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Al suroeste de la isla de Margarita, un astillero sobrevive al salitre y a la inclemencia de Macanao. Cándido José Hernández mantiene firme una tradición familiar que por más seis décadas ha impulsado las faenas de muchos pescadores artesanales 

Los martillazos y las lijadoras de madera retumban acompañados por el ritmo de las olas del mar como fondo. En el Varadero Don Cándido comienzan sus labores con los primeros destellos del amanecer. Un muro blanco, rostizado por el sol, con dos portones de metal abiertos de par en par dan la bienvenida a un espacio de 3.500 metros cuadrados lleno de embarcaciones a medio construir, otras en reparación, algunas con trabajos de mantenimiento. Dentro están los carpinteros en sus faenas, mientras que los propietarios de barcos entran y salen para ver los avances de sus navíos.

Cándido José Hernández es propietario del astillero. Se dedica al arte de la construcción, reparación y mantenimiento embarcaciones de pesca artesanal desde los inicios de su vida.

—Nací en este sitio. Mi padre fue dueño del varadero hasta su muerte. Tomé las riendas hace cuarenta años. Han pasado más de seis décadas de su fundación. Vamos por dos generaciones.

En Boca del Río vive la mayor cantidad de habitantes de la península de Macanao, al suroeste del estado Nueva Esparta en la isla de Margarita. Cerca de Punta de Piedras, donde atracan los ferry que vienen de los estados Anzoátegui, Sucre y Vargas. Ahí también queda el Museo Marino, y tiene sede la Fundación la Salle, vecina de una estación de estudios oceánicos de la Universidad de Oriente. En la calle principal de ese extenso poblado se conserva la tradición ancestral de construir botes de pesca artesanales en el Varadero Don Cándido, que está en la calle principal del pueblo, después de pasar la cancha techada.Todas las actividades que realizan son fiscalizadas por el Instituto Nacional de Espacios Acuáticos con sede en Caracas. 

Cándido describe su espacio y las especificaciones de cada barco meticulosamente. Recuerda con envidiable precisión los nombres y medidas. 

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El día de botadura al mar es una fiesta. Dice que es lo más emocionante después de las horas, días, meses y años de trabajo. Se entusiasma cuando habla de su tradición familiar: alza sus brazos, sube el volumen de su voz para explicar. La construcción dura aproximadamente un año si se cuenta con toda la madera necesaria. Pero cuando falta puede durar hasta dos, tres o cuatro años.

—Lo que más me enorgullece es colocar la quilla. Ese día comienza la plantadura del barco. Se inicia por el casco, luego el puente de mando que es donde va la tripulación. Los tanques de gasoil y de agua los hacen soldadores. Otros se dedican a las cavas de agua y los pintores se especializan en la decoración. Lo último sería preparar la cuna artesanal del barco, para la botadura al mar. Ese día es una fiesta a la que asisten dueños de negocios, vecinos inclusive las autoridades concejales, alcaldes, la gente de la Capitanía de Puerto y los del INEA.

La planificación del barco comienza junto a los propietarios. Luego empieza el montaje por la proa que es la parte de adelante. Después la armadura del barco o el costillar. Entablar. El casco de la embarcación. El montaje de los tanques de gasoil y agua. El puente de mando donde van los camarotes y el sistema de comunicación.

“El abuelo de Cádido, Segundo Hernández, hacía las urnas del pueblo y en su casa construían, además, puertas y gabinetes. Su bisabuelo también fue carpintero”

Cada parte del barco va acompañado de un protocolo. Primero se solicita la construcción de embarcaciones por escrito al INEA con sede en Caracas para su revisión en la gerencia de industria naval. Desde allá envían la autorización. Cuatro inspecciones para cada parte del proceso. El ingeniero inspector debe firmar junto al propietario del varadero y el gerente de industria naval del INEA la inspección final. Luego se gestiona el registro naval en la Capitanía de Puerto en Pampatar, Margarita. Y de último la incorporación a flota para reconocerlo como barco pesquero en el Ministerio de Pesca y Acuicultura. 

Cuando llegan barcos operativos al varadero para trabajos de reparación también siguen un proceso de registro y control. Quitan caracoles, sacan las tablas, hacen reparaciones y mantenimientos. La varada de las embarcaciones tiene un reporte mensual a la Capitanía de Puerto para que tengan la fecha de entrada y salida de cada una. Trabajan exclusivamente con barcos de la península de Macanao desde hace dos o tres años, porque muchos de los que llegaban de otros lados traían problemas y mucha fiscalización.

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Cándido conoce de memoria el proceso. Lo repite como un rezo. Se detiene en lo que considera que es lo más delicado.

—La montadura del motor tiene que ser algo muy exacto. 

Confiesa que la crisis económica que atraviesa el país ha hecho muy difícil el traslado de las maderas desde tierra firme, además de sus altos costos. 

—Aquí la tenemos que comprar en dólares, una escasez muy grande precisamente porque el Ministerio del Ambiente (Ministerio de Ecosocialismo) ha puesto mucha traba. Hemos tenido que parar las construcciones de algunos barcos por ese problema. Poco a poco todo el proceso se ha ido dolarizando. Muchas embarcaciones se han demorado más de lo previsto por falta de las materias primas. 

La madera procede desde Barinas, Ciudad Bolívar, Upata, Cumaná, Maturín, que es donde están los aserraderos que Cándido considera los mejores del país. Él usa diferentes tipos: caoba, saqui saqui, pardillo, labera que es palo sano, roble, samán y otras. 

—La que en el momento esté disponible y tenga la calidad, es la que usamos para las embarcaciones.

Alardea del legado familiar. Algunas de las embarcaciones que construyó su padre hace más de sesenta años aún se conservan operativas en el pueblo. Incluso, uno de los pupilos del fundador del varadero, Lucio Marín, creó la carpintería Don Daniel hace quince años aproximadamente, después de aprender a construir barcos entre la década de los sesenta y setenta. 

El abuelo de Cándido, Segundo Hernández, hacía las urnas del pueblo y en su casa construían, además, puertas y gabinetes. Su bisabuelo también fue carpintero. Su padre cambió de rubro y se dedicó a la carpintería de ribera. Él lo heredó y lo ha conservado porque considera que es un patrimonio familiar y cultural que hay que pasar a otra generación. Su hijo Carlos está trabajando con él. Estudió ingeniería en la universidad, pero a sus 35 años lo acompaña y está aprendiendo carpintería. Le gusta la varada, la botadura del barco y asegura que será el próximo representante del astillero.

Sin techo ni paredes, en el Varadero Don Cándido los pasillos los hacen esos espacios entre las embarcaciones que se sostienen sobre el piso de tierra que limita con la orilla del mar en Boca del Río. No hay distribución fija. Entran y salen barcos y los pasillos se mueven de lugar. La próxima botadura es la de Altamira IV, la cuarta creación de los mismos propietarios en el astillero. Afinan los trabajos de decoración y preparan la fiesta.