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Fotos de Anaís Marichal, Carlos Bello y del archivo de Jorge Ely

En comparación con el resto de las casas del casco central, la de Jorge Ely luce como una fortaleza medieval con ventanas de vidrio. Son cuatro pisos de concreto que sobresalen frente a la plaza Bolívar. Se trata de la construcción más alta del lugar. Antes de que lleguemos a su puerta, abierta de par en par, nos ve a través del cristal y, con un grito, nos invita a entrar. Nos esperaba desde la mañana.

Al pasar, vemos una lujosa fuente instalada en la antesala, que cae desde los pisos superiores hasta el más bajo. Hay tantas plantas que el vestíbulo se asemeja a un bosque. Cada tanto, aparece un cuadro colgado en la pared que ilustra con pinceladas y colores los típicos rasgos caribeños. El autor de ellos es también nuestro anfitrión, conocido en el pueblo como el pintor de Anare que vende todos sus obras en Costa Rica.

—Mi familia fue de las primeras en ocupar el casco central del pueblo. Ochenta años atrás toda la vida se hacía en las montañas. No habían casas aquí, la gente se concentraba en el cerro de los blancos y el de los negros. En este terreno en el que ahora están las casas, la iglesia, la escuela y la plaza, tenía lugar el cementerio de la comunidad. Las lápidas reposaban al lado de cocoteros, manglares, el cauce del río y la playa.

Fotos de archivo de Jorge Ely

Su esposa Francis escucha atenta el relato desde las escaleras. Aunque nació en otro sector de La Guaira, ha vivido en Anare desde que tiene memoria. Así que no tarda en adueñarse del relato que había iniciado el pintor.

—En las montañas había un lugar llamado La Haciendita, allí la gente labraba la tierra. El cultivo principal era el café, tanto en el cerro de los negros, como en el cerro los blancos. Se llaman así porque cada raza ocupó una montaña distinta cuando se empezó a fundar el pueblo, en una mitad toda la gente era oscura, en la otra, no.

Jorge Ely y su esposa volvieron al pueblo en marzo del año 2020, luego de vivir varios años en Costa Rica, país en el que el pintor comercializa exitosamente sus obras de arte. Su regreso fue pocos días antes de que se decretara el confinamiento por la pandemia. Recuerdan que, para ese momento, el pueblo atravesaba un momento de aguda crisis económica, que se intensificó con la inactividad a la que obligaba la cuarentena. —Cuando nosotros regresamos aquí en 2020, la gente no tenía ni para comer. De verdad era terrible lo que se veía. Pero como esta playa fue la única playa que quedó abierta la gente empezó a llegar, entre ellos, los surfistas. Aquí había dos posadas, ahora hay tres. Hay muchas personas que alquilan los cuartos de su casa porque el pueblo no se da abasto para el turismo que existe. Antes no había panaderías y ahora sí. Antes ni siquiera alquilaban toldos en la playa, ahora lo hacen. También han abierto restaurantes y puestos de empanada —comenta Francis. Tanto el pintor como su esposa notan un repunte del emprendimiento en muchas de las familias. Para ellos, el anareño ha empezado a notar el potencial natural y cultural que tiene para ofrecer.