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Fotos Anaís Marichal y Carlos Bello
—Si no hubiese sido surfista, habría terminado siendo pescador. Es lo que se hace en el pueblo y lo que hace mi familia. Yo también lo he hecho en algunas ocasiones, pero no me gusta para nada, porque los botes me marean —dice Carlos Lozada, el joven de 16 años que forma parte del seleccionado nacional para el mundial de surf en El Salvador. Carlos está justo en medio de un entrenamiento junto al resto de los integrantes de Anare Surf Club. Observa a sus compañeros desde la cima de las piedras del malecón. Tras un ritual en el que varios de ellos se persignan con la señal de la cruz, los ve entrar al mar, con sus tablas, pero a través del río. Él prefiere no hacerlo así y entra a la marea directamente por las piedras de la orilla, el camino más arriesgado.
Se nota ligeramente angustiado. Cuando estaba dentro del agua golpeó accidentalmente la punta de la tabla con una roca, lo que causó una pequeña rotura en su instrumento de competencia. Es una de las que llevará a la competición internacional a inicios de junio y debe estar en perfecto estado en pocos días.

—Yo empecé a hacer surf en el 2020, cuando tenía 14 años. En ese momento todavía no había terminado el colegio. Mi vida era muy distinta, la verdad es que no era una persona muy disciplinada. Me la pasaba en la calle jugando fútbol o básquet, pero sabía que no me iba a dedicar a eso, porque no era el deporte del pueblo. Recuerdo que yo iba mucho a las fiestas que hacían por aquí y en más de una oportunidad vendí implementos del surf para poder reunir dinero y entrar en ellas. Pero ahora entiendo que lo primordial en mi vida es el deporte y si quiero cumplir mi sueño de ser campeón mundial debo dejar toda esa vida atrás y dedicarme a crecer como atleta.

De pie, junto a él, está Muguett Solís, la subdirectora de Anare Surf Club, quien lleva años acompañando a Adriana Cano en diferentes proyectos de ayuda a personas con bajos recursos. Llegó al pueblo hace trece años, junto a sus hijos. Solía vivir en Caracas, específicamente en Coche, pero quería alejarse de la vida convulsa de la ciudad. Así que se mudó a esta costa y desde entonces, apoya a varias iniciativas sociales.

—Antes de que fundáramos Anare Surf Club, la China y yo ya organizábamos actividades para conseguir dinero para la gente del pueblo. Teníamos contactos con organizaciones de la sociedad civil y hacíamos jornadas de recolección de comida, juguetes, jornadas de salud. Logramos muchas cosas.

Luego surgió la posibilidad de crear el club, en plena pandemia.

—A partir de allí todo mejoró, lo que ya habíamos iniciado tomó más forma. Dentro de la juventud que tocamos había muchos problemas de violencia, incluso droga y delincuencia, porque son muchachos que vienen de un contexto muy humilde. Pero se les nota muchísimo el cambio, ahora la disciplina es clave en sus vidas.

Muguett describe, de manera especial, la historia de Carlos Lozada. Recuerda que en más de una oportunidad presentó gestos de agresividad con sus compañeros, pero que con el entrenamiento deportivo y el acompañamiento personal del club, su actitud cambió.

—Carlos es el mayor de cuatro hermanos y desde muy pequeño asumió el rol de protector. Cuando se metían con cualquiera de los pequeños los defendía a golpes —dice la subdirectora del club.

Carlos observa y asiente, risueño, antes de agregar un comentario final: 

—Sé que soy un ejemplo para muchas personas aquí en Anare y lo asumo con responsabilidad. Quiero que sepan que si se proponen alguna meta, pueden lograrla, como yo lo he hecho. Sé que algunos me ven ahora como un muchacho creído, pero sigo siendo la misma persona, solo que ahora estoy 100% enfocado en lograr mis sueños y eso te va alejando de algunas personas y lugares.