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GERMÁN CARRERA DAMAS, historiador, escritor y diplomático, 88 años.

“¿Usted no conoce venezolanos que se han ido sin irse? En medio de esta situación hay tres posibilidades: una, irse porque aquí no tiene campo para su realización personal; dos, quedarse y enfrentar las circunstancias; y tres, irse huyendo. El problema es que nadie puede huir de sí mismo. Se lo dice una persona que ha vivido más de la mitad de su vida fuera del país.

A los 18 años, mi padre y mi madre nos montaron en un avión y nos fuimos a vivir a París. Desde entonces salí de Venezuela pero nunca me fui de Venezuela. Por el contrario, en esa época fue cuando más se despertó mi interés por el país y decidí estudiar su historia. Estuve 10 años en el exilio por haber firmado un documento que condenaba lo que habían hecho (el derrocamiento) con el gobierno de (Rómulo) Gallegos. De París me fui a vivir a México y fue hasta 1960 que terminó mi primer proceso de vivir afuera. Nunca me he planteado el problema de si me voy o me quedo, yo simplemente estoy. Mi verbo básico no es ser sino hacer.

Mi vínculo con el país se convirtió en un objetivo vital: no solo era aprender y enseñar la historia de Venezuela, sino hacer historia. Mi sensación al volver era que por fin regresaba al puerto. Quería vivir y estudiar una Venezuela que no conocía.

Soy cumanés y la Caracas que dejé tenía apenas 225 mil habitantes, era una ciudad desconocida que quería descubrir. El exilio te hace vivir con la angustia de la evocación de un pasado, un presente aleatorio y un futuro incierto. Pero veo que la gente acude a cierta idea de patriotismo para no tener que edificar una integración de manera constructiva. No buscan lo mejor del sitio al que llegan sino añoran lo que dejaron.

Afortunadamente mi vida como historiador y luego como embajador de Venezuela en lugares como México, Suiza, o en ciudades como Bogotá, Praga, me permitieron entender que los pueblos sí se equivocan pero también existe una certidumbre histórica que me ha demostrado que los países se reconstruyen, y no por sus gobiernos, sino porque la gente puede rescatarse de sus propios errores.

Los países en los que viví que sufrieron procesos de ruptura social se reconstruyeron por la conexión de los que tuvieron que salir con los que se quedaron. Y cabe la pregunta ¿qué es más importante: la justicia o la paz? Estos pueblos pudieron avanzar porque entendieron que la justicia es una condición de la paz”.