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En el Diccionario de la Real Academia Española se lee «telefonista». Eso es lo correcto. Pero en el glosario que se escribe en la calle lo que hizo Marjorie Delgado fue ser telefonera. Los puestos de alquiler de teléfonos celulares se han perfilado como los sustitutos de los viejos teléfonos de cabina. Son la salvación de cualquier cristiano sin saldo para llamar (que son muchos), a un bolívar fuerte por minuto. A principios de la década, el negocio era tímido. Luego se convirtió en un boom. Paradas tentadoras de las esquinas de las ciudades, diversificadas de los teléfonos a las chucherías y cigarrillos al detal. Hoy, al menos en algunas zonas de Caracas, los telefoneros -en su mayoría telefoneras con buen escote y tumbao- no pueden estar en cualquier parte. Son nómadas obligados, errantes a razón de la ley de la calle, que siempre, siempre, es dura.