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Foto Francisco Touceiro

#DeCatiarumboaPetare Con esta crónica, iniciamos la serie multimedia de tres capítulos para recrear detalles y anécdotas que fluyeron a lo largo de 21 kilómetros de recorrido por la capital venezolana. En esta primera entrega se respira y siente la mística patrimonial de Catia, el 23 de Enero y El Silencio. Pasen, lean, transiten por estas primeras trayectorias de la experiencia urbana Caminatas de Relevo que impulsan nuestros aliados de Collectivox y su programa social [CCSen365]

Hay que recobrar la fuerza y la masa muscular de la calle y tratar de dejar a un lado el miedo urbano que venimos arrastrando —propuso LuisRa Bergolla cuando nos convocó a recorrer Caracas de Catia a Petare en un lunes de Carnaval. 

¿Es posible caminar los 21 kilómetros que separan el oeste del este caraqueño?, fue la pregunta catalizadora que se hizo Bergolla, gerente de la asociación civil Collectivox, para organizar esta aventura urbana e invitar a muchos a sumarse. Fue así como a través de su programa social [CCSen365] se armó este proyecto. Los colaboradores prepararon cápsulas y crónicas sonoras de la mano de vecinos e investigadores, contaron con la narración de reconocidas voces y una curaduría musical para acompañar el trayecto, abrieron cuentas de Instagram, SoundCloud y WhatsApp para subir los archivos de las distintas paradas y convocaron a sus voluntarios, fotógrafos, cronistas y participantes para darle respuesta a esa interrogante.  

El lunes 15 de febrero de 2021 fue el día pautado para las caminatas de relevo [De Catia rumbo a Petare]. Nueve trayectorias secuenciales se definieron para lograr el objetivo. Grupos máximos de 10 personas esperaron en cada una de ellas para recibir y pasar el testigo, comerse un golfeado que les inyectara insulina y unirse a los otros caminantes. No todos hicieron los 21K, algunos escogieron el o los trayectos que más les interesaban. Los que sí lo completaron tuvieron que pararse bien temprano para estar puntuales a las 6:30 am en la plaza Sucre de Catia.

La “nueva normalidad”, por supuesto, estuvo presente: tapabocas, geles desinfectantes, distancia física y guías virtuales. Un protocolo que sirvió para retomar la calle después de un año de cuarentena. Aquí contamos algunas estampas del recorrido en este tramo del oeste caraqueño:

Avenida Sucre. Foto cortesia CCSen365

1/9 Catia

6:30 am es muy tarde para los catienses. Este lado de la ciudad es frenético. A esa hora empezaron a llegar los primeros participantes a la plaza Sucre. Algunos vivían cerca y otros tuvieron que pedir la cola. A las 7:00 am sonó la primera cápsula: un retrato de ese cuadrado perfecto que sobrevive al tráfico, los vendedores y las motos, donde, por supuesto, se halla la estatua ecuestre del general Antonio José de Sucre. 

La avenida que cruza Catia también lleva el nombre de Sucre, conformada por tres canales de ida y tres de vuelta. Adornada por pasarelas que están clausuradas, cantidad de vendedores ambulantes, autobuses, talleres mecánicos en plena calle, ventas de chupi chupi a un dólar, propaganda (mucha propaganda política), huecos y alcantarillas sin tapas. 

Perseverancia es lo que les sobra a los catienses. Tienen que sortear mil y una dificultades, entre la falta de agua, aseo urbano, bombonas de gas y transporte. Pero si hay algo que los enorgullece es ser de Catia. Allí murió Reverón; vivieron Soledad Bravo, José Ignacio Cabrujas y Jacobo Borges; tenía su taller Francisco Narváez; se instaló una inmensa escultura (Los Cerritos) de Alejandro Otero y Mercedes Pardo… Hay una mística que envuelve esta ala oeste de la capital. Estoy segura de que si tuvieran un equipo de béisbol profesional, serían la mejor fanaticada.

El punto más cercano de Caracas para ir hacia las costas del Litoral central es Catia. Desde Gato Negro salen los autobuses que te llevan a la playa de tu preferencia. La fachada del Parque del Oeste, el único de este lado de la ciudad, sirve también como terminal, aunque es mucho más que eso. Al entrar, la naturaleza absorbe la pestilencia y el bullicio, y los transforma en el olor de la grama cuando cae la primera garúa acompañada de los pajaritos. Sí, es así de cursi, maravilloso. 

Seguimos bajando hasta la estación del Metro Agua Salud, que sirve al 23 de Enero. Cumplimos el primer trayecto sin muchos tropiezos y se pasó el testigo. Continuamos hacia los superbloques, bloques y bloquecitos.

