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“Caracas, te quiero o te odio.
Sumergidos en el caos, la realidad se nos aparece a quienes esperamos paciente o impacientemente un poco de desplazamiento que nos permita llegar a cada destino. Cada ángulo contrasta totalmente con su opuesto: la vista me premia con la tranquilidad de un apacible cerro El Ávila o Warairarepano o me castiga con los agujeros de balas en las vallas de señalización, recordándome que en ese mismo lugar pueden estar presentes la paz y la violencia en cualquier momento. Arriba el helicóptero del reporte del tráfico; abajo el cruce de un semáforo en un inusitado instante de poco tránsito y el insólito paseo de un perro en una motocicleta que circula en medio de los carros en plena hora pico, o el rostro hermoso de una modelo en la publicidad que tímidamente se cuela en mi espejo retrovisor, recordándome que en ese congestionamiento infernal y estresante, hay algo bello que mirar. Entre todos tus maravillosos y a veces horrorosos extremos vivimos, amanecer y atardecer, salir y volver a casa, frío y calor, lluvia y sequía. Por esa mismísima razón, Caracas, en el mismo instante que comienzo a odiarte miro hacia el otro lado y me vuelvo a enamorar perdidamente de ti”.