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Dos perros juguetean ante la mirada de los presentes que en tono de broma dicen: hasta ellos quieren bailar. Están en el centro de la sala de una casa en el barrio San Andrés, El Valle. Allí, cada 15 días, vecinos y conocidos de Coche, El Cementerio y Valles del Tuy tienen una cita. Muy cerca un hombre parado frente a un micrófono, con sombrero grande, verde oliva, pantalón del mismo color, camisa amarilla y botas marrones, dice: uno, dos, tres, probando sonido. Es Mario Díaz. Uno de los grandes exponentes del joropo tuyero o mirandino.

—Mario Díaz es el Reinaldo Armas en el joropo tuyero. Es “el papá de los helados” –dice una mujer cincuentona a otra, señalando a Mario con la vista y en gesto de admiración.

Este turgueño, nacido en 1948 en Requena, un caserío en el sur de El Hatillo, lidera las voces del joropo mirandino. “El Poeta de Requena” es su nombre artístico. Antes fue “el Bigote que canta”. Ambos seudónimos del promotor radial de los Valles del Tuy, César Leal. Para los bailadores es “el Rey del Joropo Tuyero”. En sus versos se cuelan indicios del preludio musical, surgido antes de su nacimiento: “… todo designio de la vida en el vientre está escrito porque hay un destino estricto que no te deja salida…”.”… desde el vientre de mi madre nací pa’cantá bastante…”. Su padre José Antonio Aponte, conocido como Joso, también cantador tuyero, se lo llevaba a sus presentaciones desde los cinco años de edad. Se quedó a cargo del niño Mario cuando su relación con Melania Díaz, bailadora de joropo, terminó. Ella se trasladó a la parroquia 23 de Enero en Caracas, con su otra hija: Flor. Ya adultos, Flor se domicilió en Requena. De su padre, con otras relaciones, tiene 10 hermanos.

—Me crié con mi abuela y mi papá aquí en el monte… Tenía como cuatro años –se refiere a la edad que tenía cuando sus padres se separaron–. Estudié aquí, después me fui al 23 de Enero… regresé… hice el tema Mi retorno… esta casita, a mi terruño, pueh… nunca lo abandoné… pendiente del viejo que estaba aquí.

En ese terreno cercano a la carretera principal de Turgua, Mario está asentado. Es un campo que arropa con montañas y mucho cielo. La sala de su casa suena a música. Destacan arpas, guitarra, premios e imágenes. Son huellas musicales de quien lleva más de 50 años al frente de la música tuyera, 57 discos grabados y más de 3.000 canciones escritas. Un canto también bailado en Ecuador y Cuba. En la cocina cuela la única bebida que toma a cualquier hora: café. Se sirve e inicia su relato.

—Empecé a escribir cuando tenía 13 años –se levanta, va por café y continúa–. Escuchaba en la radio a unos cantantes que ya fallecieron… Margarito Aristiguieta, “el Chirulí de Aragua”, Pancho Prin, Silvino Armas… eran los que estaban… en la altura de la fama. Los escuchaba y me decía: “Algún día tengo que también cantar eso que me gusta”…

Habla de los máximos representantes en esa categoría musical en el país. Fueron su inspiración. De Félix Solano, un arpista de La Magdalena, recibió el primer aliento: “Mira, mijo, de repente puedes aprender, tienes oído”. Siguió el maestro Dámaso Rodríguez. Cumpleañitos por ahí, con Nené Marrero y Agustín Jaime. Dio señales por primera vez en la desaparecida emisora Crono-Radar de Petare. De ahí en adelante fue acompañado por los grandes arpistas hasta grabar con casi todos: Valerio Calzadilla, Fulgencio Aquino, William Andrade, Máximo Bogado. Con éste prendió joropos durante 17 años.

El primer baile lo hizo en Requena a mediados de los años sesenta con Nené Marrero en el arpa. “En el año 68 grabé la primera producción en 45 revoluciones con Valerio Calzadilla, Máximo Bogado y Gabriel Rodríguez en guitarra tuyera… Pero salió en el 73. Ese mismo año grabé el primer longplay”.

Sus ojos se avivan, parecen luciérnagas. En ellos palpita la emoción:
—Cuando salió este disco yo no dormía, yo lo ponía en la mesita de noche y decía: “¡Dios mío, lo logré!” Y cerraba los ojos… leía los créditos… Un logro.

