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Hay asuntos que sólo se arreglan en el cielo. Aunque parezca increíble se puede llegar a él, casi tocarlo, alcanzando la cima de un tepuy. No se trata de estar en las mejores condiciones físicas, aunque por supuesto que eso ayuda en los siete días de expedición desde Santa Elena de Uairén; se trata sí de tener todas las ganas completas y de estar listo para vivir una constelación de sensaciones, desmontar mitos y, sobretodo, descubrir de lo que somos capaces, hasta dónde los sueños se hacen metas alcanzables. En Roraima, al este del río Caroní, en el macizo guayanés del sur de Venezuela, descubrimos nuevos mundos, micro mundos, creemos pisar un terreno lunar nunca antes visto a casi tres mil metros de altura, treinta kilómetros del “mundo perdido”, como también le dicen. Es lo mismo que descubrimos en nosotros: nos sabemos más humanos dentro de la fragilidad convertida en fortaleza llamada espíritu.