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Se abren las puertas y allí están ellos. Los sorprendemos en medio de un beso de despedida. Se separan más divertidos que avergonzados. Ella cruza la franja amarilla para entrar al vagón del tren, cuando él la hala por la mano derecha y la vuelve a besar.

Desde adentro del tren, suena la alarma que anuncia el cierre de las puestas. Ella le devuelve un beso apresurado y se lanza hacia dentro del vagón con un salto de bailarina y una sonrisa pícara.

Ya en el interior del tren la vemos con complicidad, ella, sonrosada e indiscreta, lanza una mirada casquivana a dos hombres sentados en la sección azul ,reservada para embarazadas y adultos mayores. 

Está abrazada al tubo en medio del vagón. Lleva una licra negra y blusa estilo animal print. Sus labios rojos enmarcan una dentadura retorcida y el rímel negro a sus ojos marrones.

Con la mayor discreción posible, mete una mano entre el estampado de leopardo y su brasier para sacar un teléfono Blackberry. 

—¿Aló, mi amor? —pregunta a quien le atendió—. Ya estoy llegando. 

Espera un par de segundos y responde.

—Ya te quiero ver —separa el teléfono de su oreja y le da un beso. Lo pone en su oreja y dice—. Te amo.

Cuelga. Se abren las puertas del Metro y sale mirando hacia los carteles de indicaciones para orientarse. Se cierran las puertas y los pasajeros sentados en la sección de adultos mayores sueltan una carcajada.