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Joe Torres es uno de los fundadores de Tres Cinematografía, la productora audiovisual que ha creado algunos de los comerciales publicitarios más conocidos de Venezuela. Como cineasta busca contar historias que apuestan por despertar el sentimiento de arraigo y resiliencia por el país. Otro retrato de la serie #LatimosEnVenezuela

[Joe Torres, 46 años, comunicador social, productor y cineasta, cofundador de Tres Cinematografía @hello_tres @elhijodeofelia]

El cielo está nublado y la luz en el rostro de la actriz parada frente a la cámara se ilumina sin sombras fuertes. En el set montado entre cañaverales de la Hacienda Santa Teresa hay cerca de doscientas personas y cada una tiene una función. El director, Joe Torres, hace una seña a su asistente y ella grita: “¡Atentos, vamos a grabar!”.

—¿Cámara? —pregunta Joe.

—¡Rueda cámara! –responde el director de fotografía.

Un segundo de silencio. La actriz y la totalidad del equipo en el set están a la espera de la misma palabra, una de las dos que solo el director puede decir en un rodaje y que da pie a la «magia del cine».

—¡Acción!

“Viví 10 años en España, en Barcelona. Desde 2003 a 2013, cuando regresé definitivamente a Venezuela. Pero en 2011 fundé Tres Cinematografía, junto a Juan Antonio Díaz y Marcel Rasquin. Hablé con Juan Antonio, que estaba en Los Ángeles, y le propuse crear la compañía. Le dije ‘llamemos a Marcel, para que sea el tercero en esta fórmula’. Marcel estaba en Australia.

Sabíamos que Venezuela era el lugar, con toda certeza, no había otro. Tenía que ser aquí, así que reunimos todas nuestras experiencias y las trajimos al país, a través de Tres Cinematografía”.

Joe se quita la gorra, juega con ella entre sus manos y busca algo con la mirada. El set para el rodaje del comercial está montando, pero dos árboles rompen el patrón en el pasillo de chaguaramos y deja de ser simétrico. Él levanta la cara, frunce el ceño y sin emitir una palabra al equipo comienza a caminar en sentido contario a donde apuntan las cámaras.

—¡Antonio! —llama al director de fotografía— Vamos a hacer ese plano aquí.

“La condición sine qua non para ser cineasta es ser terco. Nadie espera tu película, nadie la quiere, sino tú mismo. En ocho años que tiene la compañía, el obstáculo más grande ha sido el cansancio, porque han sido años muy intensos.

Nunca hemos sentido que tenemos que abandonar, cerrar, terminar. Sin embargo, hemos pasado por periodos de agotamiento muy profundos, pero convertimos ese cansancio en impulso.

Cometimos múltiples errores en el camino: financieros, de producción, pero si algo tiene claro Tres como filosofía es que el intento tiene más valor que el logro. Entonces, desde ese punto de vista, somos erroristas. También entendí hace años que en mi vida no hay atajos. Intenté tomar varios, pero me di cuenta que no los hay y Venezuela es un ejemplo de eso.

Este es el camino largo, porque la crisis actual ha hecho que todo lo que tú puedes proponerte se distancie, se aleje. Entonces, una vez más escojo el camino largo, pero sé que ese es el camino correcto para mí”.

Con todo su equipo atrás, se detiene en medio de una calle larga y llena de chaguaramos. Observa. Levanta los brazos para encuadrar con ambas manos y explica a su asistente que el punto de fuga desde la izquierda le va a dar la referencia y profundidad que necesita para el plano. 

—Mira, él va a caminar desde allá —señala con la mano derecha— desde el comienzo de la calle.

Deja de hablar y trota en la dirección que señala. Acelera, corre y detrás de él su asistente, que entre jadeos toma la radio que le cuelga del cuello y dice: “Atentos que Joe cree que está en el Parque del Este”.

—Vamos, mi niña, ponle un mundo —se para y le dice—. Desde aquí va a caminar hasta donde estábamos nosotros. Quédate aquí y marca la referencia.

