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Me devolví a la sala y me apoyé en el colchón que protegía la pared. Estuve así un buen rato hasta que la gorda oxigenada y Cuqui trataron de sacarme a bailar. Tuve que devolverme a la cocina, con la excusa de servirme un trago, para salvarme. Carmela y Roberto ya no estaban besándose. Sólo se reían a carcajadas. Me sentía un poco ebrio y tenía hambre. Les pregunté por los sánduches. Su respuesta fue soltar nuevas y más fuertes carcajadas. Regresamos todos juntos a la sala, donde el baile y la fricción continuaban.

Cuqui sacó a bailar a Carmela. Roberto sonreía. Déjenme explicarles: Cuqui era, para ponernos esquemáticos, la loca de la fiesta. Un morenito delgado, vestido con franela blanca de cuello en “v” alargado y con una sonrisa constante que me hizo sospechar que estaba algo más que borracho.

“Bar tender, dame un trago / que quiero bailar y hacer estragos”.

Le quité los vasos a Roberto y volví a la cocina a preparar nuestras bebidas.

Cuando regresé, Cuqui hacía estragos con Carmela. La había arrinconado hasta el colchón que cubría la pared. Roberto ya no sonreía (a esta altura se habrán dado cuenta que Carmela y Roberto no son los nombres reales de Carmela y Roberto).

−Al Cuqui como que se le mojó la canoa –le dije a Roberto. No le pareció gracioso y fue hasta el colchón a poner orden.