Seleccionar página

—Estoy perdiendo la memoria —exhala una anciana menuda en una parada de autobús.

Minutos antes, corría hacia un bus que no le abrió las puertas. Entonces regresó a la parada caminando entre la poca distancia que dejan los carros detenidos en la avenida Corrientes, una de las principales arterias viales de la ciudad de Buenos Aires que abarca 69 cuadras.

Luce extraviada, la anciana. Los pulgares de sus pies parecen prisioneros de su calzado y su torso presume una libertad extrema cubierto por una chaqueta de cuero por la que dice pagó siete mil pesos argentinos, el mismo día que se compró aquella cartera que nunca utiliza.

Prefiere salir a la calle con otra de asas desgastadas y cuero ya desteñido de tanto uso. Es la que viste en este momento y en la que asegura guardar de todo: la tarjeta de la Sube (Sistema Único de Boleto Electrónico) para el transporte público, las llaves de su casa, el celular -cuando aún lo tiene porque en este instante acaba de recordar que es el quinto que pierde-.

—¡Ay, Dios mío! Ojalá lo encuentre. El celular —guarda silencio durante más de 20 segundos— porque éste cuesta más que el anterior que tenía —el ruego lo hace sentada en el área reservada para personas con discapacidad o adultos mayores del bus número 24, en el que finalmente logró embarcarse.

No hay certeza en ese encuentro fugaz con la anciana -aunque sí algunas pistas- de que sufra algún tipo de demencia –mal de Alzheimer, demencia vascular, demencia con cuerpos de Lewy o demencia frontotemporal–. El síntoma más frecuente en cualquiera de estas afecciones es la pérdida de memoria, sobre todo a corto plazo.

La cinta del pasado, sin embargo, se reproduce muy bien en la memoria de los pacientes con esta enfermedad –más de 46 millones en el mundo, según la Asociación Internacional de Alzheimer que habla de los cuatro tipos de demencia-.Tanto es así que la anciana recuerda el triunfo de Argentina en el Mundial de Fútbol de 1986 cuando ve el escudo del equipo Boca Juniors en el suéter de un joven que también va de pasajero en el colectivo.

—¿Sos de Boca? Yo soy vitalicia de Independiente, pero fui a conocer la cancha del Boca por Maradona que trajo el Mundial —el muchacho transmite la misma indiferencia que la que mantiene mientras se pasea por algunos videos de YouTube desde su celular—. Tengo las fotos de la cancha que me saqué con Maradona.  Afuera había una estatua que tenía el equipo de Argentina, la Copa del Mundial y, al costado, una bandera de Boca. Y le saqué foto a esa estatua —el joven sigue sin levantar la mirada de su teléfono.

Tampoco le presta atención cuando la mujer cuenta que su gorro de tela azul cubre la sangre ya seca que en alguna oportunidad le corrió sobre la frente después de tropezar en una acera al bajar de un colectivo. No se cayó del autobús, eso lo deja muy claro. Lo que el gorro no cubre es el cabello grisáceo que roza sus hombros.

—Que encuentre el celular, que me olvidé de ponerlo en la cartera.

La vista de la multitud que la rodea a veces está fija en una ventana; en ocasiones, en el pasajero de al lado; la mayoría está en su celular, en algún libro, pero ninguna apunta hacia la señora que dejó su celular en casa.

—Esta es la última parada por Corrientes, no paramos más hasta Diagonal Norte —grita el conductor del colectivo, quien alza su voz sobre el ruido de algunas maquinarias que hacen trabajos de reparación en las calles y las bocinas de otros autos.

—El problema es que está así porque hay paro de Subte (Metro), por eso hay tanta gente en la calle —dice la anciana a sus interlocutores, quienes quizás ya conozcan la noticia o no les interese en lo absoluto.

Es martes 22 de mayo de 2018. Afuera, o mejor dicho abajo, metrodelegados se manifiestan en contra de las más de cien suspensiones de los trabajadores que, desde el pasado 23 de abril, participan en las protestas para exigir un incremento salarial. A las ocho de la mañana un periodista probaba su micrófono en la estación Las Heras, de la línea H –con las santamarías abajo de fondo– antes de anunciar la paralización de los servicios del Subte, durante medio día, de dos líneas –la H y la E, son seis en total (A, B, C, D, E y H)–. En el transcurso de esa mañana, la policía detuvo a dieciséis trabajadores –por impedir el funcionamiento normal de un servicio de transporte y por emplear la fuerza contra un funcionario público, se lee en La Nación–, así que los metrodelegados redoblaron la protesta con la paralización de todas las líneas durante casi todo el día. Al final de la tarde, los trabajadores fueron liberados, pero las paradas de los colectivos ya estaban a reventar con el millón trescientos mil porteños que normalmente usan el Subte a diario. Por eso culminaron su recorrido en la superficie. Entre ellos figuraba la anciana del celular extraviado.

Aquel martes, antes de llegar a la parada de autobús, dice que fue al Café Martínez donde tomó –en este estricto orden– una Coca Cola, un sándwich de pan de miga y un capuccino. Este se lo dejó para lo último porque quería que le quedara el gusto a café en la boca.

—Me olvidé el celular en mi casa. Ya me pasó. El anterior que perdí era más caro que este, que me olvidé, y lo perdí en mi casa, y me compré este que es más barato. Si no lo encuentro, no me compro otro. A lo sumo, si lo encuentro, estará descargado, pero eso no me importa. Yo lo quiero encontrar, sea como sea, y espero que Dios me ayude.

Los especialistas recomiendan que los pacientes con demencia tengan alguien que los cuide por la degeneración que acarrea la enfermedad –dificultad para realizar tareas cotidianas, problemas con el lenguaje, desorientación en tiempo y espacio, cambios en el humor o en la personalidad–. La anciana del celular extraviado cuenta que un gato es el único que la espera en casa. La mascota se llama Carito, por la traducción de “querido” en italiano, que es “caro”, entonces Carito, al final, es como “queridito”. Lo quiere, pero dice que también la vuelve loca.

Entre relatos de cómo se hace la carne de McDonalds, el accidente de un motorizado que vio en la Facultad de Arquitectura, unas películas que perdió, un dinero que le robaron cuando trabajaba como psicopedagoga en Capital Federal y el recuerdo de una confitería donde ahora hay una pizzería, siempre saca a colación su quinto celular perdido.

Ojalá lo encuentre en su casa, por fin, por allá en Belgrano a la altura de 1500, con todo y su forro de hipocampo adornado con piedritas.

 

Más crónicas de la autora en https://mishistoriasdeverdad.wordpress.com/