Sale corriendo de nuevo.

“El cine para mi es una pasión constante. No se agenda, no tiene horarios y creo que mi vida, hoy por hoy, no se puede explicar sin él y eso se lo tengo que agradecer a la Universidad (Católica Andrés Bello), y especialmente a mi promoción.

Siempre había sido cinéfilo, pero allí realmente nos topamos con el cine y encontramos el camino. Yo estudié con Edgar Ramírez, Marcel, Juan Antonio, Héctor Palma, Nacho Palacios. Toda gente muy talentosa, muy prolífera en el medio y apasionada por su trabajo. Esta es mi gente, con la que comencé a hacer cine.

Yo suelo decir que en esta profesión hay que ser ateo, porque en el cine creer en Dios a veces no es suficiente, tienes que creer en las personas con las que estás trabajando. Es una cosa humana, no una cosa divina. Debes encomendarte a las personas de tu equipo y tu equipo se debe encomendar a ti. Es un pacto entre seres humanos, no entre dioses”.

—Ya tenemos este plano —comenta Joe al director de fotografía—.  Ve montando la toma del samán y yo me encargo de los músicos. 

—Señor, se nos va la luz —interrumpe la asistente de dirección— y nos faltan planos. 

—Ya estamos cuadrando —responde—. Avisa que el equipo dos va a ir montando lo del samán y que yo voy a grabar a los músicos.

Ella toma el radio e informa a los de producción los planes de Torres. Él ya tiene el ojo derecho en el visor de la cámara, pero levanta el rostro y comenta:

—Avisa que estoy grabando a los músicos.

—Lo estoy diciendo por el radio, señor.

—Yo sé, pero es una vaina eufórica mía, necesito decirlo.

“Mi vida adquiere propósito en la medida que yo estoy en el país. No quiere decir que si me voy lo pierde, pero es más difícil de mantenerlo fuera de estas fronteras. Entendí, hace ya algún tiempo, que mi verdadera lucha está en Venezuela. Que lo que me compete hacer no está en otro lugar.

No puedes perder el propósito. Debes mantenerlo porque es la pulsión vital, lo que hace que todos los días conviertas tu vida en algo más que respirar.

Si tú abrazas eso que te mueve todos los días y no pierdes el foco incluso una crisis como ésta, que es súper malandra, la vas a poder sortear mejor. Pero si lo pierdes, si lo olvidas y te descarrilas, vas a vivir otro tipo de crisis que en definitiva será peor.

Por eso fundamos Tres, para traer nuestro conocimiento y talento de nuevo a Venezuela y ponerlo al servicio del país.

Mi propósito me ata a esta tierra y tiene que ver con el amor que le tengo a mi oficio, a las posibilidades que sé que ofrece Venezuela, sobre todo en la actual crisis en donde el país va en franco retroceso y algunos tenemos que luchar en sentido contrario”.

—¡Celulares apagados, no puede sonar nada —Joe reparte órdenes y se sube al dolly (un carro que se desplaza sobre rieles) en el que están la cámara, el director de fotografía y el foquista—, nadie se mueve, por favor!

—¡Necesito tres minutos de absoluto silencio! —anuncia la asistente de dirección— Vamos a grabar la última escena.

—¿Cámara?

—¡Cámara rueda!

—¡Acción!

Todas las personas detrás de Joe se detienen. Pareciera que el set entero aguanta la respiración por unos segundos que se sienten como minutos. Frente a la cámara transcurre la escena y 40 personas se mueven en un orden orquestal de horas de ensayo.

Un hombre empuja el dolly. El foquista, que apenas rota unos centímetros el foco de la cámara, es el único que se mueve sobre la plataforma con ruedas, mientras el director de fotografía y Joe miran fijamente el monitor. La cámara termina el recorrido y el foquista la suelta. El director de fotografía mira a Joe, quien no ha parpadeado desde que inició la acción. Silencio. Despega los labios y suelta:

—Corte.