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Está lejos de los demás.

En un espacio cercado con andamios, al fondo de este galpón, cientos de karatecas esperan para competir. Algunos hacen pequeños combates entre ellos a modo de calentamiento, otros dormitan acostados en colchonetas dispuestas en el piso o se mantienen atentos a lo que sucede en los cuatro tatamis instalados en el centro de este salón. Atravieso ese enjambre de atletas en medio del calor y el bullicio buscando a Andrés Madera. No lo ubico. Es el mediodía del sábado 1° de abril de 2017.

—El sensei Madera no está aquí –me dice uno de ellos– lo vimos en la entrada firmando autógrafos.

Y, en efecto, se encuentra allí. Moreno, de 1,73 centímetros de estatura, tiene la sonrisa amplia y los ojos rasgados. Está vestido con una franela y un mono de la selección venezolana. Delante de un pendón que dice “Campeonato Centroamericano y del Caribe de Kárate”, posa para una foto al lado de un niño de siete años. Luego del clic, la mamá del pequeño le pregunta:

—¿No recuerdas que tú le diste clase, que él comenzó contigo?

Disimula que no lo recuerda y se despide del niño chocando las manos. Entonces llegan otros y él posa para la foto y sonríe. Intenta –y logra– ser amable. Como el resto de los deportistas de los 14 países que participan en el torneo, se hospeda a metros de aquí, en el hotel Eurobuilding de Caracas. Desde que hace días llegó de Estados Unidos, donde estudia inglés, ha estado madrugando para quitarse en el gimnasio unos gramos de más que se trajo de allá. Era obligatorio que rebajara porque en el kárate las categorías las define el peso. Y, aunque lo logró, se siente nervioso. Rodolfo Forry Rodríguez, su entrenador, lo sabe. Así que esta mañana le envió un mensaje de voz que decía: “Hijo, calma, disfrútalo”.

Ahora es la 1:00 de la tarde. Esta vez sí encuentro a Andrés en el espacio acondicionado para los atletas y le pregunto por qué ya no está afuera.

—Porque la gente me tiene loco y yo necesito concentrarme.

¿Si está en el peso adecuado, por qué se siente presionado? ¿Por qué, si es el número uno del ranking nacional y el segundo del mundo en la categoría de menos 67 kilogramos?

*

Dicen que perdiendo también se gana y bastante tuvo que perder Andrés Madera para representar a Venezuela en una competencia. La primera vez que tuvo la oportunidad fue en los Centroamericanos y del Caribe de Barbados 2011. De allá se devolvió sintiendo que la medalla de plata que traía en el pecho era de oro: le supo a gloria su primer podio internacional. Tenía 23 años. Desde entonces mucho ha recorrido. Ahora, con 28, es la primera vez que le toca pelear por el país en suelo propio. Ayer, 31 de marzo, hablamos en el lobby del hotel y me dijo que parte de su ansiedad quizá se deba a eso.

—Tener a la familia ahí, y a los amigos ahí, y a los alumnos ahí, a todos viéndome tan cerquita es una responsabilidad.

Pero, aunque hoy es el favorito, la suya no es la historia de un niño prodigio. Perdía, perdía, perdía. Durante mucho tiempo tuvo que conformarse con pertenecer a la selección juvenil del estado Miranda, porque en la nacional nunca hubo espacio para él. Mejor dicho, nunca pudo ganárselo. La estrella del momento, el sensei Jean Carlos Peña, ganador de medallas en los torneos más importantes de la disciplina, se le convirtió a Madera en un monstruo que jamás logró derribar. Pelearon decenas de veces: siempre perdió. Cada vez que sucedía, salía corriendo a llorar. A llorar a escondidas, como si la derrota fuera una vergüenza y no sólo una posibilidad. Y ante cada revés pensaba en colgar los guantes. Pero al final siempre terminaba entrenando en el dojo.

—Es que era demasiado torpe –recuerda Forry–; yo le decía que trabajara, que tuviera paciencia.

Y, con paciencia, fueron tallando esa madera amorfa de la que sacarían la figura de un campeón. Andrés salía todos los días de su casa, ubicada en el sector El Calvario de El Hatillo, a sumergirse en intensas y largas sesiones de entrenamiento en la escuela Shuri-Ryu, en Baruta. Sintió que estaba perdiendo el tiempo. “¿Para qué tanto esfuerzo?”, se preguntaba. La respuesta llegó más adelante: cuando Peña se retiró, después de una carrera fructífera, Andrés Madera era la primera opción para tomar la preciada vacante. Y se adueñó de ella, con sobrada soltura. Porque para cantar victoria también hay que saber esperar.

A partir de entonces, de él sólo se escuchan buenas nuevas. Los diarios publican notas elogiosas sobre él. El Instituto de Deporte y Recreación del estado Miranda lo distinguió en 2016 como “Atleta del año”. En marzo de 2017, el alcalde de El Hatillo, David Smolansky, lo condecoró “para reconocer la labor de una generación que nació en crisis y sigue luchando con la esperanza de construir una mejor Venezuela”.