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Son cinco sus hijos: Survelys, Yelly, Yamileth, Mario y Marianny. Y otros que no crió. Confiesa que en algunos asuntos de la vida la inmadurez pesa. Y aunque le llueven las mujeres en sus presentaciones y en su canto, vive solo.

—Yo no tomo, no fumo… Entonces esa es la fuga mía –se refiere a su pasión por las féminas–. Adoro mucho a mis hijos… Mis hijas vienen mucho aquí, comparten conmigo… Si me traigo a una mujer para acá, eso me va a traer problemas con mis hijos. Entonces me parece que no…”.

Queda en el aire cierto pacto de este hombre con sus hijos para estar solo. Habla de esa soledad en uno de sus discos más conocidos, El ermitaño, dedicado a su padre:
Yo vivo solo en el mundo/ sin hijos y sin esposa/ y añoro a cada segundo/ un compañero en mi choza. Y el coro: ¿por qué será que he envejecido?/ ¿por qué será que hasta mis hijos se han ido?

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Son los habitantes de los estados Miranda, Aragua, parte de Carabobo y Guárico, quienes interpretan y bailan joropo tuyero. Aunque son dos las personas que componen la agrupación, las maracas del cantador se convierten en otro integrante para armar el trío joropero: arpa, maracas y buche. O cantador, maracas y arpista o arpisto, nombre que se da en los Valles del Tuy a quienes tocan el arpa.

El ritmo tuyero tiene varios tonos musicales y ejecuciones distintas. En él destacan golpes, resbalosas, pajarillos, yaguazos, pasajes, guabinas, hornadas y revueltas (suites o sets).

El arpisto actual de Mario, Dany Pérez, confiesa que el tono predilecto de éste son las resbalosas. Cuenta que la humildad, el humor y la improvisación del poeta en el canto, se traduce en afecto de los bailadores. Es al “Rey del Joropo Tuyero” a quien el público le solicita temas adicionales cuando el baile tiene una extensa lista de cantadores, y solo dos canciones por intérprete.

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Atardece en el barrio El Calvario del municipio El Hatillo. El sol pica y envuelve el ambiente de un vaporoso calor. En una especie de tarima destaca Mario en el micrófono, acompañado de su arpisto. Alrededor, los vecinos colocaron una improvisada cocina “pal sancocho de traje”. Una sopa compartida que reafirma la identidad del vecindario.

—… con Mario Díaz, uno de los nuestros que siempre ha defendido nuestra cultura y nuestra música autóctona –expresa la activadora cultural del barrio, Carmen Ruiz.

El poeta se nota en confianza. Varias parejas bailan paseadito sobre el asfalto al son de El ermitaño. Algunos hombres zapatean con golpes continuos y al unísono. Las damas les sujetan las manos para que sus cuerpos se sostengan en ese movimiento. De repente, un tacón de zapato que no resistió la dureza del asfalto, va de un lado a otro, según los tropiezos o pasos de los bailadores. Fue una dama la que perdió el punto para quedar en coma con el tacón despegado en el baile.

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La lucidez de Mario emplaza a su memoria. Discrimina entre los temas compuestos: El ermitaño, dedicado a su padre, Joso, que ha sido interpretado también por Simón Díaz, Francisco Pacheco y por una agrupación portorriqueña; Las tres hermanitas, inspirada en sus primeras hijas y Mirando la vieja choza, un arrebato ante la muerte paterna.

La dupla cantador-arpisto trama en los tonos un canto improvisado, donde el arpa marca el ritmo al cantador y las maracas el tiempo. Arman la llave que abre y cierra los bailes de joropo dentro y fuera de Baruta. Porque cuando los bailadores no dejan espacio en la pista “el Rey del Joropo Tuyero” se regocija. Augura un baile hasta al alba.

Se ensimisma en reflexiones. Dice que si vuelve a nacer cantaría joropo tuyero, lo que más adora. Que los hatillanos aman su tierra y quieren su música. Que no quiere morir en un baile porque le echaría a perder la fiesta a los demás. Que en Requena volvería a nacer y morir allí, mirando su paisaje. Que lo siembren en esa tierra, quizás con los acordes de su Amanecer tuyero:
Soy tuyero como el canto donde mi canción se afina,
soy la música que tiene todo el alma mirandina.
Adiós mañanita fría,
adiós mi bello sendero,
yo me voy con mi alegría
de un amanecer tuyero.

Eso sí, bajo un baile de arpa, maracas y buche.