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En una ciudad, en cualquier ciudad de Venezuela, alguien comienza a caminar. Una gota de sudor recorre un rostro. El aire golpea el cuerpo, el sol pica en la piel. Los músculos de las piernas están tensos. El corazón late rápido. La suela de los zapatos se desgasta cada vez que toca el asfalto. La respiración se acelera. Inhala, exhala. Las manos van y vienen en sincronía con cada paso. Uno, dos. Uno, dos. Hacia adelante y sin mirar atrás porque la idea es llegar a tiempo a algún lugar.

Alguien camina porque decidió dejar de esperar. El Metro de la ciudad de Caracas colapsa. Los autobuses y camionetas no llegan a las paradas. Desde el año 2014 no hay suficientes unidades de transporte público, no hay repuestos y la hiperinflación incide directamente en el precio de los pasajes.

El tiempo pasa mientras la gente desea que un vagón llegue o una camioneta se acerque. El cuerpo se cansa de estar siempre en la misma posición, de pie debajo del sol esperando que no caiga la noche. No hay otro medio de transporte seguro que no sean las piernas y así es como muchos venezolanos han decidido emprender sus rutas. De la casa al trabajo, al colegio, a la universidad.

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Estas son las vivencias de quienes no se detienen, de quienes prefieren acortar las distancias a pie porque «no hay de otra». Kilómetros recorridos con esfuerzo porque es necesario llegar de alguna forma.

La primera de estas #HistoriasDeAPie es la de Manuel Cámara, quien camina casi ocho kilómetros en Caracas desde El Paraíso, en el oeste, hasta hasta Chacaíto, en el este, todos los días.

Y ese relato nos hace recordar al cantautor Joan Manuel Serrat:
«hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar:
¡Caminante no hay camino,
se hace camino al andar!

Caminante, son tus huellas el camino y nada más.
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar».

Fotos: Carlos Bello