Ganar, ganar, ganar. Ha subido al podio de cinco Abiertos de Kárate: plata en Hanau 2012, Frankfurt 2013, París 2014; Rotterdam 2017; y oro en París 2017.Ganó bronce en el más reciente Mundial de Kárate en Austria. Todo eso lo llevó a la cuarta posición del ranking mundial. Dicen los entendidos que, luego de varias competencias de envergadura, puede terminar 2017 siendo el primero del mundo. Vaticinan además que clasificará a las Olimpiadas de Tokio 2020; y que puede, con facilidad, ganar una medalla.

Con este panorama enfrente, Andrés Madera voltea la mirada hacia aquella época árida y dice que simplemente aquel no era su tiempo.

–Todo llega a su debido tiempo. Seguí trabajando y una vez que pegué, pegué. Todo se destrabó.

Antonio Díaz, ganador de ocho medallas consecutivas en el Mundial Kárate, le consta que no fue fácil. Cuando él estaba en la selección de adultos del estado Miranda, Madera estaba en la juvenil. Se hicieron muy amigos. Tanto que después de una competencia en Las Vegas terminaron juntos probando suerte en los casinos.

—Veía que no despegaba, y le decía que siguiera. Peña era un extraordinario peleador y se la ponía bien difícil. Pero ahora Madera está donde está porque le puso empeño: se preocupa por el nivel de su kárate, estudia a los que va a enfrentar. En el Mundial, sin ser el favorito, desplazó a muchos y se trajo el bronce. Vive un gran momento. Puede afianzarse como uno de los más fuertes en América. No, en América no, en el mundo.

Forry, inflado de orgullo, dice que semejante proyección no es desmedida; pero se apura a matizarla:

—Le he dicho que mantenga la humildad, porque la fama hace daño. De eso está lleno el deporte.

Y Madera lo ha ido aprendiendo, sobre todo desde los Juegos Panamericanos de Toronto 2015. A ese torneo sólo clasifican los mejores ocho de Latinoamérica. Él llegó como favorito, porque acababa de ganar un evento similar, el Campeonato Panamericano de Kárate. Peleó sobrado, y su arrogancia se estrelló con una derrota ácida, espesa, viscosa.

—Sentía presión. Mi familia, la prensa, el país. Había esperado cuatro años para eso, sentí que lo tenía y se me fue. Me afectó mucho. Pensé en el retiro. Tuve que irme a la playa unos días, olvidarme del kárate para ver las cosas con distancia. Por eso voy poco a poco. No pienso tanto en Tokio. Quiero ir, pero no me dejo llevar por la publicidad que me están dando los medios. Me presiona un poco. Falta mucho aún. Prefiero metas a corto plazo: quiero ser el número uno del mundo este año. Creo que lo puedo lograr.

*

Es la 1:30 de la tarde y a las afueras del galpón, en un cafetín, varios atletas extranjeros se devoran un almuerzo.

—Apúrense, apúrense – dice uno.

—Hay que comer rápido; le va a tocar a Madera. No nos podemos perder eso.

—Sí, cuando ese chamo pelea, todo es un despelote.

*

Pedro Madera y Maritza Delgado han vivido desde siempre en El Hatillo. Sin mayores lujos, formaron su familia en la zona de El Calvario. Él atiende el kiosco de periódicos que está junto al semáforo del sector; y ella es profesora de Educación Física. De esos oficios sacaban los ingresos para levantar a sus tres hijos.

El primero de ellos nació el 6 de junio de 1988. Desde que comenzó a caminar era muy intranquilo. Cuando llegó al preescolar las citaciones eran diarias: que el niño se portó mal, que le pegó al compañero, que volvió a pelear, que otra vez lo mismo. Los padres decidieron que tamaña carga de agresividad debía canalizarse por las buenas, y resolvieron que un deporte era la opción. Dejaron a Andrés Madera en la escuela Shuri-Ryu, una de las más de 2.000 academias avaladas por la Federación Venezolana de Kárate. Tenía cinco años de edad.

Allí, además de Forry, lo recibió el sensei Alí Flores, también hatillano y editor de la revista de artes marciales Osensei.

—Él era insoportable. Le enseñamos disciplina con el deporte y, poco a poco, se enamoró de esto. El kárate le ha dado mundo. Le vienen más cosas buenas. Creo que sí irá a Tokio y se traerá algo. Vamos ver.

En Tokio 2020 será la primera vez en la historia que el kárate estará presente en unos Juegos Olímpicos, luego de años de insistencia de la Federación Internacional de Kárate. Todavía el Comité Olímpico Internacional no ha dado a conocer cómo será el proceso de clasificación de los atletas, pero se saben algunas cosas: que las categorías se reducirán, que apenas serán diez cupos por cada una; y que quienes estén en las dos primeras posiciones del ranking mundial al finalizar 2019 clasifican automáticamente.

¿Qué sentido tiene, entonces, que Andrés quiera ser el mejor del mundo en 2017? Antonio Díaz explica que no es descabellado.

