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San Agustín es una parroquia caraqueña que conecta su urbanidad con el cerro a través de un metrocable; una especie de ascensor aéreo que transporta a sus habitantes por encima de la autopista hacia una vista privilegiada de la ciudad. Hasta su inauguración en 2010, los únicos funiculares que existían en Caracas eran turísticos y transportaban a los pasajeros desde Maripérez hasta la cúspide de El Ávila, la montaña que rodea la ciudad.

Desde allí se ven los vestigios de la Caracas cosmopolita, con grafitis en sus calles y casas de colores que se erigen en cada una de las estaciones que conforman esta parroquia: una de tantas de la capital de Venezuela que procuran una vida sabrosa a pesar de las vicisitudes. Faltan los servicios básicos y la seguridad; faltan alimentos y medicinas; falta el mantenimiento de las pocas obras públicas que se han hecho como paliativos para la crisis. Aun así, mantienen en su cotidianidad el sonido de la salsa, la felicidad de la rumba y la convivencia.

Guapachá es uno de los personajes emblema de San Agustín. Saluda a un vecino y empieza a conversar, sin advertir a nadie de la rapidez de sus palabras. Lo hace con una inquietud propia de percusionista. “No te dejes engañà” es la muletilla que usa para hablar con una sonrisa pícara de su pasado en las drogas, los toques que ha tenido recientemente con figuras de la televisión y su debilidad por las mujeres.

-Tengo 12 hijos y 20 nietos. El mayor tiene como 40 y yo ya tengo 56. ¿Que de cuántas mujeres? Como de ocho. Pero esta negra sí es mi negra, no te dejes engañá.

Guapachá es el seudónimo que heredó a los 12 años, cuando comenzó a tocar en fiestas junto a su padre Pedro Santiago García, un cubano radicado en el barrio que fue percusionista de músicos como Daniel Santos, Colina y Damirón.

Luego de dos estaciones se divisa el edificio de cuatro pisos que tiene cancha, biblioteca y salones de talleres. En la planta baja deberían funcionar un Mercal y Farmapatria.

-Pero la delincuencia se desató- dice Yajaira, la esposa de Guapachá y encargada de la biblioteca.

En el baño de damas, que es gigante, está el depósito de 20 congas y otros instrumentos con los que imparte clases de percusión a no menos de 80 jóvenes.

Las paredes del salón están rotuladas con las fotos de los ventetú de los que Pedro García fue protagonista, cuando llegó de Cuba. Un ventetú es una celebración a la vida que se hace en los barrios populares del Caribe. Es la manera más contagiosa de celebrar el gentilicio. En esas fotos en blanco y negro está Nené Quintero aprendiendo sus lecciones de calle, sin saber que años después se convertiría en uno de los músicos más innovadores de Venezuela. Con esa inspiración también entran a tocar los niños del núcleo de orquestas que ahora crecen con la dualidad de música clásica que se contagia del sabor negro, porque quienes viven en San Agustín son, en su mayoría, hijos de familias barloventeñas que se establecieron en Caracas a finales del siglo XIX.

Los descansos de las escaleras de San Agustín están hechos de murales. En ellos se refleja una historia moderna cuyo precedente es el de una parroquia musical, deportiva e independiente. Poco después de que se construyera el Nuevo Circo de Caracas en 1917, la empresa privada comenzó la construcción de la urbanización San Agustín del Norte.

-Teníamos el centro político y deportivo más importante, que era la Plaza de Toros de Nuevo Circo. Los grandes mítines políticos, corridas, batallas de boxeo y peleas eran ahí. Para nosotros era un caché escuchar que ahí iban a torear Manolete y César Girón, porque estaban en nuestra parroquia. Teníamos el único estadio de béisbol profesional, de Cervecería Caracas. Aquí jugaron los Yankees de Nueva York. Pero no somos echones, ni vanidosos, sino que tenemos este atractivo- recuerda Emilio Mujica, un cocinero que fue concejal y que se ha convertido en maestro de la tradición de la parroquia.

A partir de 1936, gracias a un decreto de Eleazar López Contreras, San Agustín se separó de Santa Rosalía y se constituyó como una parroquia autónoma que, a partir de 1972, albergó a ese ícono de la modernidad en Venezuela que es Parque Central, un complejo urbanístico que hasta 2003 tuvo las torres más altas de Latinoamérica, incluyendo la red de museos más importantes de Caracas, además del Teatro Teresa Carreño, el segundo complejo cultural más grande de América del Sur.

-San Agustín es un pueblo dentro de la ciudad: todo el mundo se conoce, se identifica por apodos, todos nos saludamos con mucho afecto. Somos una parroquia que tiene nueve barrios y dos urbanizaciones en ese espacio tan pequeñito y tenemos un corredor de mil metros donde están el comercio, el boulevard, la avenida, la plaza- dice Mujica.

Ese espacio público compartido mide 1.6 kilómetros cuadrados y cuenta con 49 mil habitantes, según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística en 2015.

Lee la crónica completa aquí en el especial de El Pitazo