Avenida Sucre. Foto LuisRa Bergolla CCSen365

2/9 El 23 de Enero

Ser del 23 de Enero redobla el orgullo que de por sí ya sienten los catienses. Forman una comunidad imponente, aparte, que ha logrado dominar el animal que alguna vez fueron. No por gusto su génesis está marcada por la violencia y el desalojo forzado del Estado

—Las cosas aún no son perfectas, pero se vive tranquilo —comenta Eduardo Granadillo, representante del 23. 

Detrás de la estación del Metro Agua Salud se encuentra la plaza Los Tres Reyes Magos. Nadie la conoce por ese nombre, sino por sus afamados “pepitos”. Un poco más al este, siguiendo por el bulevar de La Cañada, se llega a la plaza Fabricio Ojeda o El Rincón del Taxista, donde solían hacer unos mondongos sublimes. 

Nos despedimos del 23 con el sonido de las ruedas del Metro chispeando sobre los rieles, mientras cruzamos el viaducto Nueva República.

En Miraflores, por ser zona militar, las fotos no están muy permitidas que se diga. Ojalá lo estuvieran: retratar esos contrastes da para una postal. De un lado, el Palacio Blanco y, del otro, Caño Amarillo, a lo alto el Cuartel de la Montaña, el barrio y parte del 23.

En frente está la plaza Mariño. El único vestigio en Caracas del que fue la mano derecha del Libertador. Una iglesia bien pintoresca, azul y blanco, protege la figura del general. Es la iglesia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Pagüita. No hay mucha gente, pero sí unos cuantos vecinos paseando a sus perros. 

Plaza Miranda, El Silencio. Foto Fancisco Touceiro

3/9 El Silencio

En El Silencio hacemos el respectivo pase del testigo. En su corazón está la plaza O’Leary, que define hacia dónde quieres ir: el Oeste, el Suroeste o el Este. Si no estás muy seguro o no tienes prisa, también es válido quedarse allí: observar El Calvario y sus escaleras al cielo, detallar el mural en relieve del Liceo Fermín Toro o tomar unos minutos para admirar la primera intervención urbana moderna en Caracas desarrollada por Carlos Raúl Villanueva y adornada por las toninas de Francisco Narváez. Se agradece ese espacio que conserva el contacto vecinal, tropical, sobre el mismo terreno en el que antes había cientos de ranchos insalubres. 

Nosotros seguimos hacia el Este, con cuidado porque los semáforos no sirven, no hay rallados peatonales y a veces ni acera, pero la terquedad puede más que mil obstáculos. Caminamos por los pasillos techados de los bloques de El Silencio hasta la plaza Miranda. En el viaje se intercalan próceres y artistas. Tocamos brevemente la avenida Baralt para llegar al Teatro Municipal, donde cerca hay un busto del poeta angolano Antonio Agostino Nieto. Prócer y artista, prócer y artista. En medio, la plaza Caracas, donde se halla Bolívar, el genio, el busto más difícil de fotografiar. “Siempre está a contraluz”, comenta uno de los fotógrafos que nos acompañan. 

Tocamos brevemente la avenida Universidad, a la altura del Palacio de las Academias y sus anchas islas-bulevares entre ambas calles. Llegamos al Casco Histórico, donde la figura de Bolívar destaca junto a los samanes en las cuatro esquinas, las palomas y las ardillas, los niños jugando, la guardia patrimonial vigilando que no se suban a los peldaños de su estatua y los fanáticos gritando consignas políticas. Sin embargo, su pose se mantiene igual: impoluta y fotogénica.

Plaza Pagüita. Foto cortesia CCSen365

Continuamos hacia la plaza Andrés Eloy Blanco, donde ya no está su busto, sino murales de Chávez, Lina Ron, Fidel Castro y Alí Primera. Políticos y artistas, políticos y artistas. Unos señores, sorprendidos al vernos, nos preguntan de dónde somos. 

—De Caracas —respondemos. 

—Pues, bienvenidos. 

Nos dieron la bienvenida a nuestra propia ciudad. Irónico.

Bajamos ahora por la avenida Urdaneta. Su color es el gris del concreto que empieza con el brutalismo de la sede principal del Banco Central de Venezuela y se mantiene por toda su extensión. Los edificios están apretaditos, como si no hubiera mucho espacio para construir. Donde se puede ver de nuevo el cielo un poco más abierto es en la plaza que comparten el general Urdaneta y la virgen de La Candelaria, ya casi al final de la avenida. No sé si sea algo generacional, pero ese día me enteré de que hay dos plazas. Resulta que originalmente la estatua de Urdaneta iría a la actual plaza O’Leary, pero luego decidieron ampliar la plaza La Candelaria y erigirla allí. 

Culmino mi viaje y paso el testigo.

Plaza La Candelaria. Foto cortesia CCSen365

[Créditos del video] :
Producción audiovisual @ccsen365 y @nsalinas_audiovisual | Registros sonoros: @nsalinas_audiovisual | Registros fotográficos: Orlando Medina, Francisco Touceiro, Michael Zerpa, Nelson Salinas, Jeffry Nova y LuisRa Bergolla