—El fogueo importa mucho. No es lo mismo comenzar el camino a la clasificación siendo una figura que un desconocido. Estar arriba da prestigio y ventaja psicológica. Él sabe lo que está haciendo.

*

Pedro Madera, mientras espera el combate, dice que se siente orgulloso de su muchacho. A veces le da miedo que le den un mal golpe, pero aun así nunca ha querido que se retire. Más bien lo apoyó cuando abandonó, en el tercer semestre, la carrera de Derecho que cursaba en la Universidad Santa María. “Así podía concentrarse en el deporte”. Y cada vez que perdía, papá estaba allí para alentarlo a seguir.

—Un día lo vi llorando y lo abracé y lloramos juntos. Me dijo: “Creo que me voy a retirar”, y le dije: “¿Cómo que te vas a retirar? No, chico, qué es”. Sé que anda feliz porque estamos aquí viéndolo. No creo que eso lo presione.

A su lado se encuentra César, el segundo de sus hijos. Nunca le gustó este arte marcial más que el fútbol, y nunca había sido tan cercano a su hermano Andrés como ahora.

—Antes no compartíamos tanto. Él tenía mal carácter. Un día peleamos y me rompió la nariz de una patada. Le agarré miedo. Pero ya somos adultos, él es el padrino de mi bebé, nos llevamos muy bien.

El resto de la familia está dispersa por la carpa. Hay niños que corretean con carteles que dicen: “Vamos, Madera”. Son alumnos sus de la escuela Shuri-Ryu: donde comenzó y ahora da clases.

*

“Hay que organizar esto, rápido; ya le toca a Madera, será la locura”, escucho que comentan los organizadores. Agrupan a los fotógrafos en primera fila para que encuadren mejor la pelea. A los periodistas nos piden no salir del recinto. Y entonces por micrófono lo anuncian: “Atletas de la categoría menos 67 kilogramos, preparados”.

Sin emoción, transcurren cuatro combates. Y, ahora así, llega el momento. Son las 3:00 de la tarde. La gente se desgañita con gritos que me ensordecen. Por primera vez en toda la tarde escucho al público aupar, al unísono, a un solo atleta: “¡Madera, Madera, Madera, Madera!”.

Y cuando Madera entra al dojo, tiene la cara empapada de sudor. Se seca con una toalla que lleva en la mano. Se dirige al centro del tatami. Enfrentará a un guatemalteco que camina con el ceño fruncido y mirando a ningún lado. Luego del saludo –una reverencia con las palmas juntas a la altura del pecho– comienza el combate.

Al principio no hay demasiada acción. El público se desinfla cuando el guatemalteco anota un punto. Madera dando saltos cortos en la punta de los pies, moviéndose con la rapidez de un zancudo, luce recrecido. Toma distancia y luego se acerca con audaz fiereza. Grita: “¡Aaaah!”. Anota. En otra embestida, el contrario cae tendido y no se levanta pronto. El personal médico interviene para verificar que esté bien. Aunque sigue mareado, se reanuda la acción. Y poco después termina con el marcador 4 a 3 a favor del venezolano.

Le pregunto a Forry cómo lo vio. Mientras corre a llevarle una botella de agua a Andrés, me responde

—Estuvo difícil. Cuando eres campeón todo el mundo te quiere ganar. Y estos árbitros no son nada buenos. Vienen tres combates más. Si los gana, va a la final.

*

Es el momento de Madera.

Después de ganar los tres combates sin mucho esfuerzo, está en la final. Si pierde, será medalla de plata. ¿Otra vez plata en un Centroamericano y del Caribe, como en Barbados 2011 cuando apenas comenzaba? Claro que no quiere eso. Sobre todo con la familia ahí, gritando como está; y los alumnos ahí, gritando como están.

¿Sentirá la misma presión?, me pregunto cuando veo que peleará con Daniel Vargas, un mexicano que no ha tenido buenos resultados en los últimos años y que está en la lejana posición 117 del ranking. ¿Andrés estará cansado? Son poco más de las 9:00 de la noche.

La barra de Venezuela suelta gritos descomunales e impide que los mexicanos se escuchen. “¡Es mi sensei!”. “¡Vamos, Madera!”. “¡Venezuelaaaa!”. “¡Negro, vamos!”. “¡Madera, Madera, Madera…!” Los niños agitan los carteles: “Vamos, Madera”.

En el tatami, Madera no permite distancia: el mexicano es esquivo, pero lo persigue. Cada vez que lo alcanza, busca darle una patada en la cabeza, que le sumaría tres puntos en el marcador, aún en cero. En uno de esos acercamientos, Vargas anota.

Madera lo intenta. “Lo tiene que hacer”, grita uno de los niños. Pedro Madera está en silencio: aplaude. Forry está en silencio: observa sereno. Entonces, poco antes de que se agoten los tres minutos reglamentarios, sucede: la patada se concreta y el marcador termina 3 a 1.

Escucho el rugido bestial. Veo lágrimas. Pedro Madera aplaude, agita las manos. Forry celebra. Andrés Madera voltea hacia su público y recibe una ovación que parece estremecer este recinto. Para cantar victoria hay que saber esperar.