La Grita es una manifestación religiosa de profundo arraigo en Venezuela. Todos los años, el sosegado ritmo de montaña de La Grita, capital del municipio Jáuregui del estado Táchira, se transforma. La ciudad se convierte en un epicentro de fe al que acuden cientos de miles de creyentes para celebrar la festividad que rinde culto a la imagen del Patrono de Los Andes.

Cuenta la historia que el 3 de febrero de 1610 un terremoto destruyó la ciudad de La Grita. Casi ninguna edificación quedó en pie. Más de sesenta personas murieron, un gran número para la escasa población de la zona. Se perdieron cultivos de maíz y tabaco y cientos de animales perecieron. Ante la gravedad de la tragedia, el fraile franciscano Fray Francisco se propuso consagrar la imagen de un crucifijo tallado en un tronco de cedro a la protección de la ciudad. Sin embargo tras varios días de trabajo, no podía plasmar la expresión del Cristo. Después de mucha oración, una mañana el fraile despertó mientras un ángel terminaba la escultura en su taller. Inmediatamente, el milagro del rostro sereno del Santo Cristo de la Grita se conoció por toda la región. 

La talla del Cristo reposa en la Capilla de la Basílica del Espíritu Santo, en el casco histórico, y como es tradición desde hace más de cuatro siglos, cada 6 de agosto, el santo es sacado del templo en una procesión que recorre las calles de La Grita.

El 6 de agosto de 1881, el monseñor Jesús Manuel Jáuregui, párroco de la basílica del Espíritu Santo de La Grita, nombró a la imagen como patrono de la ciudad. Desde entonces, se celebra la festividad con una procesión del sagrado crucifijo sobre los hombros de sus devotos

La Grita se convierte en una fiesta. Puertas y ventanas de casas son abiertas de par a par. Los pobladores reciben a los que llegan de lejos y ofrecen refrigerios a los peregrinos. Pasteles, panes dulces, pisca andina, caldos y sopa de gallina, bollos en hoja de plátano y guarapo de papelón con limón son el menú más compartido. La mistela, el calentado y el miche se sirven sin reparo para rendir honor al venerado.

De pronto se asoma un grupo de niñas bailando una coreografía con estampas del Santo. Los fieles cantan su himno con fervor:

Santo Cristo del Rostro Sereno

de La Grita, Divino Pastor,

nuestra senda tu cruz ilumine

Al andar nos aliente de amor.

Peregrinos de todos los siglos

Peregrinos de toda región

Siempre encuentran

tus brazos abiertos,

Siempre abierto tu buen corazón.

Por los montes y valles andinos

Mil senderos conducen aquí

Y aunque lejos esté nuestro cuerpo

Estará siempre el alma ante ti.